La
situación no puede ser más grave, ni de peor pronóstico. Gestionada a favor de
una oligarquía transnacional, la llamada “crisis económica” se ha convertido ya
en una crisis política en toda la regla. De seguir las cosas así, pronto no
quedará nada de ese bien precioso llamado legitimidad democrática. La gente se
siente atropellada y arteramente estafada. La “convenida decadencia” de nuestra
clase política no es una boutade del
juez Perdaz; es una triste realidad.
Asistimos al ignominioso final del “bipartidismo imperfecto” que rigió
los destinos del país desde la Transición. El PP y el PSOE han cavado una fosa decididos
a compartirla. Su habituación al poder y su estricta adecuación a los intereses
oligárquicos dejan poco margen a la esperanza de que vayan a ser capaces de
regenerarse sobre la marcha.
¿Qué
cabe esperar de dos partidos capaces de prostituir la Constitución con
nocturnidad y alevosía para darle el gusto a
unos rufianes? Ambos dos nos han metido en este camino de perdición, y ambos
han tenido su parte en la conversión del proyecto europeo en una estación de
servicio para las oligarquías locales y transnacionales. No dudo de que en ambos
partidos hay gentes de bien, pero dudo de que sean capaces de rectificar la
deriva insensata: llevamos no sé cuánto tiempo esperando que esas personas
hagan valer, a gritos si es preciso, en Ferraz y en Génova, pero también en
Bruselas, los principios que dieron su razón de ser a sus respectivos partidos.
Tal y como están las cosas, creo que el porvenir de nuestra democracia
depende del buen hacer de los partidos pequeños. Y esto cuando la gente está
realmente harta de los políticos, cuando se oyen discursos antipolíticos que no
habrían desentonado durante la agonía de la República de Weimar. Ya están
pagando justos por pecadores y mucha gente da por sobreentendido que todos los
partidos son igualmente nefastos (una manera posmoderna de darle la razón al
mismísimo Franco).
Para
salvar nuestra democracia, esos partidos pequeños tendrán que dar el do de
pecho en circunstancias sumamente adversas, sin altavoces mediáticos,
bloqueados por una ley electoral impresentable, con todas las fuerzas de la oligarquía
en su contra. ¿Y cree alguien que podrán llegar lejos compitiendo entre sí?
Nuestra democracia necesita es una alternativa clara, a la que no se llega simplemente criticando los hechos del gobierno, ni tampoco haciendo gestos de inteligencia a las personas que se manifiestan en nuestras calles y plazas. Bien están esas críticas y estos gestos, pero hace falta más. En primer lugar, algunos principios seriamente meditados, en segundo lugar, un renovado sentido de la unidad. Si a la hora de la verdad el votante crítico o rebelde se va a quedar dudando entre Izquierda Anticapitalista, Equo, Los Verdes, Izquierda Unida, Izquierda Abierta y Unión, Progreso y Democracia, quizá para recaer en el llamado voto útil o para quedarse en casa, mal asunto. ¡Una vez más se le habría hecho el juego a a la perversión que padecemos!
Nuestra democracia necesita es una alternativa clara, a la que no se llega simplemente criticando los hechos del gobierno, ni tampoco haciendo gestos de inteligencia a las personas que se manifiestan en nuestras calles y plazas. Bien están esas críticas y estos gestos, pero hace falta más. En primer lugar, algunos principios seriamente meditados, en segundo lugar, un renovado sentido de la unidad. Si a la hora de la verdad el votante crítico o rebelde se va a quedar dudando entre Izquierda Anticapitalista, Equo, Los Verdes, Izquierda Unida, Izquierda Abierta y Unión, Progreso y Democracia, quizá para recaer en el llamado voto útil o para quedarse en casa, mal asunto. ¡Una vez más se le habría hecho el juego a a la perversión que padecemos!
La
situación es tan grave que, viendo venir un serio problema de gobernabilidad,
elementos favorables a la continuidad del presente estado de cosas han hecho un
llamamiento a favor de un “gobierno de concentración”, con “acuerdos de Estado”
entre el PP y el PSOE. ¡A ver si
entre los dos nos imponen, a costa de la democracia, los dictados antisociales
que rechazamos de plano! Urge, por lo tanto, que lo que ya cabe definir como
oposición a dicho estado de cosas –como oposición a la Bestia neoliberal–, de
los pasos necesarios para constituir un Frente Amplio, en el que puedan tener
cabida los elementos más dispares, incluidos los procedentes del naufragio de
los partidos hegemónicos.
Esta
propuesta puede asustar a quienes tengan un mal recuerdo del Frente Popular,
pero más nos debería asustar que la Bestia siga a su bola sin topar con ninguna
barrera digna de tal nombre. Y lo primero es constituir una plataforma de convergencia, capaz de refinar
un programa común de actuación, capaz de poner en limpio las ideas y los
acuerdos, en la que los representantes del 15M y de otras fuerzas sociales deberían participar por derecho propio.
La
alternativa debe quedar explícita, explícitos y bien razonados sus objetivos,
claro el entendimiento de las distintas fuerzas, o no será creíble y la ola antipolítica
seguirá su curso hasta convertirse en un tsunami. Clara la alternativa y clara
la unión de quienes se oponen a la Bestia, la sensación de que no estamos
representados en la arena política desaparecería en poco tiempo, iniciándose la
cura de nuestra democracia.
Naturalmente,
para dar vida a un Frente Amplio
hay adaptar tales o cuales principios partidistas, hay que renunciar a tales o cuales parcelas de poder en el
seno de los grupos participantes. Ahora bien, si las cominerías particulares y las ansias
de dominio de unos sobre otros se impusieran, haciendo imposibles los acuerdos,
se estaría dando la razón a los cultores de la antipolítica y ofreciendo un feo
aval a los que dicen que todos los políticos son iguales.
Aquí y
ahora de lo que se trata es de poner fin a la galopada de la Bestia neoliberal,
y esto sólo será posible si se actúa de
común acuerdo, con los medios y las personas disponibles. En el pasado, fue
posible, mediante la unidad de fuerzas muy diversas, al parecer incompatibles,
y por una racionalidad común, debidamente conquistada, poner fin a la dictadura
franquista. Esta cayó porque la gente se movilizó, con una impresionante
sucesión de huelgas, y porque los liberales, los democristianos, los socialistas
(todavía marxistas), los socialdemócratas, los comunistas y hasta gentes que
formaban parte de la élite franquista lograron
entenderse y actuar unánime e inequívocamente contra el orden de cosas
imperante. Esto quiere decir que, cuando se visualiza un fin superior, la
unión es posible e históricamente
efectiva. O acabamos con la Bestia neoliberal entre todos, o ella acabará con
nosotros y con nuestros hijos.