martes, 19 de mayo de 2009

EL PRESERVATIVO, EL ABORTO Y EL TERROR

   La  arremetida del papa Benedicto XVI contra el preservativo ha venido a coincidir con el recrudecimiento de la polémica sobre el aborto,  sobrecalentada por la píldora del día después y por la posibilidad de que las jóvenes de dieciséis años puedan abortar sin permiso de sus padres. Salvo en  la propuesta de aproximar la ley a las particularidades de la sociedad contemporánea, en la cual, pese a quien pese, muchas chicas tienen relaciones sexuales sin la venia de la autoridad familiar, no hay nada nuevo bajo el sol.

   Sobre el aborto se discute desde hace varias generaciones; el preservativo tiene enemigos fijos; y el debate sobre los derechos de las muchachas no es de ayer. Lo que llama la atención es el tono de las discusiones. Para los conservadores, los partidarios del aborto son unos asesinos, lo que indica que seguimos donde estábamos, y encima  con una creciente carga de irracionalidad. No parece que estemos en el siglo XXI.

    En este clima será muy difícil llegar a acuerdos inteligentes sobre la mejor manera de proteger a las menores contra los peligros de hacer un uso lamentable de los poderosos medios disponibles. Podría ocurrir que los anticonceptivos clásicos fuesen desdeñados por la confianza que inspiran las medidas de emergencia más radicales. Y en medio de tanta discusión acalorada,  los mayores dilapidaremos nuestro crédito una vez más. Muchas jovencitas  creerán que las voces que señalan los peligros del aborto en el plano existencial son tan retrógradas  y tan indignas de atención como las que lo condenan de plano.

   En tan delicadas materias, al legislador se le pide que evite el mayor número posible de desgracias personales. Es su obligación en una sociedad democrática y abierta. Ahora bien,  tal como están las cosas, tendrá que contar con la feroz enemiga de quienes no quieren ver a la sexualidad humana liberada de  los terrores ancestrales.

    La misma mentalidad que llevó a  rechazar el uso del éter para aminorar los dolores del parto, la misma que torturaba al modesto masturbador de antaño con las más siniestras fantasías,  sigue terne en el empeño de aprovechar las enfermedades, los errores personales y los infortunios biológicos en su  maligna cruzada contra el placer. Porque, por extraño que parezca, para esa mentalidad, cuanto más dolorosa sea la sexualidad, cuanto mayor sea el castigo “social” o “natural” derivado de las acciones genitales que no aprueba, tanto mejor.

    De esa mentalidad proviene el pesado lastre que impide a las generaciones sacar lecciones válidas de la experiencia de aquellas que las precedieron por el camino de la vida. Porque, como digo, no apunta a la felicidad ni a la plenitud de la persona, sino a hacer daño, como no apunta al refinamiento de la reproducción humana sino a  mantenernos a todos en un grado de primitivismo digno  mejor causa. 

DOS MILLONES DE FUGITIVOS...


   Nos informan de que el ejército de Pakistán se apresta acabar con los milicianos talibanes, y así nos enteramos de que éstos andan mezclados “entre la población”, ya no muy lejos de Islamabad. Habrá que separar, pues, el trigo de la cizaña, de acuerdo con las pautas habituales, cuya sola mención debería producirnos escalofríos.    
    Dos millones de civiles paquistaníes buscan a tumbos las salidas del valle de That, y quien sabe cuántos más se agazapan en sus casas a la espera de lo peor. Por lo visto, un par de fotos y  unos cuantos despachos de agencia deben ser más que suficientes para recordarnos que estamos en guerra contra los talibanes y contra sus socios de Al Queda allí donde levanten cabeza y naturalmente con la razón de nuestra parte. Y no tiene ninguna gracia, porque, ay, con la razón de nuestra parte ya hemos dado suficientes muestras de barbarie, egoísmo y chapucería  como para aborrecernos a nosotros mismos.     
    Lo que está sucediendo en Pakistán es una extensión de lo que ha sucedido y sucede en Afganistán, lo que nos debe mover a reflexionar sobre nuestras culpas y sobre el evidente peligro de que millones de víctimas directas y  colaterales no vean por ninguna parte nuestra presunta superioridad moral. Para presumir de tal superioridad hay que tenerla. Así de sencillo.    Con objetivos vidriosos y  métodos brutales  acabaremos expandiendo todos los males contrarios a la civilización... 

jueves, 14 de mayo de 2009

CUATRO MILLONES DE PARADOS...

La economía española se contrae sin que nuestros dignos representantes hagan otra cosa que marear la perdiz como se acaba de constatar con motivo del debate sobre el estado de la Nación. Si tenemos en cuenta que el futuro es como para echarse a temblar, el debate fue, en sí mismo, irritante.

Las insinuaciones de los altos organismos internacionales y las negras previsiones de Paul Krugman dejan poco margen para los espejismos tranquilizadores. Tras varios lustros de autocomplacencia, nuestra bienamada democracia tendrá que dar el do de pecho, so pena de sufrir un tremendo desgaste. Las repercusiones políticas del estado de cosas que nos aflige están a la vuelta de la esquina y más vale que nuestros representantes se abstengan de despilfarrar la legitimidad democrática, un bien precioso. No es el momento de las discusiones tabernarias, ni tampoco de las medidas de pacotilla “para la galería”. Y lo mejor que podrían hacer es reconocer, tanto por la izquierda como por la derecha, la culpa común en el mal que nos ataca.

Porque unos y otros han andado de ladrillos hasta arriba, sin pensar gran cosa en el futuro, como acredita nuestro maltrecho sistema educativo y el mezquino trato dispensado a nuestros investigadores. Porque unos y otros han perdido el tiempo, sin esforzarse por sentar las bases de una economía dotada de motores propios, que es algo que no se improvisa y que es justamente lo que ahora más vamos a echar de menos, sin que nadie, por otra parte, admita su parte de responsabilidad en lo sucedido.

viernes, 8 de mayo de 2009

IZQUIERDA, DERECHA Y CONFUSIÓN


     Dicen por allí que la dialéctica entre la derecha y la izquierda se ha visto superada… No  comparto el deleite posmoderno por tal creencia. Los “no-somos-de-derechas-ni-de-izquierdas”  me ponen los pelos de punta.  No se me puede pedir que ignore las consecuencias de  tan sobada fórmula,  empezando por el vaciamiento intelectual y moral.

    Recuérdese que tanto Hitler como Franco  se daban aires de superioridad al proclamar que no eran “ni-de-derechas-ni-de-izquierdas”… Y recuérdese que los tecnócratas han hecho su agosto sobre la misma listeza. El “crepúsculo de las ideologías” y el “pensamiento único” forman parte de un rodillo antidemocrático perfectamente conocido.

     Aparte de que  no veo ninguna ventaja en prescindir de los términos izquierda y derecha. Los necesitamos tanto en el plano teórico como en el práctico. A menos que nos guste el oscurantismo político. Como Norberto Bobbio, no considero posible ser a la vez de izquierda y de derecha. No se puede servir lealmente a dos causas contrapuestas y es propio de irresponsables buscar la armonía social y el progreso a la luz de una quimera.  

     Veo al señor Blair, el campeón de la “tercera vía”, yendo venturosamente hacia la derecha, veo a Barack Obama haciendo gestos de inteligencia a los republicanos de la administración Bush,  constato que  Nicolas Sarkozy ha integrado en su equipo a (supuestos) prohombres de la izquierda, recuerdo que Mariano Rajoy ha expresado su convicción de que cualquier socialista puede votar al PP y admito, desde luego, que todo ello forma parte del “espíritu de los tiempos”, como el “progresismo” de ciertos derechistas,  como el “socialismo” de  personajes que Pablo Iglesias no habría sentado a su mesa, como la difusión de la creencia de que, en el fondo, da lo mismo ser de un signo o de otro.  Contemplo el curioso  espectáculo, pero no lo celebro, porque, amigos míos, no hemos llegado aún a la sociedad sin clases y el reino de los fines está tan lejos como al principio. No hay, en consecuencia, nada que celebrar.

    El empleo de los términos “derecha” e “izquierda” es mil veces preferible a la confusión reinante. Y no lo digo de espaldas a la crisis que ésta padece,  de vigorizante efecto sobre aquélla. Llegados a cierto punto, lo que está en juego es la lucidez, y también,  por ende, nuestra capacidad de hacernos cargo de la realidad. Negar las diferencias no es un punto de partida sobre el que se pueda construir un futuro digno de tal nombre. Y negar las diferencias simplemente para eludir la pregunta acerca de los verdaderos objetivos por los que se concurre al parlamento o a la tribuna pública, o para esconder al amo o a la clientela, es de lo más despreciable.

    La salud de un sistema democrático serio y digno de confianza  depende de la aceptación del rival político con sus correspondientes aspiraciones y preferencias. No se conserva a base de pasteleos y  de crisis de identidad reales o ficticias, ni menos aún por el simple procedimiento de hablar  exclusivamente en función de los intereses más o menos obvios de tal o cual grupo de poder.

   Si pasásemos todos a definirnos exclusivamente en función de filias y fobias, de banderitas, siglas  y liderazgos de opereta, incapaces de depurar nuestros respectivos idearios –convencidos quizá de que éstos son más peligrosos que la irracionalidad que se deriva de semejante abdicación–, ya tendremos oportunidad de arrepentirnos; las enseñanzas de la historia son al respecto muy claras, y durísimas. Se empieza tomando asiento por encima de la derecha y de la izquierda, y se termina escarneciendo a los parlamentos, a la partitocracia y a todo lo demás. Y no por otro camino se va a dar en el totalitarismo, por la izquierda o por la derecha.

     Bien está que derecha e izquierda se las compongan para no chocar  como ciegas placas tectónicas, pero, salta a la vista, no es  de eso de lo que se trata en la actualidad. De ahí el escaso esfuerzo  en el plano teórico, el desdén por la ideología, el oscurecimiento de los problemas de fondo, la fabricación de discordias artificiales,  los insultos personales, la sustitución de los debates por  cargantes latiguillos para necios y el sistemático olvido de la historia, e incluso de lo que ayer se dijo.  ¿Se busca el diálogo enriquecedor? No, se busca la confusión y, en presencia de problemas reales, ésta solo puede conducir al descrédito de la clase política, un lujo que ninguna sociedad civilizada se puede permitir.   

    Que todo el sistema político se haya escorado hacia la derecha, como observó James Petras, que algunos  políticos se cambien de camiseta en medio del partido, que so pretexto de guardar las formas se adopte un discurso plano, que la izquierda esté en crisis, todo ello  palidece ante la acechanza del hambre,  la explotación del hombre por el hombre y las lacerantes desigualdades. Cuando estas den la cara tanto la izquierda como la derecha reales… acabarán reapareciendo, pero con la lucidez menguada y ya con cierta propensión al salvajismo. Lo veo venir. La falta de probidad intelectual nunca ha tenido consecuencias agradables. 

martes, 5 de mayo de 2009

LA CRISIS ECONÓMICA CONTINUA A SU AIRE

Tenemos encima una crisis económica de la peor especie y de la mayor trascendencia, y henos aquí a vueltas con los trajes del señor Camps, con las trapisondas gürtelianas y con otros asuntillos menores, presenciando todos en primera fila una mareante campaña electoral que viene de lejos y que va para largo. 

     En términos prácticos no hay ninguna diferencia entre el cuento de que ya se ve una lucecilla al final del túnel y el cuento de que, si yo gobernase, asunto arreglado.  Con estas  listezas propias de expertos en mercadotecnia y de asesores de imagen, con estos jugueteos al borde del abismo y de espaldas a la verdad, la  situación es de mal pronóstico y hasta podríamos acabar muy vertiginosamente, con las correspondientes convulsiones políticas, en una situación que los rumanos, para su desdicha, conocen a la perfección. La historia está llena de ejemplos trágicos.

   ¡Y todavía no se ha dicho nada sobre cómo pasar del ladrillo a otra u otras actividades de suficiente potencial!  Y es que vamos a ciegas, sin imaginación ni creatividad, metiendo dinero en lo de siempre, tirando a base de promesas, analgésicos y pases mesméricos.  

   Pero, ay, si  no se acierta con el remedio, el sistema, que es global, se hará cargo de la situación por sí mismo. Y entonces vendrán los de siempre a celebrar la “recuperación”, que es lo que sigue necesariamente al abaratamiento de la mano de obra, a la depreciación de terrenos, casas, fábricas, cerebros y nalgas. Porque cuando todo ha caído, siempre aparece alguien con ganas de comprar, y mejor si es en plan “inversión”.  Y los españoles no seríamos los primeros en sufrir tan burdo latrocinio, a todas luces legal en los tiempos que corren.