Acabamos de asistir a un espectáculo vergonzoso, a un trágala, a una
cacicada, a un pacto del capó. ¿Con que éstas tenemos? ¡Modificar la Constitución que nos
dimos en 1978 con el exclusivo propósito de dar satisfacción a unos
chantajistas que para nada tienen en cuenta nuestros intereses!
No
tengo palabras para decir lo que siento.
Si ya estaba indignado, ahora lo estoy mucho más, y también alarmado,
porque el daño ya está hecho, con
una tremenda pérdida de legitimidad.
Me
pregunto de dónde han sacado los responsables de esta jugada la creencia infantil de que los chantajistas van a agradecer el favor. Aprobar semejante
modificación del texto constitucional equivale a proclamar a los cuatro vientos
que los españoles estamos decididos a ahogarnos en la miseria antes de ponerles
el más pequeño límite. En lugar de
contenerse, los chantajistas se crecerán, ya advertidos de que, aparte de
rendirnos, no sabemos hacer nada de nada.
Pedir una democracia real ya es, salta a la vista, una cuestión de
supervivencia.