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martes, 7 de febrero de 2012

CONTRA LA CULTURA DEL TRABAJO FIJO…


      El tecnócrata Mario Monti se ha dirigido a los jóvenes para hacerles saber que tener un trabajo fijo es un pasaporte a la monotonía, al aburrimiento. Se le han echado encima. ¡Con la que está cayendo!  ¡Mira que confundir precariedad laboral y delicioso ir y venir!
      La ministra de Interior, Ana María  Cancellieri,  ha salido en defensa de su jefe, declarando, ya en son de burla, que los italianos están “aferrados a un empleo fijo en la misma ciudad y cerca de mamá y papá”.  El dilema vital entre seguridad y libertad se las trae, en todos los órdenes y también en este.
     Claro que un trabajo fijo puede ser horroroso, y que uno puede acabar como Charlot en  “Tiempos modernos”, viendo la misma tuerca en todas partes, también en los botones de las señoras. El problema es que los discursos pedagógicos de Monti y Cancellieri llegan cuando la gente, víctima de la falta de trabajo o de la inseguridad laboral, no está para bromas, y menos por boca de personas que sin duda disfrutan pasando de una poltrona a otra.
     La denostada cultura del trabajo fijo no ha sido precisamente el resultado de un capricho. Porque no hay más que ver  cómo le va a la gente corriente cuando carece de él. Para hacer una apología del cambio, del trabajo a salto de mata, hacen falta otros pedagogos, y si ellos se empeñan en serlo, harían bien en aplicarse de inmediato a leerles la cartilla a los señores empresarios y a los banqueros.  Sólo en un mundo presidido por reglas justas y decentes podría celebrarse la cultura contraria, la de la movilidad. Ésta es impracticable  en estos tiempos, en los que, como es obvio, el pez grande se come al chico, empezando por el que va  pidiendo trabajo.
    En teoría, en la variedad está el gusto y puede ser estimulante  trabajar hoy en esto y mañana en aquello...   pero esto  sólo en un mundo en el que el trabajador, cualquier trabajador, se vea tratado con el debido respeto por su empleador y asistido por un Estado de servicios digno de tal nombre. En estos tiempos de indefensión, para muchos ya de zozobra y hasta de hambre, la falta de trabajo fijo es una maldición, y la invitación a disfrutar del trabajo precario resulta de pésimo gusto.
     Sospecho que ni Monti ni Cancellieri, encerrados en sus cenáculos, tienen ni la menor idea de a quiénes se dirigen. Si lo que están haciendo es una campaña de publicidad a favor del modelo neoliberal, me vería obligado a concluir que sus consejeros en la materia no están en sus cabales. En lugar de convencer, irritan.