Como un solo hombre votó el PP que siga su curso la tramitación de la ley antiabortista
del ministro Alberto Ruiz-Gallardón, y como un solo hombre se aplaudió a sí
mismo al alzarse con la victoria
en el Parlamento. Ha sido un triste espectáculo, tan memorable como el
que nos avergonzó con motivo de la guerra de Irak. Las mayorías absolutas son
desastrosas en este país, pues se suben a la cabeza de sus usuarios como un
narcótico, lo que deja ver algo peor que la falta de praxis democrática: sale
relucir una pulsión absolutista con los correspondientes tics y automatismos. Esta es nuestra cruz, a la que no veo
manera de acostumbrarme.
Léase el texto de la “Ley de
Protección de la vida del concebido”, óigase a Ruiz-Gallardón, sopórtese a sus
corifeos, atiéndase a los loros y a los que se deciden a hablar, que llegan a
equiparar el aborto hasta la fecha legal con un acto terrorista, y pocas dudas
pueden quedar: los que se decían liberales y de centro son inequívocamente
absolutistas de derechas. Resulta que no han entendido el porqué filosófico y
político del liberalismo, lo que resultaría risible si no fuera trágico. Esto
es lo que acaba de demostrarse a la luz del tema del aborto, de este
anteproyecto de ley que, ni retocado y repintado, podrá esconder su filiación absolutista
de signo confesional, con la correspondiente carga de machismo y de
oscurantismo.
El
liberalismo obedece la necesidad de hacer posible la convivencia de personas
que no comparten la misma religión y la mismas ideas, necesidad evidente a
partir del punto y hora en que se reconoció la quiebra de la unidad religiosa y
el carácter problemático de la verdad. Por lo que se refiere al aborto, a nadie le puede sorprender que
tenga partidarios y detractores, pues ello forma parte de lo que se entiende
por una sociedad liberal, esto es, abierta y plural. Es más, ya sabemos, hasta
el hartazgo, que un antiabortista jamás convencerá a un abortista, ni a la
inversa. Viven en mundos distintos y, apercibido de ello, el legislador no
puede tomar partido al modo de Ruiz-Gallardón. Porque al hacerlo está
vulnerando el principio liberal, como lo vulneraría el abortista que se
empeñase en imponer el aborto en tales o cuales casos.
La verdad es que no se entiende muy bien
por qué el PP nos ha arrastrado a este desfiladero. ¿Para halagar a su facción
extremista? No está claro, porque no parece arrastrar a un número significativo
de votantes? ¿Para satisfacer a los obispos? No está claro tampoco, porque ni
siquiera aceptan el aborto en caso de violación, aunque esta la defina la
autoridad competente y no la víctima. ¿Para ponerse en sintonía con los neoconservadores
norteamericanos? Podría ser, pero no parece posible que en la España de hoy se
puedan encubrir los verdaderos problemas como se hace en la América profunda, donde
se hace política, maníacamente, “en nombre del feto” (Harold Bloom). ¿Por
aquello de ahora o nunca? En
cualquier caso, mal asunto, con la correspondiente llamada a la confrontación.