El presidente de la CEOE, Juan Rosell, un ingeniero industrial
sorprendente, se encuentra en fase expansiva, entregado a la comunicación. Como
propagandista de la fe neoliberal está
dando el do de pecho, según una partitura por todos conocida desde hace treinta
años, desde su composición en la enrarecida y elitista atmósfera de los
think-tanks más reaccionarios del otro lado del Atlántico.
Nada de lo que dice con tanta fe ha salido de su sustancia gris, pero eso da igual. Lo único realmente
nuevo y llamativo es que no cante bajito, sino a todo pulmón, como
recientemente han hecho los sabios de la Fundación Everis, convencidos de que
ya es hora de dejar atrás la sociedad de las personas para pasar a la triunfal
sociedad de los talentos.
En los viejos tiempos nadie en su sano juicio se habría atrevido a
decir cierto tipo de burradas, y menos aun a hacer ostentación de ellas e
incluso a elevarlas a la
consideración del Rey. Lo que
indica la gravedad del momento histórico que nos toca vivir.
Rosell va a por todas, por no ver fuerza alguna capaz de obligarle a
marcarse unos límites sensatos, ni siquiera la dura realidad de los hechos sociales, toda ella fuera de su campo de visión. Así, se ha salido de su terreno empresarial para apadrinar
visiones antiilustradas en consonancia con su fe, en el campo de la educación,
haciendo pie, no en ideas propias, sino en las doctrinas de los ya mencionados think-tanks norteamericanos, a los
cuales se debe la destrucción de la educación pública en el país más poderoso
de la tierra. Por lo visto, no vale la pena gastar dinero en
la educación de quienes ya vienen tocados por (presuntas) razones genéticas o
socioculturales. Ahora lo que interesa es el talento, la excelencia., etc. etc.
Mucho le gustaría a Rosell imponer
el copago en la educación, la sanidad y la justicia, y ahora nos sale, en
consonancia con todo ello, con la vieja idea de que hay que reducir el número
de funcionarios, lo viene en el lote privatizador sobre el que tanto se ha
predicado desde los tiempos en que
él era alumno de los jesuitas de Barcelona.
De
seguir los consejos del señor Rosell, pasaremos en pocos meses del Estado normal
al Estado mínimo, el Estado ideal según el modelo neoliberal, un Estado
residual pero intratable, con el encargo de garantizar el orden público y las
distintas transferencias de la riqueza en sentido ascendente. No se trata de disolverlo, porque es imprescindible para para
socializar las pérdidas (y además, tendrá que seguir pagándole a la CEOE la
subvención de cuatrocientos millones de
euros.)
Y es de ver lo rápido de reflejos que anda Rosell. Hace unos días, se
supo que el FMI, el BCE y la UE,
todos a una, exigen a Grecia que el salario mínimo pase de 750 euros mensuales
a 450. Y ya Rossel nos canta las ventajas de los minitrabajos, a los que se
remunerará con 400 euros como máximo, con la posibilidad de que usted y yo, a
menos que seamos holgazanes, tomemos dos…
Y ya nos podemos imaginar cómo se representa el señor Rosell la
“necesaria” reforma del mercado laboral, a empezar por una congelación salarial de larga duración y por el despido a la china, de una patada.
Si Rosell se sale con la
suya todos los males del Tercer Mundo irrumpirán en nuestro país, llevándose
por delante la cohesión social y todos los progresos que tanto costó realizar y
consolidar. Y el primer problema es que Rosell, en sintonía con el FMI, el BCE
y la UE, ignorante de las consecuencias
políticas y humanas del programa que se trae entre manos, puede acabar por
llevar a nuestra democracia más allá del límite de su resistencia.
Si se expresa en tales términos sin prestar la menor atención al grado de indignación ya alcanzado, parece inútil pedirle un poco de sentido de la responsabilidad histórica. Pero algo hay que decirle, pues cree que el horno está para bollos como los suyos, y se engaña absolutamente. Es muy lamentable que personas situadas en puestos importantes, a fuerza de hacer sumas y restas, empiecen a comportarse como pirómanos.
Si se expresa en tales términos sin prestar la menor atención al grado de indignación ya alcanzado, parece inútil pedirle un poco de sentido de la responsabilidad histórica. Pero algo hay que decirle, pues cree que el horno está para bollos como los suyos, y se engaña absolutamente. Es muy lamentable que personas situadas en puestos importantes, a fuerza de hacer sumas y restas, empiecen a comportarse como pirómanos.