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domingo, 16 de junio de 2013

DE SOSPECHOSOS, IMPUTADOS Y ENCARCELADOS


   Mientras se  perpetran “los recortes” de menos a más en perjuicio de la gente, van saliendo a la luz diversas historias  de pícaros y de amigos lo ajeno protagonizadas por personalidades que pertenecen a la trama del poder.
    Para mí, como para cualquiera que tenga que sudar por unos euros en condiciones de precariedad tercermundista, las cantidades distraídas, sustraídas, movidas o regurgitadas son alucinantes, por no hablar de lo fáciles y poco sofisticadas que han sido las operaciones, realizadas bajo las mismas barbas de las autoridades. 
    Policías, fiscales, jueces y periodistas se ven obligados a hacer horas extras. Los escándalos se suceden, cada vez con nuevos personajes bajo sospecha. Unos casos tapan a los otros, o los potencian, dejando entrever redes mafiosas de diversos tamaños. Aunque cualquier intento de estar al día causa dolor de cabeza, las historias son seguidas con un regusto perverso, como si cada filtración sumarial tuviese el sentido de una represalia.
    El horizonte se ennegrece. Pues seguirán los recortes y aparecerán más trapos sucios, más asquerosos cuanto mayores sean los sufrimientos de la gente. Hasta que la cosa reviente por alguna parte, antes de que los jueces hayan culminado los laboriosos procesos que se traen entre manos. Judicialmente, esto va para largo, por la propia naturaleza de la justicia y por los obstáculos que generan los peces gordos cuando se ven acorralados.
     El cuadro se ha complicado hasta extremos grotescos porque aquí nadie ha asumido lo que se entiende por responsabilidades políticas, quizá porque no hay nadie que entienda de ellas ni lo más mínimo. Sospechosos, pringados y cómplices se han puesto de acuerdo en que lo mejor es una bravísima huída hacia delante, sin mirar atrás ni a los lados.
    En el caso del PP esto es especialmente grave, por cuanto opera en función de su mayoría absoluta. Se lo ve decidido a continuar con su plan de recortes y medidas retrógradas, como si tal cosa fuese posible cuando se va con el depósito de autoridad moral  completamente vacío. ¿Puede el país vivir así? 
   El PP confía ­–al parecer­– en que los procesos se alargarán indefinidamente, en la aparición de algún cabeza de turco, en algún tropiezo legal como el que salvó a Naseiro, o en el hallazgo de trapos sucios, como los de CIU, en el campo de la oposición. Pero, ay amigos, no nos puede pedir que entremos en ese juego, pues nos estamos jugando la supervivencia. Y porque además no necesitamos esperar a que los jueces terminen de depurar las responsabilidades concretas y particulares de tales o cuales sospechosos. Porque ya sabemos lo que debemos saber, porque ya hemos tomado nota, porque ya hemos captado lo que todos estos casos, no sólo los que afectan directamente al PP, tienen en común, empezando por el desprecio del interés general.
    Ha resultado que los mismos que aspiran a convertir nuestro Estado en un Estado mínimo son unos auténticos profesionales en el arte de meter mano a los dineros del contribuyente y de emplear sus resortes para ganar más dinero, ha resultado que los mismos que reclaman austeridad y nos acusan de haber vivido por encima de nuestras posibilidades, llevan muchos años de juerga.  
   Aquí lo grave no es que tal o cual haya hecho esto o lo otro, sino la mentalidad que ha hecho posible estos enjuagues y compadreos, tan inocentes ellos. Y nada de esto nos pilla desprevenidos porque sabemos qué tipo de chorizos hay allende nuestras fronteras, porque nos conocemos de memoria la historia de las cajas de ahorros norteamericanas, porque hemos estudiado el caso Enron, porque sabemos que chorizos hay hasta en el Vaticano. Todo resultado de la misma mentalidad neoliberal, cuyas horas están contadas, en el mundo entero, pero también aquí. Bien entendido que nos espera un tramo largo y sumamente avieso.

lunes, 11 de febrero de 2013

LA CRISIS: DIAGNÓSTICO Y TRATAMIENTO


   Esta crisis no es el resultado de un accidente; viene de lejos y nuestra clase dirigente se la ha ganado a pulso. Urdangarín, Díaz-Ferrán, Rato y Bárcenas, como la entera trama Gürtel, son nada más que síntomas, la forma en que se manifiesta un síndrome realmente grave, típico de la cultura del dinero, una cultura arrasadora que penetró en nuestro país por puertas y ventanas, hace mucho tiempo, en tiempos de Felipe González. ¡Todo por la pasta!
   Recuérdese la apreciación del señor Solchaga, que se felicitaba de lo rápido que se podía enriquecer cualquiera en España, recuérdese la admiración que  suscitaba la irresistible ascensión de Mario Conde. La cultura del pelotazo no es de hoy. Hasta los niños, de lo que soy testigo, empezaron a decir que querían ganar mucho dinero. De aquellos polvos vienen estos lodos. Y nótese la naturalidad de los presuntos abusadores, en ninguno de los cuales detecto trazas de arrepentimiento, ni tampoco el saber estar de Al Capone (un hombre consciente de sus actos). Se han pasado varios pueblos y hasta parecen sorprendidos de haber tropezado con la ley. Pero no nos quedemos con lo anecdótico.
    Lo verdaderamente grave es que Felipe González se dejó abducir por lo que pasará a la historia como la “revolución de los muy ricos”, un fenómeno de importación (como en su día lo fue el fascismo). Parece que las energías disponibles se agotaron en el tránsito de la dictadura a la democracia, y volvimos al “¡que inventen ellos!”, sin el menor atisbo de originalidad.
   El PSOE dio de lado a sus raíces socialdemócratas, y en consecuencia, el PP lo tuvo muy fácil para dar de lado al contenido social de su programa, de raíz democristiana y fraguista. Ambos sacrificaron a la vez sus respectivas tradiciones, atraídos los cantos de sirena del capitalismo salvaje. De ahí que se produjese un cambio de mentalidad espectacular, que, a no dudar, habría sorprendido por igual a Pablo Iglesias y al general Franco. Lo sucedido no entraba en el guión de ninguno de los dos. Tampoco en el de Adolfo Suárez, ni en el de Calvo Sotelo. No es que el PSOE y el PP se adaptasen al espíritu de los tiempos con la debida astucia, es que se dejaron llevar, encantados de la vida. Así pues, en lugar de servir complementariamente a los intereses generales, optaron por servirse a sí mismos y a los peces gordos próximos y remotos.
    La consecuencia: los dos partidos unieron su destino al neoliberalismo económico, que incluye entre sus habilidades la de vender las joyas de la abuela,  la de sangrar el erario público en beneficio de los banqueros y la socialización de las pérdidas, algo normal desde que los contribuyentes norteamericanos tuvieron que pagar los platos rotos de la juerga gangsteril que hundió a sus otrora prósperas cajas de ahorros (a mediados de los ochenta). Se lo jugaron todo a esa carta, esta es la tragedia. Lo que viene ahora es un cambio de época: el capitalismo salvaje ya no puede ser vendido a nadie, tampoco a los despistados habituales, ni maquillado bajo cinco capas de purpurina. Para seguir igual, gobernando por decreto, ¿qué les queda? ¿Unos trucos de propaganda que, en lugar de persuadir, irritan? ¿Las fuerzas de orden público? Están totalmente quemados, metidos en un juego oligárquico realmente insoportable.
    Quizá traten de disculparse, señalando los enjuagues del Vaticano, las manipulaciones del libor, los chanchullos de las agencias de calificación, y  las listezas de los usuarios de puertas giratorias, hoy en Wall Street, mañana en el gobierno. La enfermedad es la misma, desde luego. Pero no creo que eso les baste para hacerse perdonar. Y no lo creo porque este país no puede esperar a que la peste remita o a que se le ponga coto desde las más altas instancias planetarias, asimismo enfermas.
   En primer lugar, no puede esperar porque la gente lo está pasando francamente mal. En segundo, porque los naipes marcados están a la vista de todos. En tercero, porque la enfermedad no se cura con castigos ejemplares. En cuarto, porque mucha gente ya tiene la sensación de haber sido estafada por esta democracia. En quinto porque el sistema ha perdido la capacidad de redistribuir la riqueza sensatamente, con la consiguiente caída en picado de su legitimidad. Y en sexto y último término, porque la conciencia social de la que hacen gala los dos partidos hasta la fecha hegemónicos está claramente por debajo de la del franquismo, lo que ya es el colmo, lo que produce náuseas tanto a la izquierda como a buena parte de la derecha (eso sólo causa  placer a la oligarquía).
    Y como el país no puede esperar, como la solución no vendrá del duopolio ni de sus compadres de fuera, hay que enviarlo a su casa antes de que nos haga más daño.  Y sinceramente, la única solución que veo es un Frente Amplio o Frente Popular, en el que puedan participar todas las fuerzas políticas contrarias a la Bestia neoliberal, hoy encarnada en los dos mastodontes que practican un turno aun más torticero que el  de la Restauración canovista. 
   No es la hora de los maximalismos ni de los particularismos, ni de los pronunciamientos antisistema. No es el momento de modificar la Constitución (bien entendido que entre las propuestas del Frente Popular deberá figurar la eliminación de las modificaciones que el PP y el PSOE hicieron a nuestras espaldas). Es el momento de hacer valer nuestra democracia.  Todos los partidos pequeños deben sentarse a la mesa, en busca de un programa común, sin cerrarle la puerta a nadie (tampoco a los que procedan de la órbita de esos partidos hegemónicos, si se han liberado de la servidumbre neoliberal). De ello depende la supervivencia de nuestra democracia. Y hay que empezar a trabajar ya, en previsión de que las elecciones se adelanten, lo que puede ocurrir para pillar a todos a contrapié,  y en previsión de que aparezca un Monti hispano o de que se intente marear la perdiz con un gobierno de concentración. Y por favor, no nos dejemos distraer por casos como los de Urdangarín o Bárcenas, y tampoco por la prima de riesgo. El tiempo apremia. La alternativa es muy simple: o con la Bestia neoliberal o contra ella.
    

miércoles, 18 de julio de 2012

EL ALCANCE DE LAS PROTESTAS


    El ministro Soria no ha cedido ni un milímetro ante las protestas de los mineros, protestas realmente serias y justificadas. Es más, aparte de decirles que no hay dinero para hacer honor a los compromisos que el Estado contrajo con ellos, los amenazó con nuevos recortes.
    La señora Cifuentes lleva contabilizadas 1.400 manifestaciones de protesta desde enero, sólo en Madrid… Ahora se manifiestan los funcionarios, los parados, los directamente afectados por los recortes y aquellos a los que nada se les puede recortar, y también las víctimas directas de las tropelías bancarias que son de público conocimiento. El número de indignados de todas las edades y condiciones es impresionante y creciente, incluyendo hasta a los militares, sin que el gobierno sepa hacer otra cosa que apelar a la policía, asimismo afectada por los recortes. Planteadas así las cosas, indignadas millones de personas, muchas de ellas sin salir de casa, incapaz el gobierno de calmar los ánimos por estar metido ya en una espiral de recortes y manipulaciones de corte neoliberal, incapaz de hablar, por no tener nada que decir salvo echarle la culpa a Zapatero, la situación no puede ser más grave e imprevisible.
     Ya no bastan los pequeños gestos para la galería, como reducción a deshora de los ingresos anuales del Rey, del príncipe o de los señores ministros, por cuanto aquí el problema es que hay demasiada gente con el agua al cuello a la que más le irrita saber lo que ganan con recorte o sin él.  Ya no bastan las llamadas repentinas a la solidaridad, e incluso a la generosidad de los empresarios. Suenan todas a hueco. Tampoco va a bastar lo que acaba de saberse, también a destiempo no se sabe si por torpeza o por astucia: los funcionarios que ganen menos 962 euros mensuales recibirán la paga de Navidad. Aunque sea de agradecer, no es como para echar las campanas al vuelo, pues lo que parece todo un gesto se queda en un gestito: sólo el 0,57 por ciento de los funcionarios se beneficiará… El gobierno habla de 15.000 beneficiarios de la excepción, pero, como suele ocurrir, lo que suena bien lleva algún doblez. Hechos los cálculos, un representante del CSIF ha calculado que los afortunados no pasarán de mil (en un colectivo de 2.600.000 personas).  Hay, en definitiva, indignación para rato, mientras se ve venir una sucesión de hachazos y escándalos que la llevarán no se sabe adónde.
     Hemos ido a parar a un estado de anormalidad.  He aquí, pienso, las dramáticas consecuencias del déficit democrático (ahora se gobierna por decreto y la Moncloa lleva camino de parecerse a El Pardo) y de la insensata dilapidación de ese bien precioso llamado legitimidad. ¿Qué pasará? Nadie lo sabe, pero tengo la impresión de que asistimos al final de una época y de que los historiadores del mañana trazarán una línea justamente por aquí, para separar el período que siguió a la Transición de lo que viene ahora.
    Si el gobierno del PP, con su mayoría absoluta, se empeña imponernos su trasnochado y funesto modelo de sociedad neoliberal-neocón, sea por gusto, por rendir pleitesía a los magos de Bruselas, por no tener otra cosa en la cabeza, por no poder resistir la tentación que le ofrece esta crisis o por no haberse percatado de que la gente, vista la propia experiencia y la de otros países, lo aborrece, nos veo entrando en una fase histórica de lo más accidentada. Porque ese modelo importado sólo se puede imponer en nuestro país  por las malas, por las muy malas.

lunes, 25 de junio de 2012

EL CONTUBERNIO DE MÚNICH (LECCIONES ACTUALIZADAS)


 Conmemoramos aquel “contubernio” de hace medio siglo, entendido como antecedente necesario de la Transición, lo que me invita a ir en busca de las enseñanzas de nuestros mayores.
     Como es sabido, el régimen del general Franco estaba empeñado en entrar en Europa, como antes había entrado en la ONU, propósito que se vio frustrado por la movilización general de la oposición, que se dio cita en el hotel Regina de Múnich bajo el patrocinio del Movimiento Europeo. 
    Personalidades diversas (republicanos, monárquicos, socialistas, socialdemócratas, liberales, democristianos) del interior y del exilio se unieron por encima de sus diferencias y rivalidades: sólo una España democrática podía tener cabida en Europa. El acuerdo, con el abrazo de Madariaga y de Gil-Robles, vino a simbolizar una formal ruptura con la lógica  fratricida de 1936. “¡Los de Múnich, a la horca!” se oyó en la plaza de Oriente.
    Creo que la fórmula magistral del Contubernio debe ser recuperada. Entonces el enemigo a batir era el régimen dictatorial del general Franco. Hoy el enemigo a batir es la Bestia neoliberal, la dictadura de los mercados o dictadura de los muy ricos.
    A los de Múnich, algunos de los cuales tuvieron que cruzar clandestinamente la frontera o utilizar un pasaporte falso, les llegó el momento de lucidez y de valor, y ya no pudieron ser frenados por el miedo. Por eso se atrevieron a rubricar, a cara descubierta, el acuerdo democratizador. Hay que aprender de ellos, tomando nota de que en la lista de los asistentes hubo muchos que, de haberlo querido, habrían podido medrar a satisfacción en las entretelas de ese régimen que, como la citada Bestia, tan bien sabía administrar los premios y los castigos.
    Lo más devastador para los intereses de Franco fue la variedad de las personas que habían desafiado su  poder. Ni eran sólo cuatro gatos ni eran todos comunistas. En el hotel Regina había gentes procedentes de su propio bando… indicación segura de que los tiempos habían cambiado, pues estas personas preferían entenderse con sus enemigos de ayer a seguir en las mismas.  Y es que  habían encontrado una base sentimental y racional para superar el drama de las dos Españas, lo que venía arruinarle el negocio y a ponerlos fuera de su control.
   Los de Múnich tuvieron el mérito de decir basta, tuvieron el mérito de unirse, de encontrar una causa común en la lucha contra la dictadura y en la promoción del ideal democrático. Y es que a veces hay que decir basta. No se llegó al cónclave de Múnich sin recorrer un camino, pero se recorrió.
    Y yo tengo por seguro que ya somos muchos los que sabemos que  es una inmoralidad y una locura seguir riéndole las gracias a la Bestia neoliberal. Que esta se empeñará en seguir adelante, hasta la total devastación de nuestro país y del planeta entero, eso lo sabemos, pero cabe la esperanza de que personas de diversa filiación política, de diversa edad, e incluso antiguos servidores suyos, se unan con la finalidad de cerrarle el paso. Es lo que nos toca. Los de Múnich se envolvieron en la bandera de la democracia. A nosotros nos toca envolvernos en la del bien común. De manera inequívoca.

martes, 20 de marzo de 2012

VENIZELOS, UN CASO PREOCUPANTE

   El caso de Evángelos Venizelos me da mucho que pensar.  Primero, ministro de Defensa, luego ministro de Hacienda… y ahora nuevo presidente del PASOK, el partido socialista griego, fundado en 1974 por Andreas Papandreu.
     Se dice que Venizelos ha sido elegido democráticamente por los militantes de dicho partido, pero no cabe pasar por alto que era el único candidato, y así cualquiera. Lo que yo no consigo entender es que precisamente haya alcanzado la presidencia del partido el hombre a quien todos hemos visto rendir pleitesía al Comité del Dolor. Sólo un 16 por ciento de los griegos se fían  a estas alturas del PASOK, lo que es muy comprensible si se atiende a su comportamiento objetivo. No sé que esperan las cabezas pensantes del PASOK del señor Venizelos, que ya ha dado de sí todo lo que cabe esperar de él y de esa forma de entender la “responsabilidad” que ya se comió todo el prestigio del infortunado Yorgos Papandreu. Políticamente hablando, Venizelos es un cadáver, por muy alta estima que merezca a los chamuscados líderes de su partido y a los  compadres de Bruselas.
    El caso me preocupa porque, como ha he dicho alguna vez, esta crisis se está comiendo a los partidos con responsabilidades de gobierno –y al entero sistema político– sin que me haya sido posible detectar el menor gesto defensivo por parte de dichas cabezas pensantes, pendientes de sus propios asuntos y extrañamente insensibles a las necesidades de sus votantes.
    El encumbramiento de Venizelos a la presidencia del PASOK constituye una invitación a la automática radicalización de la izquierda, porque sólo los despistados y los desmemoriados se creerán sus  guiños a la socialdemocracia, todos ellos indignos de crédito. Y recuérdese  que la colaboración de la derecha con fuerzas transnacionales representa una invitación al extremismo por el lado contrario. Nos encontramos ante una crisis de representación, de curso  inquietante. Ojalá me equivoque.

jueves, 12 de enero de 2012

CHANTAJISTAS, SOCIEDAD ANÓNIMA

    Asistimos a la evaporación de la legitimidad política, lo que tendrá consecuencias horribles a corto y a largo plazo.  Gobernar con total desvergüenza de espaldas al bien común es algo que no se puede hacer impunemente, y menos aún en democracia.
     La guerra al déficit, ya asentada fraudulentamente sobre bases constitucionales, comporta, como estamos viendo, una escalada de recortes, un chantaje creciente y una retórica mendaz, gobierne quien gobierne.
    Los asesores de imagen y los magos de la mercadotecnia política han recomendado la inclusión de algunas frases encaminadas a hacernos creer que también se va a trabajar a favor del crecimiento.  “Los sacrificios no serán en balde”…  Es lo mínimo que se le debe decir a la víctima de este  suplicio. Pero, ay,  ya no basta la caradura de un publicista para salir del paso. Según los  sesudos cálculos de Kenneth Rogoff y Carmen Reinhart, unos técnicos del FMI, la cosa “mejorará” dentro de diez o de quince años… es decir –añado yo– cuando valgamos tan poco como un esclavo chino, cuando nuestras cosas y nuestras viviendas estén a la altura de cualquier depredador local o  extranjero.
    A estas alturas ya sabemos todos de qué va la cosa. ¿Están ya satisfechos los mercados con los sacrificios que tienen a Grecia al borde del estallido social? Por supuesto que no.  La norma es felicitar al infeliz gobernante de turno por las medidas de austeridad que acaba de tomar, para luego, pasados unos días, pedirle otras aún más brutales. Se aplica al caso la lógica de los chantajes, que va de menos a más, hasta la total consunción de la víctima.
     Todos sabemos que los mismos individuos que erigieron la pirámide de Ponzi que se tambaleó en el 2008 están al frente de las operaciones, decididos a mantenerla a toda costa.
    Todos sabemos cómo se trampea con el dinero público a favor de los bancos y como éstos hacen negocios maravillosos a cuenta de los Estados lanzados a una espiral crediticia irremediable. Y todos sabemos que los recortes en cuanto tales sólo pueden terminar de hundirnos en una recesión. Lo sabemos todos, también –por mucho que finjan– los colaboracionistas que trabajan al servicio de la mayor estafa económica y política de todos los tiempos. 

sábado, 24 de diciembre de 2011

EL GOBIERNO DEL MUNDO COMO ESPEJISMO


     Hace más de cien años Nietzsche anunció el fin de la “política pequeña” y el advenimiento del “gobierno del mundo”.  Y en vista de lo que está pasando, contemplada la poquedad de los gobernantes ante los mercados, ya apercibidos todos de que unos  y otros actúan sistemática y mancomunadamente  en perjuicio del bien común, es muy comprensible el ciudadano se pregunte quién diablos mueve los hilos. Grave pregunta: es imposible poner nombre y apellido  al responsable o responsables, y parece irritante que sólo se pueda señalar con el dedo a cierta "alta burguesía financiera", de la cual el señor Draghi no pasa de ser un criado. 
    Tampoco se va a ninguna parte señalando a los Estados Unidos, pues el país en cuanto tal se encuentra entre las víctimas. Por así decirlo, la responsabilidad se ha desnacionalizado y suena a arcaísmo culpar a "los gringos" o a los "boches". Y desde luego, la época de los grandes hombres ha pasado: Obama  sólo es el personaje más poderoso de la tierra en sentido figurado. Creo que por  eso es tan fácil caer en la tentación de atribuir "el gobierno del mundo"  a tales o cuales grupos misteriosos de alcance transnacional.
    La Trilateral, el Club de Bilderberg,  Wall Street,  Goldman Sachs y el complejo militar-industrial norteamericano han hecho méritos más que suficientes para cargar con las sospechas.  Oigo decir  que ellos "gobiernan el mundo". No sé quién me llamó la atención sobre la peligrosidad de la asociación estudiantil Skull & Bones, fundada en la Universidad de Yale, en los años treinta del siglo XIX…  Y como si todavía se pudieran tomar en serio los Protocolos de los Sabios de Sión,  he vuelto a oír que los judíos y los masones tienen, secretamente, la sartén por el mango. Pero, amigos, frío, frío.  
      Si dejamos a un lado a los míticos Sabios de Sión, está claro que se trata de grupos interesantísimos,  entre los que van y vienen ciertos primates asimismo interesantes.  Ahora bien, de algo podemos estar seguros: esos grupos no nos estarían dando tanto que pensar si no se hubiera producido algo que les supera, que va más allá de sus puertas cerradas. Me refiero a una espectacular mutación  de la sensibilidad política de la elite del poder a la que, por supuesto, pertenecen todos sus miembros y todos sus activistas.
     Dicha élite  ha vuelto a las andadas, a actuar sin el menor respeto por el bien común, con un sentido patrimonial de la riqueza que produce escalofríos. Y esta novedad, esta mutación, nada casual, que ha tenido un largo período de gestación, tiene la particularidad de afectar no sólo a los elementos destacados:  ha hecho carne en el intelecto de gente con la que nos codeamos a diario, con gente que no sólo sirve a la causa de la élite sino que también le da vida, sirviéndole de apoyo,  de correa de transmisión, de cámara de resonancia y hasta de sistema nervioso.
     No podemos decir quién manda –el poder se divide entre diversos núcleos oligárquicos al servicio de sus respectivos intereses–,  pero sí sabemos quiénes fueron los causantes de la mutación,  unos personajes cuyos nombres la historia registrará en simples notas a pie de página. Me refiero a ciertos magnates de la industria cervecera y petrolera, a gentes como los Koch o los Mellon y a sus amigos de las empresas asociadas al complejo militar-industrial. Nada inventaron: bastaban las viejas ideas, algunas  medievales, otras de los principios del capitalismo.  Lo decisivo fue  el entusiasmo y el dinero que pusieron sobre la mesa con la intención de poner fin a la marea progresista de los años sesenta e imponer a la humanidad, como plato único, el capitalismo salvaje o neoliberalismo. Ellos echaron a rodar la revolución de los muy ricos, cuando, por cierto, parecía una causa perdida.
    La conjura –pues fue una conjura– se urdió en varios think-tanks y fundaciones creados a tal efecto (Cato, Bradley, Heritage, etc.) o reflotados para la ocasión, como fue el caso del American Enterprise Institute. Dichos think-tanks fueron creados precisamente porque la sociedad establecida, con sus universidades y sus leyes, con su saber acumulado, no estaba por la labor de echar por la borda el consenso y la sensibilidad del período iniciado en 1945.
    De no mediar esa conjura ni la Trilateral ni los  de Bilderberg ni los de Wall Street ni los del FMI, ni los del  Banco Mundial ni los de Bruselas habrían perdido los papeles y el sentido de los límites, tampoco los gobiernos, ahora capaces de ir directamente contra los intereses de la gente como si fuera de lo más natural.  Lo que no quiere decir que los conjurados de aquel entonces manden en el sentido convencional del término.
      En vez de atar cabos en plan paranoico, conviene acudir a la historia.  ¿Qué pasó a principios de los años setenta?  Los creadores de esos think-tanks se aplicaron a romper el paradigma de la posguerra, para lo que echaron mano de legiones de periodistas, profesores, escritores, sociólogos y gentes de la televisión, todos debidamente untados. Hasta pagaron a una legión de telepredicadores, naturalmente no con la idea de elevar el nivel de la gente sino con el de atontarla.
      Basándose en los informes de Walter Lippmann y de Lewis Powell, dichos caballeros, confiando en el poder del dinero, confiando el asombroso poder de la propaganda y del chantaje y de los sobornos a gran escala –poderes en los que Lippmann y Powell tenían una fe ciega–, se trazaron un plan  elitista y oligárquico de largo alcance, con la intención de retrotraernos a las coordenadas del capitalismo salvaje, lo que implicaba acabar con el consenso racional surgido tras la Segunda Guerra Mundial. Cuarenta años después se demuestra que se salieron con la suya. Un resumen de lo sucedido figura en el libro Palabras para indignados, donde se pone en evidencia la vasta operación de ingeniería social de la que hemos sido víctimas. Esta operación ha conseguido lo que parecía imposible, a saber, modificar el encuadre intelectual de grandes masas humanas y también, dato capital, de la elite del poder y de sus asociados.  
     Por aquel entonces nadie en su sano juicio deseaba volver a las coordenadas del capitalismo salvaje; es más, ni siquiera se creía posible en el campo de la élite, pero esos caballeros lo lograron, hay que reconocerlo. Para ello tuvieron que comprar voluntades, tuvieron que seducir a muchos, y tuvieron que arrollar a sus oponentes, que se encontraban en mayoría. Y desde luego, tuvieron que colonizar física e intelectualmente todos los centros de poder, desde la Casa Blanca al FMI.
    No  pocos personajes de la vieja guardia del Club de Bilderberg y de la Comisión Trilateral  se vieron sorprendidos por esa campaña. Me refiero a personas poderosas, fanáticas del sistema capitalista pero que –he aquí la gran diferencia– habían renunciado al capitalismo salvaje por considerarlo inviable y hasta peligroso para sus propios intereses.  No querían volver a la época en que los ricos  vivían sentados sobre una bomba de relojería y estaban dispuestos a repartir un poco el pastel, pues lo último que querían era matar la gallina de los huevos de oro.  El mérito de los conjurados fue hacerles callar y reducirlos a la impotencia.
    Los casos de Johnson y de Nixon nos puede servir de referencia. El presidente Lyndon B. Johnson –cualquier cosa menos un santo–, merece ser recordado por haber encargado el llamado Informe Lippmann, pero también por no ponerlo en práctica.  Johnson quería pasar a la historia por sus realizaciones en el terreno de la justicia social, y el elitista Lippmann proponía  una acción elitista, un retorno al capitalismo salvaje, inseparable del desprecio por el pueblo. Johnson odiaba a los hippies, era codicioso hasta extremos perversos,  pero no estaba en la onda. Como hombre de la vieja guardia, soñaba con su Gran Sociedad, una sociedad igualitaria, con prosperidad para todos, y por supuesto no perdía de vista al electorado, al que no se imaginaba votando –como ha llegado a ser normal– contra sus propios intereses. Ni siquiera el pérfido Nixon, su sucesor, se quiso enajenar las simpatías populares para darle el gusto a la minoría ultrarreaccionaria que operaba desde los mencionados think-tanks. Johnson y Nixon, que no eran buenistas en ningún sentido, jugaban sus bazas como se había hecho desde los tiempos de Franklin D. Roosevelt, procurando consolidar el sueño americano. No figuraban entre los conjurados.
     Para transformar el sueño americano en un infierno a mayor gloria de los más ricos hicieron falta años de sostenido esfuerzo publicitario a favor del capitalismo salvaje. Al respecto es interesantísimo el caso de la Ford, cuya fundación se había aplicado a patrocinar a toda clase de proyectos progresistas y que, con el acuerdo de la CIA había patrocinado, en el mundo entero, a políticos de centro e incluso de izquierdas (a condición de que no fueran comunistas). Bajo el influjo del proyecto ultrarreaccionario, dejó de hacerlo, y pasó a apoyar a los mencionados think-tanks, siguiendo las consignas de Powell, que bien claro había dicho en su informe que era una locura financiar a los enemigos del capitalismo. 
    No se llegó a Ronald Reagan en un día; tampoco a Margaret Thatcher.  Lo que empezó en esos conventículos ultrarreaccionarios no habría llegado muy lejos si no hubiese logrado convertirse en un movimiento, con sus correspondientes conversos, con sus premios y con sus castigos. En la actualidad, por lo tanto, no somos víctimas de unos sujetos sin escrúpulos que se reúnen en tales o cuales cenáculos,  porque somos víctimas de un movimiento de muchos tentáculos y muchas cabezas, todas ellas desprovistas del menor compromiso con la verdad y el bien común.
    Hubo una conjura, hubo un proyecto. Pero esto no quiere decir que los promotores del cambio de paradigma político, económico y social gobiernen el mundo en el sentido imaginado por Nietzsche. Estoy hablando de aprendices de brujo, de gentes que no miden las consecuencias de sus actos, mezquinas hasta la demencia. No hay un mando único y las contradicciones y las peleas dentro de la élite están  a la orden del día, lo que lejos de limitar al movimiento le confiere su peculiar dinamismo.
     En páginas memorables, Ian Kershaw nos describió  la forma de “gobierno” típica de la Alemania nazi. No es que Hitler entrase en detalles; es que sus secuaces se aplicaban a “trabajar en la dirección del Führer”. Ahora no hay Führer alguno, pero hay miles de personas, de diverso calibre y ocupación, trabajando “en la dirección del capitalismo salvaje”. No es preciso dirigirlas: ya saben lo que tienen que decir y hacer. Así, ven natural que con el dinero de los pueblos se salve a los bancos y a los grandes financieros, y que luego continúe la explotación de los mismos pueblos  ad infinitum, como si fuese natural y no una estafa y un crimen.
    Todo lo que es bueno para este capitalismo les complace; todo lo que lo obstaculice, malo. Tienen un sexto sentido para captar lo “malo” ahí donde esté, a veces muy lejos de la economía, por ejemplo en los dominios de la educación, la psicología, la filosofía y la moral. Todos ellos saben que la tradición ilustrada no les viene bien, como saben que la religión es estupenda como opio del pueblo. Y son muchos, muchísimos.  Un club de notables malvados no habría llegado muy lejos. 
    De hecho, siempre ha habido clubs de notables malvados, con las mismas o parecidas ideas. Lo terrible es que estamos ante un asunto que implica a miles de agentes, de diversas nacionalidades, que luchan entre sí como fieras por un pedazo de carne al tiempo que se  mantienen unidos contra la gente común, a la que han perdido completamente el respeto.
    Para colmo, hay otra complicación a tener en cuenta: no todos los agentes de la revolución de los muy ricos son demonios. Hay mucho imbécil por ahí. Siempre atentos a los intereses de este capitalismo loco,  abundan las personas  desprovistas de sensibilidad humana y de conocimientos históricos, con una  buena conciencia a toda prueba. Me refiero a seres incapaces de ver las consecuencias de sus sumas y restas. Y  esto nos plantea un problema muy serio.
    En los viejos tiempos, cuando el gran hombre insoportable caía, todo el tinglado se venía abajo, de súbito, como cuando Hitler se pegó un tiro, o poco a poco, como ocurrió tras la muerte de Stalin, o como sucedió aquí tras la muerte de Franco. El “sistema” actual  no tiene nada que ver con eso: tiene miles de piezas de recambio, en todos los niveles, en las universidades, en los parlamentos e incluso en los bares. 
    El Club de Bilderberg podría autodisolverse, la Comisión Trilateral podría ser desmantelada, podrían ir a prisión los capos de Wall Street, y todo seguiría igual.  No cabe hablar de un gobierno de la tierra, sino de la resultante de una desvergonzada lucha por el poder entre facciones diversas, con las correspondientes improvisaciones, obcecaciones y necedades. En todo caso, habría que hablar de un "desgobierno de la tierra" al servicio de los intereses oligárquicos. Los que iniciaron la jugada no mandan, no dirigen, algunos hasta han fallecido, y sólo les cabe el lamentable honor de haber desencadenado al monstruo depredador que la humanidad creía haber atado en corto allá por el año 1945. Dicho monstruo de muchas cabezas no dirige, no gobierna, no construye: devora.

viernes, 25 de noviembre de 2011

A LA CLASE POLÍTICA EUROPEA (URGENTE)


     De seguir las cosas por este camino, ser demócrata, ser europeísta, ser español o griego dejará de tener sentido, salvo para la nostalgia.  
     Está visto que  la clase política europea no se atreve a poner freno a los poderes económicos de ambos lados del Atlántico: les tiene un miedo espantoso, por no hablar de los intereses particulares.  Que son poderes  temibles, eso ya lo sabemos. Pero hay que tener en cuenta que, una de dos, o saca fuerzas de flaqueza y les para los pies, o se verá pillada entre dos fuegos, viéndose obligada a elegir luego, sin duda a la desesperada, de parte de quién se pone, ya sin posibilidad alguna de engañar a nadie.
    Porque de seguir las cosas así, dicha clase política tendrá que vérselas con una rebeldía generalizada, con una desobediencia creciente, consecuencia directa de la pérdida de legitimidad. Llegados a cierto punto, al parecer cercano, ya sólo le quedará apelar a las fuerzas del orden público, obligándolas a ir más allá de lo permisible en un sistema democrático digno de tal nombre. 
     Sépase que  es bastante más fácil meter en cintura a los poderes económicos que meter en cintura a los pueblos irritados con razón. Y nuestra clase política debería recordarlo. ¿O es que no lo recuerda porque lo ignora, porque no sabe nada de historia? A ella le toca decir basta, no a los pueblos, pero si ella se obstina en ir por la línea del menor esfuerzo a costa del bien común, ¿qué cree que va a pasar? 

miércoles, 16 de noviembre de 2011

LA EUROPA FRACASADA


    Hace tiempo que el sueño europeo degeneró en pesadilla. Y ahora vienen las consecuencias, en forma de crisis del euro, negociaciones a puerta cerrada, desprecio por el bien común y gobiernos carentes de legitimidad democrática como los de Grecia e Italia.
    Europa se ha labrado su desgracia a pulso, y sus bien alimentados y doctos dirigentes carecen de disculpa.  Todavía vale la pena leer El sueño europeo, de Jeremy Rifkin, pero no para hacerse ilusiones, sino para lamentar lo que pudo ser y no fue. 
    Esos dirigentes, lejos de afirmarse en la singularidad europea heredada de Adenanuer,  De Gasperi y Monet, se dejaron acunar por los mantas neoliberales que venían del otro lado del Atlántico, hasta marearse, hasta perder la conciencia histórica.  De ahí que confiasen la Constitución europea al neoliberal atlantista Valery Giscard d’Estaing, el amigo de Bokassa, de ahí que, rechazado el aborto consiguiente por la ciudadanía, prefiriesen seguir adelante sin ninguna Constitución.  No querían verse con las manos atadas por un documento serio. De ahí que se cuidasen muy mucho de suscribir una Carta Social. Y ahora precisamente vemos las consecuencias, y ellos se ven con las manos libres para acogotar a los pueblos.
    Europeísta convencido, yo todavía recuerdo mi estupefacción al descubrir que el secretario general del Partido Popular Europeo no era otro que Alejandro Agag, el  cuñado de Aznar. ¿Qué pintaba este  avispadísimo hombre de negocios en ese puesto?  ¿A tal punto había degenerado el centro-derecha europeo? Pues sí. Y también el centro izquierda se había ido al diablo, comprado y enviciado.
    Todo el sistema se había desplazado hacia la derecha, y tanto los prohombres de la derecha como los de la izquierda, pisoteados sus respectivos ideales democristianos y socialdemócratas, se entendían de maravilla –mafiosamente– en clave neoliberal. Los resultados, a la vista. Para esta gente, desde el primer momento, el mayor estorbo ha sido el Estado social europeo, una rémora intolerable desde la óptica neoliberal. Ahora se están dando el lujo de dejarlo en los huesos. Tomemos nota los europeos desprevenidos: en los Estados Unidos hay casi cincuenta millones de pobres –catorce de ellos en las alcantarillas– y unas desigualdades que claman al cielo. Debería bastarnos un vistazo a ese país para saber lo que nos espera. Es tarde para pedirles a los máximos dirigentes europeos, parte de los cuales no dependen para nada de nuestros votos, un mínimo de respeto por los valores de la vieja Europa, pues viven de copiar y de servir a sus oscuros patrones. 
   Con todo, no debemos meter a todos los políticos europeos en el mismo saco. A los que quieran rebelarse contra esa mafia, hay que apoyarles, bien que exigiéndoles que nos den cuenta de su existencia. 

martes, 15 de noviembre de 2011

DE LA CRISIS AL DESASTRE


    Vivimos, como es sabido, en la era del dinero fiduciario, basado todo él en la confianza, y precisamente es  confianza lo que no hay ni puede haber en las actuales circunstancias.
   De ahí que haya servido de tan poco que las altas autoridades europeas hayan creado un fondo de un billón de euros para tapar agujeros, esto es, para tranquilizar a los bancos, a las grandes empresas y, en general, a los magos de las finanzas globales.  No es de extrañar:  ya no se sabe muy bien qué es lo que demonios hay dentro de ese fondo, con la particularidad de que los sujetos a tranquilizar saben mejor nadie que no es oro todo lo que reluce. 
    Se está haciendo un esfuerzo supremo para impedir que se venga abajo el sistema. Nos encontramos ante un pirámide de Ponzi y no hace falta ser un genio para predecir un desastre mil veces peor que el del año 29, con un coste político y humano que será, como mínimo, el de entonces, espantoso, aunque se llegue a él a cámara lenta. 
    Me quedan pocas esperanzas de que los mismos personajes sapientísimos que nos han conducido a este desfiladero sean capaces de rectificar. No lo han hecho, luego no lo harán. Les pasa como a los adictos a la heroína que, una vez enganchados, la prefieren a cualquier otra cosa, al punto de parecer estúpidos y de arruinarse a sí mismos y a sus familias, como ellos están arruinando a sus pueblos, ebrios de ortodoxia neoliberal.
     No tiene ninguna gracia pensar que estamos en manos de gentes así. ¿Cuándo entrarán en razón? ¿Cuando vean convertidos los billetes, los valores y  los malditos bonos en papeluchos? Para  entonces, el sistema político europeo habrá sido triturado. Nótese que Monti ha venido a rematar la obra iniciada por Berlusconi, como Papademos ha venido a rematar la obra de Papandreu, sin que nadie, ni los tontos, hayan recuperado la confianza, ese bien perdido, a todas luces incompatible con la acción de desplumar a los pueblos. EL BCE y Bruselas, ya metidos de lleno en esta acción demencial, deberían ir entonando un mea culpa, porque mañana será demasiado tarde, y cosa que digan será tenida por tramposa, malvada y antidemocrática. 

viernes, 30 de septiembre de 2011

MIRANDO AL PORVENIR


    ¿Hasta cuándo  esta crisis? Me lo han preguntado, con angustia, y me quedé sin habla. Ahora se me acalambran los dedos.  Es indignante, pero esta crisis, de no mediar un milagro, de no verse  nuestros dirigentes  obligados a recapacitar, durará hasta que los estándares sociales europeos hayan sido reducidos a la mínima expresión, hasta que cosas y personas valgan tan poco que de gusto comprarlas por poca plata. Entonces y sólo entonces volveremos a ser atractivos y competitivos.  
   Los poderes globales se están aprovechando de la misma crisis que ellos causaron, con esa oscura finalidad. Así, Estados Unidos, teatro de estafas monstruosas, cargado de deudas, se escuda en la crisis europea para ocultar los problemas que, por la misma razón,  sus capitostes económicos no tienen ni la menor intención de resolver, al tiempo que, dentro del espacio europeo, se transfieren las culpas a los más débiles, cuyos ciudadanos son los más expuestos a volverse interesantes en el futuro próximo, como mano de obra barata y ejemplarmente quebrantada.  Razonando no se puede conseguir que la gente lo acepte, mediante el chantaje económico sí que se puede.
    La misma jugada que se hizo contra los intereses del pueblo norteamericano a mayor gloria de una minoría, se está perpetrando en Europa, y el resultado será igualmente espantoso.
    Mientras montar una fábrica cueste el doble en España que en China, no tiene sentido hacer números, como los genios de la deslocalización han sido los primeros en saber.  Si los obreros chinos no cuestan nada, mientras se los pueda contratar o despedir de un puntapié, no podemos pedir que nadie se interese por nuestra mano de obra. No hay más misterio, en lo tocante a nuestros cinco millones de parados. 
   Esto se veía venir, dígase lo que se diga, desde hace tiempo, desde que la secta neoliberal echó raíces de este lado del Atlántico.  ¿Creemos que fue casual que se encomendase la redacción de la Carta Magna europea al neoliberal y atlantista Valery Giscard d’Estaing? ¿Creemos que este buen amigo del sanguinario Bokassa nos iba a proponer algo aceptable? ¿Creemos que sólo por dejadez se ha traspapelado la Carta Social?  Desde hace tiempo, el Tercer Mundo está creciendo en el espacio de los privilegiados. Y esto promete dolor, mucho dolor, siendo inútil buscar en todo ello el menor vestigio de moralidad. Y como no hay moralidad, como no hay un solo ideal decente a exponer, sólo se hablará de que hay que hacer sumas y restas, sobre todo restas.

domingo, 17 de julio de 2011

APLAUSOS PARA GIULIO TREMONTI


    El superministro de finanzas italiano, señor Tremonti, se ha sacado de la manga una serie de medidas draconianas. Pretende impedir en el último momento que la tercera economía de la zona euro –“demasiado grande para quebrar”–, se vaya a pique. Le aplauden  quienes disfrutan con este tipo de cosas, los que consideran normal y razonable que se cargue el montante de todas las juergas en el pueblo llano. Se alaba su elevadísimo sentido de la responsabilidad, pero no seré yo quien aplauda. Me parece indignante: todas esas medidas se las dictó el Comité del Dolor, de espaldas al bien común.
     Mano derecha de Berlusconi hasta ayer mismo y corresponsable de todas sus juergas financieras, Tremonti  no es quién para imponerle sacrificios a nadie. No hay más que pensar en su buen amigo Milanese, un auténtico acumulador de porsches, yates y joyas, para abarcar la tragedia de un vistazo.
    Para imponer sacrificios hay que tener eso que antes se llamaba “autoridad moral”. ¿Cómo reaccionarán los italianos?  Las  tuercas se irán apretando de aquí al año 2014 y, a juzgar por otros casos, se puede dar por seguro que, por el camino, Tremonti o cualquiera de sus clones, añadirá nuevos sufrimientos. Estas cosas van de menos a más, sin ninguna garantía para la víctima.
   Si la estabilidad de la zona euro depende de este tipo de jugadas, podemos estar seguros de que esto va a acabar mal, muy mal. ¡Pobre Italia, pobre Europa! ¡Y pensar que hay gente que se está lucrando con el dolor de los pueblos con increíble desvergüenza!  Vale la pena leer el siguiente artículo:  www.publico.es/dinero/387469/los-bancos-de-eeuu-se-hacen-de-oro-con-la-crisis-del-euro Ofrece una clara indicación de que nos encontramos en manos de una banda de chantajistas.

miércoles, 8 de junio de 2011

LATINOAMÉRICA: LECCIONES POLÍTICAS


     Ollanta Humala acaba de alzarse con la presidencia de Perú, dejando maltrechos los sueños de Keiko Fujimori. A pesar del masivo apoyo del capital  a la hija del caudillo neoliberal Fujimori (el hombre que subastó los  bienes de Perú en beneficio de los tiburones de las finanzas y de sus propias apetencias), el pueblo se ha decantado, claramente, por el “indigenista” Humala. Y es que el neoliberalismo no tiene porvenir en aquel subcontinente hasta ayer mismo entregado de pies y manos a derechistas y vendepatrias ebrios de narcóticos neoliberales.  A pesar del triunfo del ricachón Piñeira en Chile, la tendencia general está clara. 
     Hay grandes diferencias entre la señora Kirchner y Hugo Chávez, como las habrá entre Humala y Dilma Roussef, pero América Latina se ha escorado hacia la izquierda. No por casualidad, sino por experiencia. Allí prevalecen las personas que ya saben a qué atenerse en lo tocante al neoliberalismo económico y buscan otras fórmulas.  
    Comparados con los latinoamericanos, los europeos estamos, a estas horas, completamente en la luna. El caso portugués es interesantísimo. Unos socialistas que de tales sólo tienen el nombre han sido barridos en las urnas por un partido que tiene la desvergüenza de llamarse “socialdemócrata” sin serlo en absoluto. 
    Si no fuesen tan arrogantes, los políticos europeos aprovecharían  las lecciones  latinoamericanas, en previsión de males mayores, dejarían para otro momentos los turnos, los juegos entre azules y colorados; y los pueblos, harían algo mejor que votar a personajes como Blair o Berlusconi.    
    Cuando los que no representan a sus pueblos sino a los amos de las finanzas y a las minorías satisfechas agoten su ciclo, cuando la gente se harte de los Zapateros, los Sócrates y los Papandreu  y simultáneamente de los Sarkozy y los Cameron, tan vendidos al capital como los Carlos Andres Pérez y los Carlos Menem, ¿qué creemos que va a pasar? 
    Puede que no esté lejos el día en que nos toque lamentar la ausencia, por estos lares, de personajes como Evo Morales, Dilma Rousseff o Ollanta Humala, esos líderes latinoamericanos que cargan con el aborrecimiento de nuestros traficantes de ilusiones. El juego de no ser de derechas ni de izquierdas no va a durar mucho, lo presiento, y vaya por adelantado que estoy mucho más cerca de Evo Morales que de Marine Le Pen.