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lunes, 11 de febrero de 2013

LA CRISIS: DIAGNÓSTICO Y TRATAMIENTO


   Esta crisis no es el resultado de un accidente; viene de lejos y nuestra clase dirigente se la ha ganado a pulso. Urdangarín, Díaz-Ferrán, Rato y Bárcenas, como la entera trama Gürtel, son nada más que síntomas, la forma en que se manifiesta un síndrome realmente grave, típico de la cultura del dinero, una cultura arrasadora que penetró en nuestro país por puertas y ventanas, hace mucho tiempo, en tiempos de Felipe González. ¡Todo por la pasta!
   Recuérdese la apreciación del señor Solchaga, que se felicitaba de lo rápido que se podía enriquecer cualquiera en España, recuérdese la admiración que  suscitaba la irresistible ascensión de Mario Conde. La cultura del pelotazo no es de hoy. Hasta los niños, de lo que soy testigo, empezaron a decir que querían ganar mucho dinero. De aquellos polvos vienen estos lodos. Y nótese la naturalidad de los presuntos abusadores, en ninguno de los cuales detecto trazas de arrepentimiento, ni tampoco el saber estar de Al Capone (un hombre consciente de sus actos). Se han pasado varios pueblos y hasta parecen sorprendidos de haber tropezado con la ley. Pero no nos quedemos con lo anecdótico.
    Lo verdaderamente grave es que Felipe González se dejó abducir por lo que pasará a la historia como la “revolución de los muy ricos”, un fenómeno de importación (como en su día lo fue el fascismo). Parece que las energías disponibles se agotaron en el tránsito de la dictadura a la democracia, y volvimos al “¡que inventen ellos!”, sin el menor atisbo de originalidad.
   El PSOE dio de lado a sus raíces socialdemócratas, y en consecuencia, el PP lo tuvo muy fácil para dar de lado al contenido social de su programa, de raíz democristiana y fraguista. Ambos sacrificaron a la vez sus respectivas tradiciones, atraídos los cantos de sirena del capitalismo salvaje. De ahí que se produjese un cambio de mentalidad espectacular, que, a no dudar, habría sorprendido por igual a Pablo Iglesias y al general Franco. Lo sucedido no entraba en el guión de ninguno de los dos. Tampoco en el de Adolfo Suárez, ni en el de Calvo Sotelo. No es que el PSOE y el PP se adaptasen al espíritu de los tiempos con la debida astucia, es que se dejaron llevar, encantados de la vida. Así pues, en lugar de servir complementariamente a los intereses generales, optaron por servirse a sí mismos y a los peces gordos próximos y remotos.
    La consecuencia: los dos partidos unieron su destino al neoliberalismo económico, que incluye entre sus habilidades la de vender las joyas de la abuela,  la de sangrar el erario público en beneficio de los banqueros y la socialización de las pérdidas, algo normal desde que los contribuyentes norteamericanos tuvieron que pagar los platos rotos de la juerga gangsteril que hundió a sus otrora prósperas cajas de ahorros (a mediados de los ochenta). Se lo jugaron todo a esa carta, esta es la tragedia. Lo que viene ahora es un cambio de época: el capitalismo salvaje ya no puede ser vendido a nadie, tampoco a los despistados habituales, ni maquillado bajo cinco capas de purpurina. Para seguir igual, gobernando por decreto, ¿qué les queda? ¿Unos trucos de propaganda que, en lugar de persuadir, irritan? ¿Las fuerzas de orden público? Están totalmente quemados, metidos en un juego oligárquico realmente insoportable.
    Quizá traten de disculparse, señalando los enjuagues del Vaticano, las manipulaciones del libor, los chanchullos de las agencias de calificación, y  las listezas de los usuarios de puertas giratorias, hoy en Wall Street, mañana en el gobierno. La enfermedad es la misma, desde luego. Pero no creo que eso les baste para hacerse perdonar. Y no lo creo porque este país no puede esperar a que la peste remita o a que se le ponga coto desde las más altas instancias planetarias, asimismo enfermas.
   En primer lugar, no puede esperar porque la gente lo está pasando francamente mal. En segundo, porque los naipes marcados están a la vista de todos. En tercero, porque la enfermedad no se cura con castigos ejemplares. En cuarto, porque mucha gente ya tiene la sensación de haber sido estafada por esta democracia. En quinto porque el sistema ha perdido la capacidad de redistribuir la riqueza sensatamente, con la consiguiente caída en picado de su legitimidad. Y en sexto y último término, porque la conciencia social de la que hacen gala los dos partidos hasta la fecha hegemónicos está claramente por debajo de la del franquismo, lo que ya es el colmo, lo que produce náuseas tanto a la izquierda como a buena parte de la derecha (eso sólo causa  placer a la oligarquía).
    Y como el país no puede esperar, como la solución no vendrá del duopolio ni de sus compadres de fuera, hay que enviarlo a su casa antes de que nos haga más daño.  Y sinceramente, la única solución que veo es un Frente Amplio o Frente Popular, en el que puedan participar todas las fuerzas políticas contrarias a la Bestia neoliberal, hoy encarnada en los dos mastodontes que practican un turno aun más torticero que el  de la Restauración canovista. 
   No es la hora de los maximalismos ni de los particularismos, ni de los pronunciamientos antisistema. No es el momento de modificar la Constitución (bien entendido que entre las propuestas del Frente Popular deberá figurar la eliminación de las modificaciones que el PP y el PSOE hicieron a nuestras espaldas). Es el momento de hacer valer nuestra democracia.  Todos los partidos pequeños deben sentarse a la mesa, en busca de un programa común, sin cerrarle la puerta a nadie (tampoco a los que procedan de la órbita de esos partidos hegemónicos, si se han liberado de la servidumbre neoliberal). De ello depende la supervivencia de nuestra democracia. Y hay que empezar a trabajar ya, en previsión de que las elecciones se adelanten, lo que puede ocurrir para pillar a todos a contrapié,  y en previsión de que aparezca un Monti hispano o de que se intente marear la perdiz con un gobierno de concentración. Y por favor, no nos dejemos distraer por casos como los de Urdangarín o Bárcenas, y tampoco por la prima de riesgo. El tiempo apremia. La alternativa es muy simple: o con la Bestia neoliberal o contra ella.
    

sábado, 2 de febrero de 2013

HACIA EL PUNTO DE NO RETORNO


    En los últimos tiempos no he escrito nada en este blog. Me ha dado una especie de vértigo, asociado a un cierto sentido de la responsabilidad. Y es que no quisiera echar leña al fuego, cosa que resulta simplemente de enumerar nombres  (Bárcenas, Urdangarín, Revenga, Corinna, Díaz Ferrán, Rato, Pujol,  Mato…). Depende con qué se junte Gürtel para provocar una reacción en cadena. Ni siquiera es prudente hablar de trajes a medida o de sobres, porque en presencia de recortes y privatizaciones es como jugar con fuego.
   Desde hace tiempo tengo la impresión de que nos acercamos al punto de no retorno, a partir del cual no habrá forma de volver al buen rollo que tanto le costó conseguir a este país.  Y esto me preocupa  y me deprime. No puedo olvidar con qué rapidez pasaron nuestros abuelos de la alegría al horror. ¿Quién les hubiera dicho el alegre 14 de abril de 1931  que la Guerra Civil les esperaba a la vuelta de la esquina?  Hay que andar con pies de plomo, no sea que esto acabe mal, no digo que como entonces, pero mal, muy mal. ¿Qué hay más allá del punto de no retorno? Conozco mis sueños, pero, contando con las arteras realidades, la verdad es que no lo sé.
     Algo me dice que el porvenir depende del buen hacer, de la integridad  y hasta de la genialidad de quienes nunca han estado en el poder. El sistema bipartidista que hemos conocido hasta la fecha está  muerto y enterrado. Es cierto que quedan dos zombies todavía muy serios y pomposos, pero eso no quiere decir nada. Una forma de hacer política terminó el día en que los dos partidos mayoritarios se reunieron en secreto y prostituyeron la Constitución a pedido de unos vampiros. Durante las vacaciones de verano, sin avisar.  Hubo un antes y un después. Fue un atentado contra el orden democrático, algo repugnante, algo que jamás se le habría podido pasar por la cabeza a un demócrata serio.
    No se puede gobernar chulescamente en función de intereses particulares y de espaldas al bien común, aunque se disponga de una mayoría absoluta. La legitimidad de un sistema de poder, sea democrático o no, depende de que la gente no vea a los que están arriba como meros explotadores, depende de una redistribución de la riqueza más o menos efectiva. La chulería se puede perdonar, el acaparamiento no. Y si ambas cosas se suman, adiós. No descubro nada.
  Dicha redistribución no se inventó para dar curso al llamado Estado de Servicios: viene de la noche de los tiempos, y fue practicada por toda clase de jefes de banda y de reyezuelos, desde el neolítico en adelante.  Allí donde cesa, ahí donde la camarilla superior se dedica a laminar los derechos de la gente –otorgados en una fase anterior–, a sangrar el erario público y al pueblo indefenso, cuando se limita a intercambiar dineros y favores en las alturas, la legitimidad desaparece, sea cual sea la forma de gobierno. Hacer política de espaldas a tan elemental principio es, a estas alturas de la historia, una locura, más propia de ludópatas que de personas con dos dedos de frente. La creencia de que se puede usar la democracia para ir contra el bien común es vieja, pero siempre ha acabado en un desastre.
    Ni con la mejor voluntad podemos atribuir a simple torpeza el haber caído de lleno la seducción del ladrillo, en la burbuja, como tampoco podemos atribuir la clamorosa ausencia de planes alternativos a una falta de reflejos. Simplemente, ha tenido lugar –tiene lugar– un gran negocio. De ahí el trasiego de maletines y de sobres, de ahí el compadreo y el desprecio de la verdad.
    Es muy triste comprobar que a lo largo de estos años de democracia –en los que hemos presenciado el despertar de capacidades muy prometedoras–,  se ha consolidado la vieja manera oscura y antidemocrática de hacer las cosas, a base de chanchullos realizados a la sombra del poder, la fórmula del capitalismo bananero, una variante del capitalismo salvaje típica de los países subdesarrollados.
    ¿Ahora que todo el mundo ve el negocio, de maletines a sobres, se puede seguir en las mismas? Llegados a este punto, no lo creo, aunque haya que contar con la movilización de un ejército de abogados y con una legión de asesores de imagen. El daño está hecho. Y como la gente está sufriendo, mal asunto.  Por eso hay que andar con cuidado, para no hacernos daño y salir todos bien librados.