El poder establecido se ha sentado a
esperar que el movimiento del 15M se extinga por sí mismo, cosa que –lo
presiento– no va a ocurrir.
El impresentable señor Puig ha puesto
de manifiesto que contra las gentes de paz provistas de razón, poco se puede
hacer por las malas sin quedar como una bestia y empeorar el cuadro. En cuanto
a las críticos de pago que tratan de minimizar el movimiento o desacreditarlo,
están quedando a la altura del betún. Tal es el caso del señor Pío Moa, que
declara ser partidario de acabar con las asambleas por la fuerza, incluso al
precio de causar muertos, lo que equivale a un autorretrato paranoico. El cardenal
Rouco nos explica que los acampados en la puerta del Sol tienen problemas en el
alma, otro autorretrato, bien que de tipo clásico.
Yo
creo que habrá un antes y un después del 15m, y que nuestra democracia se juega
muchas cosas de aquí en adelante, como se las juega el proyecto europeo.
Ya sabemos lo que ha sucedido en el
norte de África. La “primavera árabe” ha pedido fuelle, no por un
desfallecimiento de su vanguardia sino por el genio maligno del poder establecido.
En aquellas tierras se dispara contra la gente desarmada, se infiltran
provocadores, se tortura en las dependencias policiales, se corta la luz, se
identifica a las voces críticas por el simple procedimiento de seguirles la
pista por Internet (un arma de doble filo como algunos han descubierto de la
noche a la mañana).
Los
indignados españoles y europeos están llamados a actuar en otro contexto, más
suave, y esto se puede decir a pesar de la actuación del señor Puig y de que
Sarkozy no dudase en dispersar a los reunidos en la Bastilla con gases
lacrimógenos. Lo que no sabemos es cuál será la evolución de los acontecimientos.
Si la única respuesta es una altiva indiferencia, a buen seguro la indignación irá en aumento,
con la consiguiente interconexión de los indignados europeos, ya en trance de
materializarse.
No
basta con que el poder establecido se abstenga de dar palos. Tiene que prestar
atención, tiene que oír y, sobre todo, debe rectificar. No miles sino millones
de europeos, y no precisamente indoctos, han pedido la paciencia después de
mucho estudiar, de mucho trabajar y de mucho buscar trabajo. Tomar a guasa sus reivindicaciones,
pretender engañarlos, sería una insensatez y una prueba de que el poder atonta.
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