Las manifestaciones que han tenido lugar en toda España bajo el lema
“Democracia Real Ya” confirman las lecciones de la historia: cuando
la clase política se produce de espaldas a lo que se entiende por el bien
común, cuando la legitimidad se dilapida al servicio de las minorías
satisfechas, cuando los juegos de prestidigitación política lejos de engañar,
irritan, los pueblos, presuntamente dormidos, se despiertan, con resultados
impredecibles.
El
15 M se han movilizado jóvenes y no tan jóvenes que se sienten estafados por el
curso de los acontecimientos y por el manejo de la crisis, personas que están
sufriendo en sus propias carnes la penetración de males tercermundistas
sumamente dolorosos.
Nuestra
democracia se juega muchas cosas en el futuro inmediato. Hartos de pamemas, los manifestantes
piden una democracia real. No se habla de ruptura ni de revolución. ¿Pero está
nuestra democracia en condiciones prestarles la atención que merecen? He aquí la cuestión.
Si el
poder se acaba tomando todo esto como un asunto más o menos simpático, por un
lado, y por el otro como un problema de orden público a solucionar por los
guardias, mal asunto. Si acaba demonizando, ridiculizando, insultado o maltratando a las minorías más
activas del movimiento de protesta, cometerá un error irreparable. Téngase en cuenta
que el poder no se encuentra ante extremistas, sino ante ciudadanos que hasta la fecha han dado sobradas muestras de paciencia y
estoicismo –ante ciudadanos que no están solos en su apreciación de lo que está pasando.
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