España vive un
momento “fantástico” (Botín), es motivo de “admiración en el mundo entero”
(Montoro). El gobierno ha hecho un gran trabajo (Van Rompuy). Hasta el príncipe
se ha sumado a este canto enervante.
Resulta muy desagradable que a uno le metan un chute de optimismo que no ha pedido, y peor aun en este caso, pues se nos quiere dar a entender que los recortes han sido un acierto, una manera de celebrarlos y, se supone, una manera de preparar los ánimos para los recortes que vendrán a continuación.
Resulta muy desagradable que a uno le metan un chute de optimismo que no ha pedido, y peor aun en este caso, pues se nos quiere dar a entender que los recortes han sido un acierto, una manera de celebrarlos y, se supone, una manera de preparar los ánimos para los recortes que vendrán a continuación.
No
somos el primer país que sufre este proceso regresivo y destructor, siempre
punteado con loas a tales o cuales parámetros macroeconómicos, loas que nunca
han faltado en los sucesivos atropellos contra la gente y los bienes públicos.
Por lo que ya deberíamos estar avisados.
No deja
de ser el colmo que desde las alturas se tenga la pretensión de imponernos el
catecismo del capitalismo salvaje cuando ya se sabe lo que da de sí, el daño
que hace. Y encima a palo seco. Obviamente, ya no se puede hablar del
“capitalismo popular” y de la “sociedad de propietarios”, en plan promesa, como
hacían Reagan y Thatcher. Ahora todo se hace porque sí, sin dar explicaciones,
salvo eso de la “sostenibilidad”, que obviamente no rige para los parados ni
para los dependientes, ni para los jóvenes ni para los pensionistas.
Cuando
ya medio mundo está en guardia y buscando alternativas al capitalismo salvaje, cuando
Estados Unidos, padre del modelo, se encuentra metido en un callejón sin
salida, con una deuda colosal y una desigualdad social aterradora, cuando
Europa, ya americanizada, ha perdido el norte, nuestros gobernantes, sin una
sola idea propia en la cabeza y sin asomo de personalidad, van y toman al pie de la letra el catecismo neoliberal y neoconservador… con retraso, a destiempo y a ojos cerrados,
decididos a aprovechar esta crisis para cambiar nuestro modelo de sociedad.
Nuestros señores ministros,
sordos como una tapia, pendientes de las puertas giratorias y no de los
intereses comunes, no se andan con pequeñeces. Están dispuestos a sacrificar,
de una sola tacada, con visible complacencia, la legitimidad democrática, la
cohesión social y la propia soberanía, todo ello con tal de dar plena
satisfacción al 1% de la población y a sus asociados transnacionales, gentes
decididas a vampirizarnos en toda la regla y que, desde luego, no sirven a ningún pueblo, sino exclusivamente a sí mismos. No es de extrañar que haya diversos
Adelsons merodeado nuestra sanidad, nuestra educación, nuestras pensiones y
hasta el canal Isabel II. Pero a mí no se me puede pedir que me alegre por la adquisición de una planta de enlatado de conservas, ni con la perspectiva de que el estadio Santiago Bernabéu se convierta en el Bill Gates Stadium.
En el trentenio de 1970 a 2000 América Latina fue martirizada con ese tipo de recetas, que culminaron en el "modelo ejemplar" del Menem de las "relaciones carnales" con el Imperio (que entonces apenas mostraba grietas). Aquí la rueda comienza a girar en otro sentido, con los gobiernos de Bolivia, Brasil, Uruguay y en alguna medida también el nuestro, el de Venezuela y el de Ecuador. El capitalismo salvaje es la etapa de agonía de un sistema que por cuatro siglos - quizá nacido con buenas intenciones - no ha hecho sino desparramar sufrimiento, miseria y dolor. ¿Veremos un cambio? Pues, imposible saberlo. y menos aún avizorarlo de momento. Duele, eso sí, vivir en el momento en que agoniza un mundo entero.
ResponderEliminarEn el trentenio de 1970 a 2000 América Latina fue martirizada con ese tipo de recetas, que culminaron en el "modelo ejemplar" del Menem de las "relaciones carnales" con el Imperio (que entonces apenas mostraba grietas). Aquí la rueda comienza a girar en otro sentido, con los gobiernos de Bolivia, Brasil, Uruguay y en alguna medida también el nuestro, el de Venezuela y el de Ecuador. El capitalismo salvaje es la etapa de agonía de un sistema que por cuatro siglos - quizá nacido con buenas intenciones - no ha hecho sino desparramar sufrimiento, miseria y dolor. ¿Veremos un cambio? Pues, imposible saberlo. y menos aún avizorarlo de momento. Duele, eso sí, vivir en el momento en que agoniza un mundo entero.
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