En Hungría acaba de restablecerse
censura. La libertad de expresión y la libertad de imprenta se han acabado
allí, para vergüenza de todos los europeos, cuyo proyecto hace aguas por todas partes.
Parece mentira, pero es así. La regresión ha sido impuesta por el presidente
Viktor Orban, que presume de ser de centro derecha, lo que indica un desplazamiento de todo el sistema hacia el campo gravitatorio de la extrema derecha posmoderna. Con una cómoda mayoría
parlamentaria, Orban ha lastrado la Constitución de su país con esta novedad
“democrática”.
Los húngaros tendrán que vérselas con la Autoridad Nacional de
Medios, un organismo que estará facultado para imponer leyes y reglamentos de
tipo dictatorial, fuera de control parlamentario. Dicho organismo, con el
correspondiente equipo de fisgadores,
Torquemadas y soplones de oficio, será el encargado de establecer lo que
los húngaros deben entender por “interés público”. El infractor será puesto en vereda por
medio de tremendas sanciones económicas. Estemos atentos a la evolución del
penoso caso, no sea que se trate de una enfermedad contagiosa.
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