Por un momento pudo parecer
que la voluntad del pueblo egipcio, expresada en la calle, en el único espacio
político disponible, lograría poner fin a la prolongada dictadura de Mubarak.
Esa fue la hora de la esperanza. Ahora el panorama se ha oscurecido considerablemente: el
dictador ha lanzado a sus gorilas contra los pacíficos manifestantes, se acusa
a los extranjeros y a los Hermanos Musulmanes de ser los genios malignos de la
protesta, se intimida a los periodistas, se dispara contra la multitud. Toda
dictadura tiene un lado tenebroso y la de Mubarak no es una excepción. Sin
duda, éste está sobrado de medios para aplastar el movimiento contrario a su
persona. Afortunadamente, ya que quedado atrás el punto en el que podía actuar
bajo cuerda. En adelante, cualquier acción violenta se volverá contra él, y lo
sabe. De ahí el peligro de que trate provocar la violencia de los oprimidos,
para justificar la propia. Que debería marcharse ya, esto también lo sabe. Otra
cosa es que quiera convertir Egipto en un infierno.
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