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domingo, 22 de enero de 2017

GRAN DESCONCIERTO A DERECHAS

    A la crisis de la izquierda se viene a sumar la espectacular crisis de la derecha. Se trata de crisis relacionadas,  lo que pone de relieve la grave afectación de los sistemas políticos, hace tiempo desvinculados del servicio al bien común y, por lo tanto, metidos en una deriva de curso para nada tranquilizador.
     La crisis de la derecha pone al descubierto una división en el seno de las elites y ha sorprendido a los publicistas orgánicos con el pie cambiado. Estos genios se revuelven contra el Brexit, contra Trump, contra el populismo de Trump y, por extensión, contra el “populismo mundial”. Ya lo les queda otra que despotricar; se han quedado en blanco, sin nada que ofrecer, sin proyecto y sin la musiquilla del capitalismo popular. Tardarán algún tiempo en descubrir lo que se les pide de aquí en adelante.
    En Francia tenemos al señor Fillon saliendo al paso de la señora Le Pen; aquí, a José  María Aznar leyéndole la cartilla a Mariano Rajoy; en el Reino Unido tenemos a la señora May dándole alas al Brexit y acosada por sus amigos de ayer; en Alemania, la señora Merkel se ve más amenazada desde la derecha que desde la izquierda. Y en Estados Unidos tenemos a Donald Trump enfrentado con buena parte del establishment derechista, de pronto enamorado de Hillary Clinton. Estamos ante un cambio de época: la derecha atlántica da bandazos entre la nostalgia y el miedo a lo desconocido, de cuya llegada ella misma es la principal responsable. Los grandes tiburones, tras hartarse de sardinas, empiezan a atacarse entre sí, mientras una parte de la elite se reacomoda, en vista de que el sistema de Ponzi no se sostiene y podría salir perjudicada.
     El  neoliberalismo irá, supongo, de capa caída, pues no hay predicador que consiga sacarle brillo en las actuales circunstancias, ni político que lo pueda imponer por las buenas. Para imponer por las malas la voluntad predatoria de las elites ni siquiera hace falta el neoliberalismo friedmanita, de lo que dan fe lo pueblos vilmente saqueados y explotados antes y después de que este fuese puesto en circulación.
     Lo que no lleva trazas de ir de capa caída es el poder que utilizó el catecismo neoliberal como disfraz y como herramienta para  quitarse de encima las ataduras tanto legales como morales. Y conste que no estoy hablando de un poder único, enterizo y unidireccional. La agudización de los conflictos de poder en el seno de las elites será la nota dominante y  los platos rotos los pagaremos los de siempre.
     Cuando entra en crisis  la derecha es de suyo muy peligrosa, por la sencilla razón de que deja de ser conservadora. Si la derecha atlántica tuvo la originalidad de sacarse de la manga la carta del neoliberalismo  como respuesta a los usos y costumbres de los “treinta gloriosos”, mejor no pensar en las ocurrencias que puede tener de aquí en adelante, después de varias décadas de habituación al matonismo y haberle tomado el gusto a la irracionalidad y a la mentira. Envolverse en la bandera, dárselas de estar en disposición de hacer más por el pueblo que la izquierda, dar carnaza a las fieras, señalar cabezas de turco, proteger a unos y desproteger a otros, tomar decisiones radicales, todo esto puede ir a más, pero quién sabe qué novedades nos aguardan a la vuelta de la esquina.

domingo, 6 de noviembre de 2016

EL POPULISMO MUNDIAL

   Ante el duelo Clinton-Trump, leo en El País  el siguiente titular: “Estados Unidos mide en las urnas la fuerza del populismo mundial”. Me hace cierta gracia, la verdad, pero no la tiene. 
    El establishment no improvisa en estas cosas, y a fuerza de jugar con las palabras para mejor encubrir las realidades, ha creído ver  en el palabro “populismo” una auténtica genialidad a efectos de marketing y relaciones públicas. A falta del miedo al comunismo,  venga el miedo al populismo, a ver si se consigue que las buenas gentes corran a refugiarse en lo conocido, tras los pantalones del establishment.
     El populismo es el nuevo coco. Pretenden dividirnos entre populistas y antipopulistas, no por amor a la verdad precisamente, sino por una calculada búsqueda de la confusión. Tramp, populista, Iglesias, populista, Le Pen, populista, Putin, populista, todos iguales, no se hable más, cosa juzgada, “populismo mundial”, cosa horrible.
    No es gracioso para nada, pues se trata de descalificar cualquier reclamación de orden social y justiciero por el mero expediente de tildarla de populista. Quizá no esté lejano el día en que a cualquiera lo puedan meter preso o multar por haber incurrido en populismo. Como es un término tan sumamente elástico, mucho más que comunista, he dicho bien, a cualquiera… Pero hay algo que no se ha hecho esperar: se ha establecido  el principio de que el gobernante responsable jamás debe ceder ni lo más mínimo ante las reclamaciones populistas.
     El establishment emplea el completo repertorio del populismo, sobre todo en períodos electorales, como acredita el caso de la propia Hillary Clinton en estos momentos, en absoluto a la zaga de Trump en esto del populismo, o ayer mismo nuestro Rajoy, guardando en un cajón las medidas desagradables ya comprometidas con los chantajistas de Bruselas. Pero,  por lo visto, hay que distinguir entre el populismo sano y sensato, y el otro, totalmente loco.
    Quizá no vengan mal un par de pases freudianos. Porque, bien mirado, el establishment, al arremeter contra el populismo como lo hace, está confesando sin darse cuenta lo que verdaderamente debería asustarnos: no tiene ninguna respuesta a los problemas sociales, ni siquiera los considera propios, al punto de que los atribuye a gentes extrañas, irracionales y perturbadas. Y eso no es todo lo que confiesa, pues parece decir populismo por estar a punto de decir populacho.