El tecnócrata Mario Monti se ha
dirigido a los jóvenes para hacerles saber que tener un trabajo fijo es un
pasaporte a la monotonía, al aburrimiento. Se le han echado encima. ¡Con la que
está cayendo! ¡Mira que confundir
precariedad laboral y delicioso ir y venir!
La ministra de Interior,
Ana María Cancellieri, ha salido en defensa de su jefe,
declarando, ya en son de burla, que los italianos están “aferrados a un empleo
fijo en la misma ciudad y cerca de mamá y papá”. El
dilema vital entre seguridad y libertad se las trae, en todos los órdenes y
también en este.
Claro que un trabajo fijo puede ser horroroso, y que uno puede acabar
como Charlot en “Tiempos
modernos”, viendo la misma tuerca en todas partes, también en los botones de
las señoras. El problema es que los discursos pedagógicos de Monti y
Cancellieri llegan cuando la gente, víctima de la falta de trabajo o de la
inseguridad laboral, no está para bromas, y menos por boca de personas que sin
duda disfrutan pasando de una poltrona a otra.
La denostada cultura del trabajo fijo no ha sido precisamente el
resultado de un capricho. Porque no hay más que ver cómo le va a la gente corriente cuando carece de él. Para
hacer una apología del cambio, del trabajo a salto de mata, hacen falta otros
pedagogos, y si ellos se empeñan en serlo, harían bien en aplicarse de
inmediato a leerles la cartilla a los señores empresarios y a los banqueros. Sólo en un mundo presidido por reglas justas y decentes podría celebrarse la cultura contraria, la de la movilidad. Ésta es impracticable en estos tiempos, en
los que, como es obvio, el pez grande se come al chico, empezando por el que va pidiendo trabajo.
En
teoría, en la variedad está el gusto y puede ser estimulante trabajar hoy en esto y mañana en aquello... pero esto sólo en un mundo en el que el
trabajador, cualquier trabajador, se vea tratado con el debido respeto por su
empleador y asistido por un Estado de servicios digno de tal nombre. En estos
tiempos de indefensión, para muchos ya de zozobra y hasta de hambre, la falta de
trabajo fijo es una maldición, y la invitación a disfrutar del trabajo precario
resulta de pésimo gusto.
Sospecho que ni Monti ni Cancellieri, encerrados en sus
cenáculos, tienen ni la menor idea de a quiénes se dirigen. Si lo que están
haciendo es una campaña de publicidad a favor del modelo neoliberal, me vería
obligado a concluir que sus consejeros en la materia no están en sus cabales. En lugar de convencer, irritan.