El conservador Cameron acaba de imponer una tremenda elevación de las
tasas universitarias. Los
estudiantes británicos tendrán que pagar hasta diez mil euros por curso, lo que,
como se comprenderá, está causando protestas, algunas de tintes salvajes. La
medida de Cameron no es sólo una medida anticrisis. Forma parte de una
estrategia que hiela la
sangre, por varios motivos. En primer lugar, porque es darle la
patada al proyecto Ilustrado; en segundo, porque apunta claramente a favorecer
a los estudiantes “de buena familia”; en tercero, porque obstaculiza la
movilidad social en sentido ascendente por el camino del estudio; en cuarto
porque somete la universidad a criterios económicos; en quinto, porque forma
parte de una intervención de ingeniería social, encaminado al restablecimiento
de una sociedad basada en el viejo truco medieval de que unos tengan acceso al
conocimiento y otros no. Náuseas es lo que me da. Asistimos a un cambio de época al socaire de la
crisis, a un cambio incubado desde hace tiempo por los cerebritos de la
escuela neoliberal. ¡Cómo se ve que ya no hay que presumir de tener mejores
escuelas y universidades que los comunistas! ¡Cómo se ve que, puestos a hacer
recortes, lo que se lleva es
aprovechar para redefinir los objetivos sociales, a costa de los más débiles.
No seré yo quien celebre una universidad clasista.
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