Sus signatarios hablan de
un “pacto histórico”; por boca de Íñigo Errejón, Podemos lo condena y da por
rotas las negociaciones con el
PSOE; Alberto Garzón también lo rechaza. No menos hostil se muestra el
PP.
Pedro Sánchez y Albert Rivera pretenden
haberse puesto en situación de cosechar apoyos por la derecha y por la
izquierda, pero no se ve cómo, dada la alérgica reacción de unos y de otros. La posibilidad de configurar un
“gobierno de progreso” PSOE, Podemos, Unidad Popular-Izquierda Unida se puede
dar por perdida: estas dos fuerzas consideran obvio que el acuerdo que acaba de firmarse es de
derechas, pura y simplemente, del gusto del IBEX y, por lo tanto, apropiado
para atraer al PP en cumplimiento de los ideales de lo que se llamó “gran
coalición”. Pero el cuadro es más complejo. El PP no quiere saber nada. Y además,
y esta es la sorpresa, los términos del acuerdo, si uno se toma el trabajo de
leerlo, no pueden ser del gusto del IBEX, ni tampoco de los chantajistas de
Bruselas.
A
su manera, Pedro Sánchez parece haber comprendido que debe producirse como socialdemócrata
más o menos creíble, única manera de impedir que el PSOE acabe como el
PASOK. Rivera, por su parte, ha
comprendido que no hay futuro para nadie si se aplican los dogmas neoliberales
al pie de la letra, ni tampoco riéndole las gracias al PP, caído en el autismo y el desprestigio.
Siempre
consideré fácil que se produjese un entendimiento PSOE/Ciudadanos, por la
similar hechura intelectual de los
señores Sevilla y Garicano. Pero nunca imaginé que con semejantes economistas
de cabecera se pudiese redactar un texto como el que acabo de leer, en cuya
urdimbre hay más hebras socialdemócratas que neoliberales.
No se trata de un texto revolucionario, pero sí de un texto que responde
a las demandas de millones de españoles, en el que se incluye el propósito de
acabar con la ley mordaza, una defensa del Estado de Servicios y un plan contra
la pobreza y la precariedad, así como una clara voluntad no hacer sufrir a la
clase trabajadora, para lo cual, consecuentemente, se promete hacer pagar más
impuestos a los que más tienen. Vale la pena leerlo con un mínimo de
detenimiento y teniendo presentes, para contrastar, los mantras de la
legislatura que ha llegado a su final. Se trata, a no dudar, de un texto vomitivo para los economistas de
cabecera del PP y para sus patronos de Bruselas. Tan seguro estoy de ello
que no termino de entender que la
izquierda en cuanto tal lo rechace de plano, sobre la marcha además.
Es como si esta izquierda no se
hubiera percatado de la correlación de fuerzas, nada favorable a los
planteamientos inmoderados, como si se empeñase en correr más de lo autorizado
por el tempo democrático y por el dictado de las urnas, como si hubiera caído
en la trampa del todo o nada, del ahora o nunca, como si hubiera perdido la
perspicacia dialéctica.
¿Si no se puede
gobernar, qué problema hay en dejar que Pedro Sánchez gobierne con ese programa, habida cuenta que, si no
lo cumple, si es un puro engaño, será fácil echarlo abajo? ¿Acaso no le
conviene a la izquierda propiamente dicha poner a Sánchez en situación de
descubrir por sí mismo cómo se las gastan los chantajistas de Bruselas? ¿Y no
le conviene a esta izquierda ganar tiempo, a la espera de su propio
refinamiento, de ganarse la confianza de más gente con su buen hacer de
oposición, y a la espera de que cuaje alternativa clara y distinta de orden
europeo? ¿Y qué sentido tiene desdeñar la evolución del señor Sánchez, habida
cuenta de que en el futuro harán falta todas las fuerzas progresistas, también
la suya, para frenar en seco y de verdad la progresión de la Bestia neoliberal?