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jueves, 19 de abril de 2018

TRUMP, MAY, MACRON Y SUS 113 MISILES

    Los misiles han sido lanzados contra Siria en respuesta a un ataque con gases venenosos por parte de las fuerzas de Bashar al-Assad en Duma. Tal es la versión oficial, avalada por las más altas instancias occidentales (a excepción del papa Francisco).  
   “Misión cumplida”, dice Trump. La señora May y el señor Macron prometen nuevos ataques si el régimen de Damasco vuelve a las andadas con dichos gases. No queda claro si el ataque con misiles debe considerarse una represalia o una acción encaminada a acabar con el supuesto arsenal químico de Assad. Y no está claro porque en lo tocante a lo de Siria todo es deliberadamente confuso.
    ¿Qué certeza tenemos de que realmente las fuerzas de Assad  empleasen gases venenosos en Duma, siquiera puntualmente? ¡Ninguna!  No me negarán que sensación de déjà vu es inquietante. Viene a la mente la lista fatal revelada por el general Wensley Clark: Irak, Libia, Siria, etc. 
    Los 113 misiles vienen después de los 59  tomahawk lanzados en septiembre del año pasado contra la base siria de Shairat, ¿lo recuerdan? Trump quedó como un héroe por haber respondido así, contundentemente, a un ataque con gases contra el pueblo de Jan Shijun… Luego resultó que la cosa no estaba clara y que la supuesta contundencia de Trump fue mas bien teatral. Mucho ruido y pocas nueces. Como ahora.  ¿Hubo ataque con gas en Jan Shijun? ¿Quién lo perpetró? En realidad, nada sabemos. Igual que ahora. 
    ¿Qué hay debajo de todo esto? ¿Mantener la guerra en Siria, ahora que Assad parece en condiciones de ganarla? ¿Acostumbrar a la opinión pública a este tipo de acciones con miras a tenerla psicológicamente a punto por si viene al caso emprender una escalada  bélica de grandes proporciones? ¿Hacer negocios por el simple procedimiento de hacer imposible la paz? ¿Desviar la atención de los problemas internos, llámense brexit o Stormy Daniels? 
    En cualquier caso, las más altas instancias planetarias harían bien en tomar nota de una  evidencia crucial: su credibilidad está por los suelos. Pringadas en el drama sirio, de tanto tirar la piedra y esconder la mano, de tanto manipular, de tanto hacerse las buenas para mejor satanizar a Assad,  ya no inspiran ninguna confianza. Y peor, porque ya dan miedo, más miedo que Putin. No estoy seguro de que les importe, dada su prepotencia, pero sí tengo la certidumbre de que nos encaminamos hacia una edad muy oscura.

domingo, 22 de enero de 2017

GRAN DESCONCIERTO A DERECHAS

    A la crisis de la izquierda se viene a sumar la espectacular crisis de la derecha. Se trata de crisis relacionadas,  lo que pone de relieve la grave afectación de los sistemas políticos, hace tiempo desvinculados del servicio al bien común y, por lo tanto, metidos en una deriva de curso para nada tranquilizador.
     La crisis de la derecha pone al descubierto una división en el seno de las elites y ha sorprendido a los publicistas orgánicos con el pie cambiado. Estos genios se revuelven contra el Brexit, contra Trump, contra el populismo de Trump y, por extensión, contra el “populismo mundial”. Ya lo les queda otra que despotricar; se han quedado en blanco, sin nada que ofrecer, sin proyecto y sin la musiquilla del capitalismo popular. Tardarán algún tiempo en descubrir lo que se les pide de aquí en adelante.
    En Francia tenemos al señor Fillon saliendo al paso de la señora Le Pen; aquí, a José  María Aznar leyéndole la cartilla a Mariano Rajoy; en el Reino Unido tenemos a la señora May dándole alas al Brexit y acosada por sus amigos de ayer; en Alemania, la señora Merkel se ve más amenazada desde la derecha que desde la izquierda. Y en Estados Unidos tenemos a Donald Trump enfrentado con buena parte del establishment derechista, de pronto enamorado de Hillary Clinton. Estamos ante un cambio de época: la derecha atlántica da bandazos entre la nostalgia y el miedo a lo desconocido, de cuya llegada ella misma es la principal responsable. Los grandes tiburones, tras hartarse de sardinas, empiezan a atacarse entre sí, mientras una parte de la elite se reacomoda, en vista de que el sistema de Ponzi no se sostiene y podría salir perjudicada.
     El  neoliberalismo irá, supongo, de capa caída, pues no hay predicador que consiga sacarle brillo en las actuales circunstancias, ni político que lo pueda imponer por las buenas. Para imponer por las malas la voluntad predatoria de las elites ni siquiera hace falta el neoliberalismo friedmanita, de lo que dan fe lo pueblos vilmente saqueados y explotados antes y después de que este fuese puesto en circulación.
     Lo que no lleva trazas de ir de capa caída es el poder que utilizó el catecismo neoliberal como disfraz y como herramienta para  quitarse de encima las ataduras tanto legales como morales. Y conste que no estoy hablando de un poder único, enterizo y unidireccional. La agudización de los conflictos de poder en el seno de las elites será la nota dominante y  los platos rotos los pagaremos los de siempre.
     Cuando entra en crisis  la derecha es de suyo muy peligrosa, por la sencilla razón de que deja de ser conservadora. Si la derecha atlántica tuvo la originalidad de sacarse de la manga la carta del neoliberalismo  como respuesta a los usos y costumbres de los “treinta gloriosos”, mejor no pensar en las ocurrencias que puede tener de aquí en adelante, después de varias décadas de habituación al matonismo y haberle tomado el gusto a la irracionalidad y a la mentira. Envolverse en la bandera, dárselas de estar en disposición de hacer más por el pueblo que la izquierda, dar carnaza a las fieras, señalar cabezas de turco, proteger a unos y desproteger a otros, tomar decisiones radicales, todo esto puede ir a más, pero quién sabe qué novedades nos aguardan a la vuelta de la esquina.

miércoles, 16 de noviembre de 2016

BYE, BYE MR. OBAMA

    Hay que aplaudir la reforma sanitaria de Obama, pero resulta que ha tenido que conformarse con lo mínimo por los compadreos con las farmacéuticas y los capos de la sanidad privada. De lo demás, mejor no hablar, porque del famoso “sí se puede” no queda  gran cosa.
     ¿Fue capaz de cerrar Guantánamo, como había prometido? No. ¿Puso fin a la tragedia de los indocumentados de su país? No, e incluso será recordado por la deportación de niños y mujeres a altas horas de la madrugada. ¿Frenó los desahucios? ¡Pues tampoco!
      ¿Metió en cintura a los juerguistas de Wall Street? No, y por el contrario les encomendó precisamente a ellos que arreglasen el desaguisado.
     ¿Arremetió contra la pobreza, en plan Lyndon B. Johnson? ¡Ni se le pasó por la cabeza!  Ni siquiera cumplió su promesa de corregir los excesos del NAFTA…   
     ¿Recuperó la normalidad aboliendo la Patriot Act? No, claro que no.
     ¿Hizo algo serio y memorable contra el cambio climático? Pues no.
    ¿Trajo la paz? No, e incluso atizó nuevos focos bélicos (Libia, Siria…).
    ¿Hizo honor a su promesa de trabajar por liberar al mundo de la amenaza de una guerra nuclear? ¡Qué pronto se olvidó de lo que dijo Praga!  No solo jugó con fuego en lo tocante a Rusia; resulta que desactivó menos ojivas nucleares que su predecesor… y que ha lanzado un proyecto de modernización del arsenal de armas nucleares norteamericanas, a treinta años vista, con un presupuesto inicial de un billón de dólares…
    ¿Elevó los estándares éticos de su país? ¡No! En lugar de apresar y juzgar a los sujetos peligrosos, la ejecución extralegal sigue siendo el método preferido, con la particularidad de que los drones, a los que este catedrático de derecho constitucional es muy aficionado, siegan vidas inocentes de manera sistemática (moralmente hablando, lo peor de lo peor).
     Termina su mandato, se impone un balance deprimente, pero he aquí que  el juicio de la historia quedará en suspenso por tiempo indeterminado, por la llegada de Donald Trump.  Ya nos veo echando de menos a Obama, sus palabras analgésicas y su espectacular sonrisa. Ya no importa lo que haya hecho o dejado de hacer.  Hemos podido comprobar que, en cuanto a nuestros  intereses se refiere,  se puede poquísimo y a duras penas. Pisotearlos descaradamente, dado el orden de cosas existente, es mucho más fácil, como nos hizo ver Bush jr. y como tendremos ocasión de verificar en los  próximos meses. 

domingo, 6 de noviembre de 2016

EL POPULISMO MUNDIAL

   Ante el duelo Clinton-Trump, leo en El País  el siguiente titular: “Estados Unidos mide en las urnas la fuerza del populismo mundial”. Me hace cierta gracia, la verdad, pero no la tiene. 
    El establishment no improvisa en estas cosas, y a fuerza de jugar con las palabras para mejor encubrir las realidades, ha creído ver  en el palabro “populismo” una auténtica genialidad a efectos de marketing y relaciones públicas. A falta del miedo al comunismo,  venga el miedo al populismo, a ver si se consigue que las buenas gentes corran a refugiarse en lo conocido, tras los pantalones del establishment.
     El populismo es el nuevo coco. Pretenden dividirnos entre populistas y antipopulistas, no por amor a la verdad precisamente, sino por una calculada búsqueda de la confusión. Tramp, populista, Iglesias, populista, Le Pen, populista, Putin, populista, todos iguales, no se hable más, cosa juzgada, “populismo mundial”, cosa horrible.
    No es gracioso para nada, pues se trata de descalificar cualquier reclamación de orden social y justiciero por el mero expediente de tildarla de populista. Quizá no esté lejano el día en que a cualquiera lo puedan meter preso o multar por haber incurrido en populismo. Como es un término tan sumamente elástico, mucho más que comunista, he dicho bien, a cualquiera… Pero hay algo que no se ha hecho esperar: se ha establecido  el principio de que el gobernante responsable jamás debe ceder ni lo más mínimo ante las reclamaciones populistas.
     El establishment emplea el completo repertorio del populismo, sobre todo en períodos electorales, como acredita el caso de la propia Hillary Clinton en estos momentos, en absoluto a la zaga de Trump en esto del populismo, o ayer mismo nuestro Rajoy, guardando en un cajón las medidas desagradables ya comprometidas con los chantajistas de Bruselas. Pero,  por lo visto, hay que distinguir entre el populismo sano y sensato, y el otro, totalmente loco.
    Quizá no vengan mal un par de pases freudianos. Porque, bien mirado, el establishment, al arremeter contra el populismo como lo hace, está confesando sin darse cuenta lo que verdaderamente debería asustarnos: no tiene ninguna respuesta a los problemas sociales, ni siquiera los considera propios, al punto de que los atribuye a gentes extrañas, irracionales y perturbadas. Y eso no es todo lo que confiesa, pues parece decir populismo por estar a punto de decir populacho.