A la crisis de la
izquierda se viene a sumar la espectacular crisis de la derecha. Se trata de
crisis relacionadas, lo que pone
de relieve la grave afectación de los sistemas políticos, hace tiempo desvinculados
del servicio al bien común y, por lo tanto, metidos en una deriva de curso para
nada tranquilizador.
La crisis de la derecha pone
al descubierto una división en el seno de las elites y ha sorprendido a los
publicistas orgánicos con el pie cambiado. Estos genios se revuelven contra el
Brexit, contra Trump, contra el populismo de Trump y, por extensión, contra el “populismo
mundial”. Ya lo les queda otra que despotricar; se han quedado en blanco, sin
nada que ofrecer, sin proyecto y sin la musiquilla del capitalismo popular. Tardarán
algún tiempo en descubrir lo que se les pide de aquí en adelante.
En
Francia tenemos al señor Fillon saliendo al paso de la señora Le Pen; aquí, a
José María Aznar leyéndole la
cartilla a Mariano Rajoy; en el Reino Unido tenemos a la señora May dándole
alas al Brexit y acosada por sus amigos de ayer; en Alemania, la señora Merkel
se ve más amenazada desde la derecha que desde la izquierda. Y en Estados
Unidos tenemos a Donald Trump enfrentado con buena parte del establishment
derechista, de pronto enamorado de Hillary Clinton. Estamos ante un cambio de
época: la derecha atlántica da bandazos entre la nostalgia y el miedo a lo
desconocido, de cuya llegada ella misma es la principal responsable. Los grandes
tiburones, tras hartarse de sardinas, empiezan a atacarse entre sí, mientras
una parte de la elite se reacomoda, en vista de que el sistema de Ponzi no se
sostiene y podría salir perjudicada.
El neoliberalismo irá,
supongo, de capa caída, pues no hay predicador que consiga sacarle brillo en las
actuales circunstancias, ni político que lo pueda imponer por las buenas. Para
imponer por las malas la voluntad predatoria de las elites ni siquiera hace
falta el neoliberalismo friedmanita, de lo que dan fe lo pueblos vilmente saqueados
y explotados antes y después de que este fuese puesto en circulación.
Lo que no lleva trazas de ir de capa
caída es el poder que utilizó el catecismo neoliberal como disfraz y como
herramienta para quitarse de
encima las ataduras tanto legales como morales. Y conste que no estoy hablando
de un poder único, enterizo y unidireccional. La agudización de los conflictos
de poder en el seno de las elites será la nota dominante y los platos rotos
los pagaremos los de siempre.
Cuando entra en crisis la
derecha es de suyo muy peligrosa, por la sencilla razón de que deja de ser
conservadora. Si la derecha atlántica tuvo la originalidad de sacarse de la
manga la carta del neoliberalismo como respuesta a los usos y costumbres de los
“treinta gloriosos”, mejor no pensar en las ocurrencias que puede tener de aquí
en adelante, después de varias décadas de habituación al matonismo y haberle
tomado el gusto a la irracionalidad y a la mentira. Envolverse en la bandera,
dárselas de estar en disposición de hacer más por el pueblo que la izquierda,
dar carnaza a las fieras, señalar cabezas de turco, proteger a unos y
desproteger a otros, tomar decisiones radicales, todo esto puede ir a más, pero
quién sabe qué novedades nos aguardan
a la vuelta de la esquina.