martes, 9 de octubre de 2012

HACIA UN FRENTE AMPLIO CONTRA LA BESTIA NEOLIBERAL


  La situación no puede ser más grave, ni de peor pronóstico. Gestionada a favor de una oligarquía transnacional, la llamada “crisis económica” se ha convertido ya en una crisis política en toda la regla. De seguir las cosas así, pronto no quedará nada de ese bien precioso llamado legitimidad democrática. La gente se siente atropellada y arteramente estafada. La “convenida decadencia” de nuestra clase política no es una boutade del juez Perdaz; es una triste realidad.
    Asistimos al ignominioso final del “bipartidismo imperfecto” que rigió los destinos del país desde la Transición. El PP y el PSOE han cavado una fosa decididos a compartirla. Su habituación al poder y su estricta adecuación a los intereses oligárquicos dejan poco margen a la esperanza de que vayan a ser capaces de regenerarse sobre la marcha.
   ¿Qué cabe esperar de dos partidos capaces de prostituir la Constitución con nocturnidad y alevosía para darle el gusto a unos rufianes? Ambos dos nos han metido en este camino de perdición, y ambos han tenido su parte en la conversión del proyecto europeo en una estación de servicio para las oligarquías locales y transnacionales. No dudo de que en ambos partidos hay gentes de bien, pero dudo de que sean capaces de rectificar la deriva insensata: llevamos no sé cuánto tiempo esperando que esas personas hagan valer, a gritos si es preciso, en Ferraz y en Génova, pero también en Bruselas, los principios que dieron su razón de ser a sus respectivos partidos.
    Tal y como están las cosas, creo que el porvenir de nuestra democracia depende del buen hacer de los partidos pequeños. Y esto cuando la gente está realmente harta de los políticos, cuando se oyen discursos antipolíticos que no habrían desentonado durante la agonía de la República de Weimar. Ya están pagando justos por pecadores y mucha gente da por sobreentendido que todos los partidos son igualmente nefastos (una manera posmoderna de darle la razón al mismísimo Franco).
    Para salvar nuestra democracia, esos partidos pequeños tendrán que dar el do de pecho en circunstancias sumamente adversas, sin altavoces mediáticos, bloqueados por una ley electoral impresentable, con todas las fuerzas de la oligarquía en su contra. ¿Y cree alguien que podrán llegar lejos compitiendo entre sí?  
     Nuestra  democracia necesita es una alternativa clara, a la que no se llega simplemente criticando los hechos del gobierno, ni tampoco haciendo gestos de inteligencia a las personas que se manifiestan en nuestras calles y plazas. Bien están esas críticas y estos gestos, pero hace falta más.  En primer lugar, algunos principios seriamente meditados, en segundo lugar, un renovado sentido de la unidad. Si a la hora de la verdad el votante crítico o rebelde se va a quedar dudando entre Izquierda Anticapitalista, Equo, Los Verdes, Izquierda Unida, Izquierda Abierta y Unión, Progreso y Democracia, quizá para recaer en el llamado voto útil o para quedarse en casa, mal asunto. ¡Una vez más se le habría hecho el juego a a la perversión que padecemos!
    La situación es tan grave que, viendo venir un serio problema de gobernabilidad, elementos favorables a la continuidad del presente estado de cosas han hecho un llamamiento a favor de un “gobierno de concentración”, con “acuerdos de Estado” entre el PP y el PSOE.  ¡A ver si entre los dos nos imponen, a costa de la democracia, los dictados antisociales que rechazamos de plano! Urge, por lo tanto, que lo que ya cabe definir como oposición a dicho estado de cosas –como oposición a la Bestia neoliberal–, de los pasos necesarios para constituir un Frente Amplio, en el que puedan tener cabida los elementos más dispares, incluidos los procedentes del naufragio de los partidos hegemónicos.  
    Esta propuesta puede asustar a quienes tengan un mal recuerdo del Frente Popular, pero más nos debería asustar que la Bestia siga a su bola sin topar con ninguna barrera digna de tal nombre. Y lo primero es constituir una plataforma de convergencia, capaz de refinar un programa común de actuación, capaz de poner en limpio las ideas y los acuerdos, en la que los representantes del 15M y de otras fuerzas sociales deberían participar por derecho propio.
     La alternativa debe quedar explícita, explícitos y bien razonados sus objetivos, claro el entendimiento  de las distintas fuerzas, o no será creíble y la ola antipolítica seguirá su curso hasta convertirse en un tsunami. Clara la alternativa y clara la unión de quienes se oponen a  la Bestia, la sensación de que no estamos representados en la arena política desaparecería en poco tiempo, iniciándose la cura de nuestra democracia.
    Naturalmente,  para dar vida a un Frente Amplio hay adaptar tales o cuales principios partidistas,  hay que renunciar a tales o cuales parcelas de poder en el seno de los grupos participantes. Ahora bien, si las cominerías particulares y las ansias de dominio de unos sobre otros se impusieran, haciendo imposibles los acuerdos, se estaría dando la razón a los cultores de la antipolítica y ofreciendo un feo aval a los que dicen que todos los políticos son iguales.
   Aquí y ahora de lo que se trata es de poner fin a la galopada de la Bestia neoliberal, y esto sólo será posible si se actúa de común acuerdo, con los medios y las personas disponibles. En el pasado, fue posible, mediante la unidad de fuerzas muy diversas, al parecer incompatibles, y por una racionalidad común, debidamente conquistada, poner fin a la dictadura franquista. Esta cayó porque la gente se movilizó, con una impresionante sucesión de huelgas, y porque los liberales, los democristianos, los socialistas (todavía marxistas), los socialdemócratas, los comunistas y hasta gentes que formaban parte de la élite franquista lograron entenderse y actuar unánime e inequívocamente contra el orden de cosas imperante. Esto quiere decir que, cuando se visualiza un fin superior, la unión es posible  e históricamente efectiva. O acabamos con la Bestia neoliberal entre todos, o ella acabará con nosotros y con nuestros hijos. 

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