El
esperado debate a tres con miras a la elección del próximo secretario general
del PSOE me ha parecido más bien patético. Se comprueba una vez más que en estos tiempos ningún político osa mostrar todas sus
cartas. Lo que se lleva es irse por las ramas, centrarse en algún mantra, en lo personal y poco
más. El sujeto se ve atenazado por un miedo paranoico a perder votantes y
simultáneamente por el pavor, muy realista, a los verdaderos amos del cotarro.
Dada
la inarticulación de los discursos,
de los sentimientos de
atracción o repulsión personal no hay quien pase. Y esto ocurre cuando el PSOE realmente
se juega su futuro, cuando corre el peligro de acabar como el PASOK o como el
partido socialista francés, y por el mismo pecado, consistente haber vendido su alma al diablo, el
mismo pecado en el que se han revolcado durante años el Partido Socialista Europeo
y la otrora respetable Internacional.
El
momento más esclarecedor del debate lo protagonizó Susana Díaz, cuando acusó a
Pedro Sánchez de haber traicionado la confianza de sus mentor, Felipe González.
Quiso transmitirnos la impresión de que, en general, no es un tipo de fiar… pero nos transmitió de paso otras
impresiones, retratándose a sí misma para los restos.
Susana Díaz no ha entendido la gravedad del mal que corroe a su partido;
se complace en la nostalgia y se gusta como simple continuadora… Con todo ello
hace un guiño de inteligencia a los verdaderos amos del cotarro y a los jefes
ocultos del partido a ellos asociados. Es una manera de reconocer que Pedro
Sánchez, al que tienen aborrecido, es el único que ha entendido que no se puede
seguir por el suicida camino de la acomodación, ya recorrido por el PASOK y por
el PSF. Por desgracia, como el
partido parece estar dividido, en
el supuesto de que ganase, cuesta imaginar cómo podría salir airoso con tantos
enemigos internos y externos…