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viernes, 15 de noviembre de 2013

MADRID: LA LECCIÓN DE LA BASURA


    Resulta que Madrid, una ciudad con fama de limpia desde los años cincuenta, sorprende a propios y extraños, amaneciendo cada mañana con más basura en sus calles. Se trata de un caso de lo más instructivo.
      En estricta aplicación del catecismo neoliberal, se procedió –sin consultar a la población– a privatizar la gestión de la limpieza y cuidado de las calles y los parques, según el dogma de fe de que sería estupendo para el servicio (“más barato y mejor”). Y naturalmente, los beneficiarios fueron varios gigantes del ladrillo (OHL, FCC, SACYR), grandes emprendedores, felices de hacerse con tan formidable mercado cautivo, felices de que se les diera la oportunidad de hacerse pagar por el contribuyente. Y es que la jibarización del Estado de Servicios tiene ese encanto añadido. El Estado no desaparece, pero se convierte en una empresa de servicios para cualquier pez gordo que se precie.
     Luego, en aplicación del mismo catecismo, van los empresarios agraciados  y acometen contra sus empleados, decididos a echar gente, a bajar los salarios, a prolongar las jornadas de trabajo y otras sevicias propias del capitalismo salvaje.
    Los empresarios no negocian con sus empleados: con modos de proxeneta, se los llevan por delante, esto con el beneplácito del gobierno y de los hombres de negro. Después de mucho pensárselo, los trabajadores van a la huelga, y las calles y los parques se llenan de basura. Si ceden se verán reducidos a la indigencia.
   La primera reacción de la alcaldesa fue declarar que este no es un asunto del Ayuntamiento, sino de las empresas adjudicatarias con sus trabajadores,  un asunto privado. Una respuesta de manualito neoliberal,  pues de lo que se trata es de lavarse las manos, de dejar hacer al mercado y, sobre todo, de no tomar partido por la parte más débil ni por los ciudadanos en su conjunto.
    La basura que se acumula en las calles de Madrid nos pone ante el egoísmo galopante de los empleadores, ante la burricie del modelo neoliberal; en suma, nos ilustra sobre lo que cabe esperar de él.
   La basura se ve a primera vista, y además se huele, a diferencia de lo que ocurre,  por ejemplo, en el campo de la sanidad o de la educación.  La basura nos pone ante las maravillas del modelo neoliberal, y ello con más elocuencia que tales o cuales libros o artículos.
   Y no me parece casual que la gente, en lugar censurar a los huelguistas, se vuelva contra el Ayuntamiento, convertido en simple pararrayos de empresarios de otra galaxia. La gente apoya a los trabajadores, se identifica con ellos, se solidariza con ellos. Al menos, es lo que hago yo, que también los admiro, por su defensa de los derechos de todos los trabajadores, pensando en el esfuerzo sobrehumano que están haciendo para no ceder al chantaje empresarial y gubernamental. No sería mala idea salir “de paseo” todos por estas calles, en señal de apoyo.

viernes, 6 de mayo de 2011

ESPAÑA: DOS PRIVATIZACIONES EN CIERNES


     He tenido ocasión de asistir a un interesante intercambio de opiniones sobre las dos privatizaciones que se preparan, la de AENA y la del Canal Isabel II, organizado por el Club de los Debates Urbanos en el Círculo de Bellas Artes.  Como es sabido, iniciada la jugada en tiempos de Felipe González, es poco lo que queda por privatizar.  La mayor parte de las joyas de la abuela ya ha sido vendida al mejor postor, a  mayor gloria del capitalismo salvaje y de los ingresos rápidos. 
    Ahora les toca el turno a los aeropuertos y al agua, hasta hoy en manos del Estado, que, según se dijo, no lo ha hecho nada mal.  Nuestros aeropuertos figuran entre los mejores del mundo y destacan por los bajos precios ; el agua del Canal Isabel II se considera de primerísima calidad y, además, es barata.  ¿Qué ventajas ofrece la privatización? ¡Ninguna! Ni el director de AENA, en un tono tecnocrático, ni el consejero del Canal, en un tono simpaticón lindante con la grosería, partidarios ambos del nuevo modelo, fueron capaces de decir nada serio en defensa de sus tesis. La razón quedó, claramente, del lado de  quienes se oponen al  gentil traspaso de bienes públicos a los tiburones de las finanzas.
    Los partidarios de privatizar tienen ahora la desventaja de que el buen público ya sabe en qué terminan las promesas neoliberales; sin embargo, y me llamó mucho la atención, siguen apelando a la fe. Están seguros de que se saldrán con la suya y se les nota. El problema es que los platos rotos los pagaremos nosotros.