Digo Bankia donde debería decir Caja Madrid, desarrollada a partir del
Monte de Piedad fundado por el padre Francisco Riquer hace trescientos años.
El pobre
Riquer, a buen seguro, no entendería lo que ha pasado, como tampoco lo entiendo
yo. Una institución sólida, creada con intenciones sensatas, orientada a
ofrecer apoyo a iniciativas razonables y a apoyar a las personas en apuros o
con pocos medios, siempre orientada también a proteger al común de los mortales
contra los usureros, ha venido a acabar como nuestro Lehman Brothers.
Ayer
mismo, con gran despliegue mediático, se había hecho cargo de Caja Madrid el
mayor genio económico, señor Rodrigo Rato, que la transformó en Bankia, con
aires de comerse el mundo. Hoy la publicitada
nave se ha hundido ignominiosamente en la bolsa, dejando al aire todas sus
vergüenzas y, de paso, las vergüenzas de un sistema que ya no da más de
sí.
El señor
Rato, capitán de la nave, nada parecido al buen padre Riquer, cobraba dos millones
de euros anuales (en un país en el que hay cinco millones de parados y en el
que el trabajador medio debería trabajar, sudando la gota gorda, más de dos
siglos para redondear esa bonita suma)…
Y
ahora se hará lo siguiente: echar mano del dinero del contribuyente, del que ha
ganado y del que supuestamente ganará, para reflotar la nave. Una vez
conseguido este propósito, el banco será vendido al mejor postor, y vuelta a
empezar. La socialización de las pérdidas forma parte de los presupuestos del sistema,
de cuya escandalosa inmoralidad somos todos conscientes. En cuanto al señor
Rato, se dirá que tuvo mala suerte y que fue víctima de la incomprensión de
otros tiburones y aquí paz y después gloria.
¡Ay,
este Rato! Ha tenido una trayectoria lo suficientemente larga como para vivir
la fase neoliberal desde sus comienzos, con predicaciones sobre el "capitalismo popular" y la "nueva economía", hasta su vergonzoso final. Será
recordado no sólo por haber hundido la obra del padre Riquer, sino también por
haber vendido las joyas de la corona (Telefónica, Repsol, etc.), por ser uno de
los genios de la improvisación y de la imprevisión que nos han conducido a este
desfiladero. Yo creo que ha sido el genio mayor, aunque no me olvido de los señores
Boyer, Solchaga y Solbes, de similar hechura.
Hoy más
que nunca España necesita economistas serios, conscientes de la totalidad de
los problemas implicados, con visión de Estado y sentido de futuro. Porque los
simples plagiarios, los que simplemente van con la corriente, los que confunden
este país con los Estados Unidos, los que se deslumbran como paletos ante los
pases mesméricos de Wall Street, los que se guían por el viejo catecismo
neoliberal que les tradujo el profesor Schwartz hace treinta años, los lacayos de la oligarquía cleptocrática no nos van a servir para nada, salvo para
hundirnos en la miseria... del todo.