A
Antonis Samaras, líder de la oposición parlamentaria griega, le aprietan
las clavijas para que a ceda chantaje político-financiero que tiene a su país
de rodillas. Se trata de que apruebe
de una vez los draconianos ajustes, con lo que el trágala vendría avalado por
la “unidad nacional”. Samaras se
niega en redondo: “Me están proponiendo que apoye una medicina para alguien que
se está muriendo por culpa de esa misma medicina. No lo haré.”
Lo interesante del caso es que Samaras es un político
conservador, de centro derecha o de derecha a secas. ¿Cómo es posible que un
derechista resista más que un socialista al chantaje del sindicato de
intereses derechista que rige esta
Europa principios del siglo XX?
He oído decir que Samaras sólo pretende demoler a Papandreu, un
juicio absurdo, resultado de interpretar
la situación política griega en clave española. Es una manera de pasar
por alto lo principal.
Atentos a la deriva de la izquierda europea hacia la
derecha, atentos a la traición de la izquierda, al sacrificio de la
socialdemocracia en al altar del capitalismo salvaje llevado a cabo por individuos
que no la representaron jamás, por individuos que, como Tony Blair, habrían
dado arcadas a Bernstein, no solemos prestar ninguna atención a la
transformación de la derecha, no menos alucinante.
Resulta que la derecha juiciosa de
después de la II Guerra Mundial también se ha ido al diablo, o Samaras no estaría
tan solo. Sólo nos queda la derecha insensata. Pronto ni siquiera nos acordaremos de que existieron los De Gaspari y los Adenauer, muy conscientes de necesidad de mantener la cohesión social.
No estaremos para recordar, porque estaremos con el agua al cuello. Pero a algunos habría que recordarles que Lenin y Hitler no surgieron por casualidad.
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