Ante el duelo Clinton-Trump, leo en El
País el siguiente titular:
“Estados Unidos mide en las urnas la fuerza del populismo mundial”. Me hace
cierta gracia, la verdad, pero no la tiene.
El
establishment no improvisa en estas cosas, y a fuerza de jugar con las palabras
para mejor encubrir las realidades, ha creído ver en el palabro “populismo” una auténtica genialidad a efectos
de marketing y relaciones públicas. A falta del miedo al comunismo, venga el miedo al populismo, a ver si
se consigue que las buenas gentes corran a refugiarse en lo conocido, tras los
pantalones del establishment.
El populismo es el nuevo coco. Pretenden
dividirnos entre populistas y antipopulistas, no por amor a la verdad
precisamente, sino por una calculada búsqueda de la confusión. Tramp,
populista, Iglesias, populista, Le Pen, populista, Putin, populista, todos
iguales, no se hable más, cosa juzgada, “populismo mundial”, cosa horrible.
No
es gracioso para nada, pues se trata de descalificar cualquier reclamación de
orden social y justiciero por el mero expediente de tildarla de populista. Quizá
no esté lejano el día en que a cualquiera lo puedan meter preso o multar por
haber incurrido en populismo. Como es un término tan sumamente elástico, mucho
más que comunista, he dicho bien, a cualquiera…
Pero hay algo que no se ha hecho esperar: se ha establecido el principio de que el gobernante
responsable jamás debe ceder ni lo más mínimo ante las reclamaciones
populistas.
El establishment emplea el
completo repertorio del populismo, sobre todo en períodos electorales, como
acredita el caso de la propia Hillary Clinton en estos momentos, en absoluto a
la zaga de Trump en esto del populismo, o ayer mismo nuestro Rajoy, guardando
en un cajón las medidas desagradables ya comprometidas con los chantajistas de
Bruselas. Pero, por lo visto, hay
que distinguir entre el populismo sano y sensato, y el otro, totalmente loco.
Quizá no vengan mal un par de pases freudianos. Porque, bien mirado, el establishment, al arremeter contra el populismo como lo hace, está confesando sin darse cuenta lo que verdaderamente debería asustarnos: no tiene ninguna respuesta a los problemas sociales, ni siquiera los considera propios, al punto de que los atribuye a gentes extrañas, irracionales y perturbadas. Y eso no es todo lo que confiesa, pues parece decir populismo por estar a punto de decir populacho.
Quizá no vengan mal un par de pases freudianos. Porque, bien mirado, el establishment, al arremeter contra el populismo como lo hace, está confesando sin darse cuenta lo que verdaderamente debería asustarnos: no tiene ninguna respuesta a los problemas sociales, ni siquiera los considera propios, al punto de que los atribuye a gentes extrañas, irracionales y perturbadas. Y eso no es todo lo que confiesa, pues parece decir populismo por estar a punto de decir populacho.