Mi post anterior me ha valido una reprimenda vía mail: he caído en el
pesimismo, con el agravante de dar pábulo a una interpretación de la realidad
en clave de conspiración. Como el señor Juncker acaba de decir que se propone
que Europa recupere su registro social, el cuadro no es tan negro como yo lo
pinto. ¿Qué quiere que le diga, amigo mío?
Que el señor Juncker, uno de los muñidores del Tratado de Maastricht, va
a olvidar en poco tiempo las lindas palabras que pronunció con motivo de su
nombramiento como presidente del Ejecutivo comunitario es algo que doy por
seguro. Sabía lo que tenía que decir en acto tan solemne, y lo dijo con el
mismo desparpajo que le consagrará, por sus hechos, como el firmante del acta
de defunción de la Europa que hemos deseado y perdido por obra y gracia de
personajes como él.
La
mecánica es siempre la misma: decir algo bonito y luego dar el hachazo por la
espalda. Así lo establece el protocolo… La misma Europa que tuvo que soportar
el Tratado de Maastricht, el de Lisboa y el Mecanismo Europeo de Estabilidad,
tres trágalas antidemocráticos, va
a sufrir el cuarto trágala, los acuerdos de libre comercio entre EEUU/UE, ya
urdidos a nuestras espaldas por Juncker y compañía.
¿Quiero decir con esto que el señor Juncker está metido en una conspiración? La conspiración propiamente
dicha, con nombres y apellidos, tuvo lugar hace cuarenta años, cuando un puñado de ricachones norteamericanos
decidieron pararle los pies a la marea progresista y justiciera de los años
sesenta. En el libro Palabras para
indignados, que escribimos Cristina García-Rosales y yo (de descarga
gratuita en esta misma página) se ofrece un resumen de la conjura que
desencadenó la “revolución de los muy ricos” con el neoliberalismo como plato
único.
El
señor Juncker no tuvo ni arte ni parte en esa conjura. Fue ganado para la
causa, como tantos otros, cuando era una persona hecha y derecha, cuando se
movía en las coordenadas de la democracia cristiana, sin imaginar que estaba llamado a formar
parte del plantel que se encargaría de desnaturalizarla. ¿Cómo pasó de la democracia cristiana al
neoliberalismo (incompatible con ella)? ¡Solo él podría explicarnos su
metamorfosis! Si cayó por el estómago, por la mente, por el bolsillo o por
seguir la moda, nunca lo sabremos. Allí está, al frente del Ejecutivo
comunitario, y hará lo que tiene que hacer sin que nadie se lo sople en la
oreja.
Nos vemos ante las consecuencias del
triunfo de la revolución de los muy ricos, ciertamente espectacular, al punto
de que tiene poco sentido hablar de conspiración en la actualidad. La madeja ya
no conduce a un puñado de personajes en la sombra. Dicha revolución no necesita
una cabeza; tiene muchas, de todos los tamaños y colores. Ha logrado
transformar, por medio de la propaganda y a golpes de talonario, la mentalidad
de la casta transnacional, antaño mucho más prudente, y la de millones de seres
humanos, que ahora caen en la cuenta de que la ley de la jungla no hace excepciones.
Para entender lo que está pasando ya no basta con tener conocimiento de
la conjura inicial. La cosa ha ido a mayores y para no simplificar el fenómeno
que nos amarga y destruye conviene, creo yo, hacer uso del concepto que acuñó
Ian Kershaw para describir el modo de funcionar de la elite nazi. Trabajaba
esta “en la dirección del Führer”. Ahora se trabaja “en la dirección del
capitalismo salvaje”, para lo que ya no hacen falta instrucciones misteriosas.
No tiene sentido buscar la guarida del ogro con ánimo de ajustarle las cuentas.
Está por todas partes, por difusión, cuenta con miles de peones, desde el
maduro peso pesado Juncker hasta nuestro pequeño Nicolás, un aprendiz muy prometedor.
Tuve la esperanza de que los dirigentes europeos
frenaran a tiempo, una ingenuidad por mi parte. Ahora los veo relamerse,
insensibles a las consecuencias sociales, sordos a cualquier consideración
sensata. Y habrá una confrontación. Si creen que van a poder terminar de desplumar
a los europeos con juegos de palabras y mentiras, están muy equivocados. Y si
nosotros creemos que van a resignar su poder sin agotarlo seríamos unos tontos.
Que el chanchullo neoliberal-neoconservador haya entrado en fase
terminal al quedar en evidencia su necedad, su crueldad, su cutrez intelectual y la insostenibilidad de la pirámide de
Ponzi económica en que nos ha involucrado arteramente, se podría prestar a
algunas consideraciones esperanzadoras; pero dará tanta guerra y dejará todo
tan destruido que no soy capaz de recrearme en ellas.
Puede que más allá haya un mundo mejor, pero lo cierto es que aquí y ahora tenemos que vérnoslas con la Bestia neoliberal-neconservadora, elitista, clasista, maquiavélica, malthusiana, ricardiana, spenceriana, esencialmente antiilustrada y antidemocrática, para la cual los derechos humanos no pasan de ser un cuento de hadas. Del hecho de que haya sido desenmascarada ante los ojos de la opinión pública y de que se haya quedado sin argumentos para proseguir su galopada nihilista no logro extraer ni la más pequeña dosis del optimismo que me demanda mi amable contradictor.
Puede que más allá haya un mundo mejor, pero lo cierto es que aquí y ahora tenemos que vérnoslas con la Bestia neoliberal-neconservadora, elitista, clasista, maquiavélica, malthusiana, ricardiana, spenceriana, esencialmente antiilustrada y antidemocrática, para la cual los derechos humanos no pasan de ser un cuento de hadas. Del hecho de que haya sido desenmascarada ante los ojos de la opinión pública y de que se haya quedado sin argumentos para proseguir su galopada nihilista no logro extraer ni la más pequeña dosis del optimismo que me demanda mi amable contradictor.
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