Sentada a la vera de Mario Monti, Elsa Fornero, ministra de Trabajo, se ha
echado a llorar, incapaz de exponer los planes que su jefe tiene para los italianos. Yo la comprendo, y le digo que sus
lágrimas la honran.
Lo único
que no entiendo es que, con su sensibilidad, haya tomado plaza en ese gabinete
surgido de un golpe de mano de los mercados contra la democracia italiana y,
por extensión, contra la de todos nosotros. ¿Qué se podía esperar del señor
Monti, el hombre de Goldman Sachs, salvo
una sucesión de salvajadas? No es que Europa corra peligro, es que ya se
ha ido al carajo.
Y
motivos para llorar hay muchos. Y
no sólo para llorar de tristeza, sino también de rabia. Después de muchos años
de soportar aquello de “¡la economía, estúpidos!”, después de oír que sólo los
magos de la economía saben de qué va la cosa, resulta que nos han conducido
hasta aquí, de donde sólo se pude “salir”con rumbo al infierno. Y resulta que
esto mismo ya ha ocurrido en otras latitudes, y que no cabe ver en ello ninguna
novedad. Lo único novedoso es que esto suceda en Europa, que de pronto pide auxilio al FMI, como si no se supiera a qué se dedica desde hace décadas.
Ahora resulta que hasta el euro está en peligro. Me viene a la memoria
que a Sadam Hussein le costó muy caro hablar de transferir sus divisas de
dólares a euros, y recuerdo, como de pasada, que no fue una buena idea por
parte de Gadafi la ilusión de crear una moneda africana sólidamente anclada en el oro. No vaya a ser que los
historiadores de mañana, si llega a haberlos, se vean obligados a contemplar la
hipótesis de que la basura financiera
de la víspera, que todavía sigue dando vueltas, haya sido algo más que una
locura y una colosal estafa.
Por lo demás, doy por sentado que nos están empujando brutalmente hacia
lo peor del siglo XIX, hacia el capitalismo
salvaje. Ya va cobrando forma ante
nuestros ojos, donde esperábamos cohesión social y progreso, una sociedad
jerárquica, absolutamente retrógrada, de tipo medieval pero peor, por estar
basada no en la nobleza sino en dinero –real o ficticio– y por estar
caracterizada por no tener ni el menor asomo de lo que antes se llamaba temor
de Dios. Aquí no hay ni justicia ni caridad, como cualquiera comprobar, y estamos ante el poder más cutre y mezquino de todos los tiempos.
Y por eso son tan significativas las lágrimas de Elsa Fornero. Se
acabaron las bromas. Ya sabemos adónde apuntan las deliberaciones a puerta cerrada, los actos
extraparlamentarios, ya sabemos por qué se toman decisiones en domingo, por qué se escalonan las medidas, a todas luces indefinidas y siempre INSUFICIENTES. Y es que la lógica de los chantajes es esa precisamente.
Todo está claro, la estafa, el fraude, los embustes, todo. Y esto va muy rápido: es obvio que Monti y los suyos –que los hay en todas partes– ya no tienen tiempo de maquillar sus salvajadas. Y es que la cosa se les ha ido de las manos, lo que es típico de los aprendices de brujo, de los déspotas y de los desequilibrados. De hecho, ya están dando lo que se dice un espectáculo. Y no lo digo por las lágrimas de Elsa Fornero: Si las personas decentes que ocupan cargos en Europa llorasen cuando se tiene que llorar, en lugar de sonreír neciamente, quizá estaríamos a tiempo para hacer algo.
Todo está claro, la estafa, el fraude, los embustes, todo. Y esto va muy rápido: es obvio que Monti y los suyos –que los hay en todas partes– ya no tienen tiempo de maquillar sus salvajadas. Y es que la cosa se les ha ido de las manos, lo que es típico de los aprendices de brujo, de los déspotas y de los desequilibrados. De hecho, ya están dando lo que se dice un espectáculo. Y no lo digo por las lágrimas de Elsa Fornero: Si las personas decentes que ocupan cargos en Europa llorasen cuando se tiene que llorar, en lugar de sonreír neciamente, quizá estaríamos a tiempo para hacer algo.