No veo la historia con los ojos del determinismo pero entiendo muy bien
lo que quería decir Churchill cuando explicó a los británicos que se
encontraban en el “tiempo de las consecuencias” (1939), y creo, además, que
estamos precisamente ahora en una de tales fases, en España y en Europa.
Si
uno contempla el “problema catalán”
acaba metido en lamentaciones sobre lo que se hizo y no se hizo al
respecto, a la espera de la evolución de
los acontecimientos, de racionalidad menguante. Lo mismo sucede cuando oye
hablar de la necesidad de acabar con “el régimen de 1978”. Se
queda uno a verlas venir, con la sensación de que nunca deberíamos haber
llegado a este extremo, de curso imprevisible. Pero es tiempo de
consecuencias y ya no valen las
lamentaciones.
Resulta
que hay varias generaciones de demócratas españoles que sienten asco ante
lo sucedido en el marco
constitucional de 1978 y que ya no
hay posibilidad de defenderlo con los argumentos de siempre, cuyo poder de
convicción se ha disipado.
Otro tanto ocurre con respecto a Europa. El europeísta de ayer se queda
sin palabras. No es que Europa nos falle, es que ya falló, metida en un
proyecto contra sus habitantes que viene de lejos. Lo que sigue es el Acuerdo de
Libre Comercio e Inversiones EEUU/UE, cuya botadura, lo veo venir, coincidirá,
oh casualidad, con el fin del austericidio (para mejor imponer la falsa impresión de que ese tratado es el
gran remedio a todos nuestros males). Los secuestradores de la vieja Europa y
han demostrado cierta maestría en la administración de palos y pequeñas
zanahorias, por no hablar de su adicción al terrorismo económico.
La crisis provocada por unos tiburones que especulaban con más basura
que ladrillos ha sido aprovechada
para laminar el Estado de Servicios y convertirlo en coto de caza de inversores
para nada comprometidos con sus fines originales. Ya se dio marcha atrás a los
derechos del trabajador, se benefició a las empresas transnacionales, a los
banqueros y los especuladores. Expolio y destrucción de la clase media,
inaudita prostitución de la soberanía nacional y, en definitiva, un sostenido avance hacia una sociedad
clasista decimonónica (peor, por tratarse de una regresión traumática).
En este inmundo negocio compadrean los populares y los socialistas europeos
desde hace años, tantos años que ha llegado a ser una consecuencia necesaria el surgimiento de un movimiento generalizado de
oposición, un movimiento bifronte, en el que encontramos, por el lado
izquierdo, a Syriza y Podemos, y por el lado derecho, al Frente Nacional de la
señora Le Pen, por poner solo tres ejemplos de fuerzas opuestas que aspiran a
representar a las víctimas del atropello. La farsa europea no podrá
continuar impunemente.
Es
tiempo de consecuencias, pues. La confrontación promete ser durísima. Ya me
parecía raro que Europa se fuese a dejar desplumar como los países tercermundistas
que ya han padecido tan horrible tratamiento. Al final, aunque tarde, cuando grandes masas humanas han tomado
conciencia de lo que está pasando, se ha producido una reacción que hará
historia.
Como la escalada neoliberal
pretende continuar como si nada pasase, como ya sabemos que no se atiene a
principios morales, el movimiento de oposición a sus fines no tiene vuelta
atrás e irá necesariamente en aumento. Se
masca, pues, un cambio de época, con muy pocas posibilidades de regresar a los
consensos originales. Lo
dicho, es tiempo de consecuencias, con
las consiguientes pruebas de fuego para la democracia española y europea.