Alexis Tsipras ya es jefe de gobierno. ¡Menudo vuelco ha dado el
panorama político griego en un abrir y cerrar de ojos! Se veía venir, claro,
pero tanto miedo al cambio fue inyectado en los espíritus que entraban dudas de
última hora. El miedo fue menor que el ansia de mandar al diablo a los
responsables de la indefensión del pueblo griego. Llegados a cierto punto, se
demuestra, la gente teme más lo conocido que lo nuevo y se acaban las bromas.
Lo peor que le podría
ocurrir a Grecia y a Europa es que Tsipras nos saliese rana, que pasase a la
historia como un Obama, como un Venizelos, como un Hollande, como un pequeño Rubalcaba. ¡Sabe Dios lo hartos
que estamos de este tipo de fuleros! Tan bajo han puesto el listón que Tsipras,
a poco que consiga poner coto a la barbarie neoliberal, a poco que consiga
aliviar el sufrimiento de su pueblo, se ganará un lugar muy honorable en la
historia de su país y en la de Europa.
Que le Bestia neoliberal no le va a dar facilidades, esto ya lo sabemos.
Si algo teme dicha Bestia son los contagios, y ahora andará debatiéndose entre
castigar a los griegos, para que no cunda el ejemplo, o segarle la hierba bajo
los pies a Tsipras de forma encubierta. Pero, claro, todo tiene un límite:
recurrir a medidas excepcionales tendría por resultado destruir el sistema
democrático griego y, de paso, el de Europa en su totalidad. Algo que, supongo,
los peones de la Bestia se cuidarán de hacer, pues no se pasa impunemente de
una democracia a una dictadura con todas sus letras, un callejón sin salida,
una insostenible monstruosidad.
Atento a
la correlación de fuerzas, supongo que Tsipras hará de tripas corazón y se
decantará por un comportamiento pragmático o posibilista. Sus enemigos
exteriores e interiores verían con gusto que se metiese en juegos de todo o
nada, que diese muestras de ser radical e intratable. No creo que caiga en ese
error de principiante, aunque se lo demanden sus seguidores más impacientes.
La
mayor parte de sus votantes sabe, estoy seguro, que la tarea que tiene ante sí
es inmensa, y le agradecerán que se mueva en las coordenadas de lo
real-posible, acrecentando con ello la confianza en él depositada. A fin de cuentas,
el pragmatismo y el posibilismo son de agradecer en un gobernante decidido a
servir a su pueblo con las armas de la razón y de la justicia.
Lo
que no se perdona es el pragmatismo y el posibilismo como táctica al servicio
de una minoría, como las presentes elecciones han venido a demostrar en el
pellejo de los señores Samaras, Venizelos y Papandreu. Como táctica al servicio
del bien común, como táctica al servicio del designio de someter la economía a
los intereses comunes, el posibilismo y el pragmatismo tienen connotaciones
positivas que la gente sabrá apreciar y comprender. Bien entendido que, a estas
alturas, contando con el sufrimiento y la amargura reinantes, la situación no está para
paños calientes. Hay chantajes a los que Tsipras no puede ceder, so pena de
perder lo ganado. Por el bien de Grecia y de
Europa tendrá que dar más de un puñetazo sobre la mesa. Si se pasa de rosca
como posibilista y pragmático, si hace el Hollande o el Venizelos, agotará la
fe en las opciones sensatas, y la gente volverá los ojos a las insensatas, como
siempre ha sucedido. Los señores de Bruselas y sus asociados bancarios harán
bien en tenerlo en cuenta. ¡Más les vale no estrangular a Syriza!
Tsipras cuenta con una ventaja no pequeña sobre sus oponentes: puede decir la verdad, puede explicarse. Ellos no, porque desde hace tiempo se entregaron a la mentira, por comodidad, por seguirle la corriente a los expertos en mercadotecnia, para mejor dejarse mimar por los hombres del dinero y, encima, por traerse entre manos un abyecto, asocial y psicopático proyecto de dominación del que nadie osaría hablar en público. Sobre la base de la verdad, Tsipras hasta podría pedir a sus compatriotas algún esfuerzo puntual, algo que por descontado que no se puede pedir a base de engaños, por estar todos escarmentados.
Tsipras cuenta con una ventaja no pequeña sobre sus oponentes: puede decir la verdad, puede explicarse. Ellos no, porque desde hace tiempo se entregaron a la mentira, por comodidad, por seguirle la corriente a los expertos en mercadotecnia, para mejor dejarse mimar por los hombres del dinero y, encima, por traerse entre manos un abyecto, asocial y psicopático proyecto de dominación del que nadie osaría hablar en público. Sobre la base de la verdad, Tsipras hasta podría pedir a sus compatriotas algún esfuerzo puntual, algo que por descontado que no se puede pedir a base de engaños, por estar todos escarmentados.