Vencido en la ronda electoral de los militantes, Casado ha vencido en la ronda de los compromisarios, dejando malparada a la escudera de Mariano Rajoy, Soraya Sáenz de Santamaría. Se habla simultáneamente del relanzamiento del partido y de un regreso a sus orígenes...
En materia de contenido no ha habido ninguna novedad. La derrotada y el ganador son ideológicamente compatibles. A lo que sí tendremos que acostumbrarnos, me parece, es a una mayor franqueza, lo que para nada le garantiza a este partido en crisis la añorada centralidad, ni menos aun los avances transversales.
Fiel a su estilo, proclive al encubrimiento, Soraya Sáenz de Santamaría no entró en precisiones programáticas. Se limitó a exhibir inesperadamente un abanico muy español y nos invitó a ver en sus varillas los principios inmutables del partido, como para que cada uno dejase volar su imaginación. Casado, en cambio, salió, arreciando, en defensa de la España “de los balcones y las banderas”, de la “familia” y de la “vida”, de la “eficiencia”, de la “meritocracia”, de la bajada de impuestos, mostrando sus cartas, todas archiconocidas. ¿Autocrítica? No hubo ninguna. En su lugar, puro narcisismo, pura autocomplacencia y también la promesa de seguir erre que erre.
Según parece, Pablo Casado es un neoliberal de libro (mucho más entusiasta que Rajoy y, por lo tanto, menos realista). Como es característico de esta especie, se siente liberal en el plano económico y sin serlo para nada en el plano de las costumbres. Como sus mentores políticos, no es consciente de la contradicción. Tal como está, queda retratado a la derecha de Rivera, ayudándole a centrarse y en situación de entenderse con él en todos los asuntos referidos a su común interés.