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domingo, 19 de febrero de 2012

LA REFORMA LABORAL COMO VICTORIA

      Duele decirlo, pero la infame reforma laboral que nos acaba se ser impuesta es una gran victoria, entre otras pasadas e inmediatamente venideras, de la revolución de los muy ricos, iniciada a principios de los años setenta. La siguiente cota a alcanzar es la laminación del derecho de huelga, a juzgar por los globos sonda.
     El Comité del Dolor (integrado por banqueros, financieros y grandes empresarios) se ha salido con la suya, como era de prever. La Comunidad Europea hace tiempo que abdicó de su razón de ser y de los valores sociales en que habíamos depositado nuestras esperanzas. Hemos regresado al siglo XIX, a las coordenadas de Ricardo, Malthus y Spencer, revelándose la crisis como lo que es, un simple pretexto para acabar con el compromiso con el bien común. Como ya he dicho en este blog, volveremos a ser apetitosos cuando no valgamos nada, cuando nos vean arrastrarnos por el barro en pos de un euro o un dólar.
     Y no son sólo los derechos del trabajador los que se acaban de ir por el sumidero de la historia.  Sépase que la reforma nos hará daño en el alma y en el cuerpo, no sólo en el bolsillo. Y sépase que hará un daño irreparable al sistema político, pues por el mismo agujero se va ese bien precioso llamado legitimidad.  Cuando el poder se vuelve contra el bien común, el resultado es inevitablemente catastrófico.  
    Los defensores de esta reforma se dividen en dos clases de personas, las malvadas, que apuntan desvergonzadamente a una sociedad dividida entre ricos y pobres, entre tiburones y sardinas, y las memas, gentes que ni siquiera adivinan las consecuencias humanas y políticas de semejante retroceso, gentes que no saben una palabra de historia, gentes que han llegado a detentar “puestos de mando”  por su ignorancia y su servilismo, gentes propensas a creerse sus propias mentiras y, por tanto, no menos peligrosas que las malvadas.
      El nuestro es un pueblo de elevado sentido cívico, no exento de memoria histórica, un pueblo experimentado, poco dado a las aventuras por venir escarmentado. Pero ha tenido que salir nuevamente a la calle, para rechazar este trágala. No entra dentro del guión que el Comité del Dolor se inmute por ello, como tampoco el gobierno, que ahora tiene a gala presumir de gran firmeza,  lo que me  impone negros presentimientos.  Primero se agota la legitimidad, luego la paciencia. Es regla fatal.
       Aprovechándose del desfallecimiento del PSOE, consumido por la fase precedente, la señora Cospedal no duda  en afirmar que el PP es el partido de la clase trabajadora. ¿Pero se va a alguna parte con bizarras declaraciones de este tipo, como la que ha venido a definir esta reforma –en plan semiblíblico– como "buena, justa y necesaria"?  Yo no lo creo, como tampoco creo que nadie se vaya a conmover por los topes salariales impuestos a ciertos ejecutivos que, en todo caso, seguirán ganando cien veces, e incluso seiscientas veces más, que el trabajador de a pie.  Se demanda de nosotros un enorme sacrificio sin ninguna contrapartida, con algunas promesas de imposible cumplimiento a juzgar por la jugada. Churchill pudo excitar la fibra heroica de sus compatriotas desde la verdad, porque se jugaban la libertad y la dignidad ante los nazis. Por eso surtió efecto su "sangre, sudor y lágrimas". Pedir no sé que espíritu de sacrificio para darle el gusto a unos timadores y a unos rufianes no tiene ningún sentido, salvo que se trate de irritar a la gente.
      Hasta ayer mismo, las lamentaciones venían sólo del campo socialista, y ahora las oigo también en el campo vecino… Votantes del PP, ayer arrogantes, empiezan a asustarse y a hacerme partícipe de inquietudes personales de lo más comprensibles. E incluso me ha sido dicho que da náuseas el genuflexo comportamiento de la derecha española ante el señor Rehn y otras autoridades foráneas, una especie de giro sarcástico de la historia.  En fin, ya he  escrito que, si ayer le tocó al PSOE, ahora le toca al PP. El programa del Comité del Dolor parece diseñado a propósito para destruir partidos y sistemas políticos enteros.

viernes, 15 de julio de 2011

LA “CRISIS”: DE MAL EN PEOR


    Nada se hizo para poner orden en las finanzas mundiales, y así nos va. No hay a la vista ningún acuerdo sensato a lo Bretton Woods, y se concluye que los asuntos humanos están en manos de unos dementes. A lo más que se llega es imponer recortes de menos a más, como acredita el caso italiano, a tapar unas noticias malas con otras peores y a dar largas a todos los problemas. Las autoridades planetarias, tanto las económicas como las políticas, están dando un penoso espectáculo.
     El único que parece haber recapacitado es el presidente de Filipinas, Benigno Aquino. Nos enteramos de que, con gran dolor,   ha renunciado a su Porsche de segunda mano, ya convertido en un símbolo de su arrogancia. La señora Lagarde, nueva presidenta del FMI, mujer de sólidos principios atlánticos, próxima a los intereses del complejo científico-militar-industrial norteamericano, amiga de Condi Rice y de Dick Chenney no parece haberse enterado de que hay cosas que sientan mal: lo primero que hizo fue subirse el sueldo. Juega en otra división y, lejos de ocultarlo, nos lo hace notar.
     Lo que se lleva es más de lo mismo. Nada de irritar a los beneficiarios de la pirámide de Ponzi planetaria. La sola idea de compartir sacrificios con el común de los mortales pone fuera de sí a quienes se creen por encima del bien y del mal.   
    El presidente Obama se encuentra entre la espada y la pared por su pretensión de subir un poquito los impuestos a los muy ricos y a las empresas petroleras. Cargar el montante de la juerga universal sobre lo que antes se llamaba “el pueblo llano” es una forma de dar por liquidado el contrato social. Obama lo sabe, todos lo sabemos, pero los juerguistas, lejos de llorar sus culpas, se han envalentonado, llegando al colmo de actuar contra sus propios intereses (parece mentira, pero están dispuestos a matar a la gallina de los huevos de oro).
   No sabemos qué cara pondrán los chinos a primeros de agosto si los norteamericanos no hacen honor a sus compromisos, pero no deberíamos olvidar jamás que nos encontramos en la era del dinero fiduciario, basado todo él en la confianza, ya prácticamente agotada.  

viernes, 24 de junio de 2011

EL CASO SAMARAS


   A  Antonis Samaras, líder de la oposición parlamentaria griega, le aprietan las clavijas para que a ceda chantaje político-financiero que tiene a su país de rodillas. Se trata de que   apruebe de una vez los draconianos ajustes, con lo que el trágala vendría avalado por la “unidad nacional”.  Samaras se niega en redondo: “Me están proponiendo que apoye una medicina para alguien que se está muriendo por culpa de esa misma medicina. No lo haré.”
   Lo interesante del caso es que Samaras es un político conservador, de centro derecha o de derecha a secas. ¿Cómo es posible que un derechista resista más que un socialista al chantaje  del sindicato de intereses derechista que rige  esta Europa principios del siglo XX?
    He oído decir que Samaras  sólo pretende demoler a Papandreu, un juicio absurdo, resultado de interpretar  la situación política griega en clave española. Es una manera de pasar por alto lo principal.
   Atentos a la deriva de la izquierda europea hacia la derecha, atentos a la traición de la izquierda, al sacrificio de la socialdemocracia en al altar del capitalismo salvaje llevado a cabo por individuos que no la representaron jamás, por individuos que, como Tony Blair, habrían dado arcadas a Bernstein, no solemos prestar ninguna atención a la transformación de la derecha, no menos alucinante.
    Resulta que la derecha juiciosa de después de la II Guerra Mundial también se ha ido al diablo, o Samaras no estaría tan solo.  Sólo nos queda la derecha insensata. Pronto ni siquiera nos acordaremos de que  existieron los De Gaspari y los Adenauer, muy conscientes de  necesidad de mantener la cohesión social. No estaremos para recordar, porque estaremos  con el agua al cuello. Pero a  algunos habría que recordarles que Lenin y Hitler no surgieron por casualidad.