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viernes, 24 de octubre de 2014

OTRO VISTAZO AL FUTURO


     Mi post anterior me ha valido una reprimenda vía mail: he caído en el pesimismo, con el agravante de dar pábulo a una interpretación de la realidad en clave de conspiración. Como el señor Juncker acaba de decir que se propone que Europa recupere su registro social, el cuadro no es tan negro como yo lo pinto. ¿Qué quiere que le diga, amigo mío?
     Que el señor Juncker, uno de los muñidores del Tratado de Maastricht, va a olvidar en poco tiempo las lindas palabras que pronunció con motivo de su nombramiento como presidente del Ejecutivo comunitario es algo que doy por seguro. Sabía lo que tenía que decir en acto tan solemne, y lo dijo con el mismo desparpajo que le consagrará, por sus hechos, como el firmante del acta de defunción de la Europa que hemos deseado y perdido por obra y gracia de personajes como él.
    La mecánica es siempre la misma: decir algo bonito y luego dar el hachazo por la espalda. Así lo establece el protocolo… La misma Europa que tuvo que soportar el Tratado de Maastricht, el de Lisboa y el Mecanismo Europeo de Estabilidad, tres trágalas antidemocráticos,  va a sufrir el cuarto trágala, los acuerdos de libre comercio entre EEUU/UE, ya urdidos a nuestras espaldas por Juncker y compañía. 
     ¿Quiero decir con esto que el señor Juncker  está metido en una conspiración? La conspiración propiamente dicha, con nombres y apellidos, tuvo lugar hace cuarenta años, cuando un  puñado de ricachones norteamericanos decidieron pararle los pies a la marea progresista y justiciera de los años sesenta. En el libro Palabras para indignados, que escribimos Cristina García-Rosales y yo (de descarga gratuita en esta misma página) se ofrece un resumen de la conjura que desencadenó la “revolución de los muy ricos” con el neoliberalismo como plato único.
    El señor Juncker no tuvo ni arte ni parte en esa conjura. Fue ganado para la causa, como tantos otros, cuando era una persona hecha y derecha, cuando se movía en las coordenadas de la democracia cristiana, sin  imaginar que estaba llamado a formar parte del plantel que se encargaría de desnaturalizarla. ¿Cómo pasó de  la democracia cristiana al neoliberalismo (incompatible con ella)? ¡Solo él podría explicarnos su metamorfosis! Si cayó por el estómago, por la mente, por el bolsillo o por seguir la moda, nunca lo sabremos. Allí está, al frente del Ejecutivo comunitario, y hará lo que tiene que hacer sin que nadie se lo sople en la oreja.
     Nos vemos ante las consecuencias del triunfo de la revolución de los muy ricos, ciertamente espectacular, al punto de que tiene poco sentido hablar de conspiración en la actualidad. La madeja ya no conduce a un puñado de personajes en la sombra. Dicha revolución no necesita una cabeza; tiene muchas, de todos los tamaños y colores. Ha logrado transformar, por medio de la propaganda y a golpes de talonario, la mentalidad de la casta transnacional, antaño mucho más prudente, y la de millones de seres humanos, que ahora caen en la cuenta de que la ley de la jungla no hace excepciones.
    Para entender lo que está pasando ya no basta con tener conocimiento de la conjura inicial. La cosa ha ido a mayores y para no simplificar el fenómeno que nos amarga y destruye conviene, creo yo, hacer uso del concepto que acuñó Ian Kershaw para describir el modo de funcionar de la elite nazi. Trabajaba esta “en la dirección del Führer”. Ahora se trabaja “en la dirección del capitalismo salvaje”, para lo que ya no hacen falta instrucciones misteriosas. No tiene sentido buscar la guarida del ogro con ánimo de ajustarle las cuentas. Está por todas partes, por difusión, cuenta con miles de peones, desde el maduro peso pesado Juncker hasta  nuestro pequeño Nicolás, un aprendiz muy prometedor.  
    Tuve la esperanza de que los dirigentes europeos frenaran a tiempo, una ingenuidad por mi parte. Ahora los veo relamerse, insensibles a las consecuencias sociales, sordos a cualquier consideración sensata. Y habrá una confrontación. Si creen que van a poder terminar de desplumar a los europeos con juegos de palabras y mentiras, están muy equivocados. Y si nosotros creemos que van a resignar su poder sin agotarlo seríamos unos tontos.
     Que el chanchullo neoliberal-neoconservador haya entrado en fase terminal al quedar en evidencia su necedad, su crueldad, su cutrez intelectual  y la insostenibilidad de la pirámide de Ponzi económica en que nos ha involucrado arteramente, se podría prestar a algunas consideraciones esperanzadoras; pero dará tanta guerra y dejará todo tan destruido que no soy capaz de recrearme en ellas.
    Puede que más allá haya un mundo mejor, pero lo cierto es que aquí y ahora tenemos que vérnoslas con la Bestia neoliberal-neconservadora, elitista, clasista, maquiavélica, malthusiana, ricardiana, spenceriana, esencialmente antiilustrada y antidemocrática,  para la cual los derechos humanos no pasan de ser un cuento de hadas. Del hecho de que haya sido desenmascarada ante los ojos de la opinión pública y de que se haya quedado sin argumentos para proseguir su galopada nihilista no logro extraer ni la más pequeña dosis del optimismo que me demanda mi amable contradictor.

miércoles, 15 de octubre de 2014

LA CASTA Y LA BESTIA NEOLIBERAL

     Se ha impuesto el uso de la palabra “casta” para designar a la clase que monopoliza los resortes del poder en beneficio propio. Casta: los de arriba, el famoso 1% y sus peones de brega y cómplices necesarios.
     Se calcula que el 20%  de la población pertenece a la clase satisfecha y  se da por supuesto que milita a favor de la casta, indiferente al destino del 80%. A veces, suena como si ese 20% fuera casta todo él, otras veces la palabra  designa únicamente a los responsables directos del atropello que estamos sufriendo, matiz explícito en la expresión “casta extractiva”.
      Se prescinde metódicamente de palabras que recuerden la lucha de clases. “Interclasista” está fuera de uso. La palabra oligarquía se emplea de uvas a peras, como condimento culto y puede sonar como un arcaísmo, como establishment, como “élite del poder”… Es curioso, pero muy típico de nuestro tiempo, si tenemos en cuenta que ya no se habla de capitalismo sino de “economía de mercado”, con idéntico afán de halagar a los oídos poco avisados, de no alarmar.
      Se plantea, pues, una lucha entre los de la casta y los que no pertenecen a ella, quedando en segundo plano confrontación entre ricos y pobres, capitalistas y trabajadores, poseedores y desposeídos. En primer plano figura la pugna entre la gente y sus representantes políticos asociados a la casta, considerados ilegítimos por sus hechos, por su desprecio del bien común.
       Con la palabra casta se pueden eludir los fantasmas que podrían asustar, y así replantear las cosas en términos de una sencilla confrontación democrática, de la que tendrá que derivarse, en teoría, una victoria abrumadora del 80% de la población sobre el 20% que se le ha subido a la chepa. Esto si se lograse movilizar a la gente, también a los que no saben si son de izquierdas o de derechas, si son burgueses o proletarios, a toda la gente que no necesariamente va a asumir la condición de pobre aunque lo sea pero que reconoce su no pertenencia a la casta y el asco que le produce. Ni falta hace decir que con la palabra casta se apela a la conciencia de quienes hasta la fecha han confiado en los dos partidos hegemónicos, mostrándoles su emplazamiento en el campo de batalla político. Sobre la casta se concentra, pues,  el enorme resentimiento acumulado, con el correspondiente aprovechamiento de los beneficios  de tener un enemigo, una necesidad imperativa  (Karl Schmitt) si se aspira a unir voluntades.
     Yo utilizo la palabra casta porque está en el aire,  pero  la verdad es que no me satisface ni en el plano teórico ni en el práctico.  Por su propia vaguedad invita a personalizar a capricho y, por lo tanto, a alimentar tendencias incompatibles con una sociedad plural. Ya hay gente devolviendo el golpe,  diciéndonos que Pablo Iglesias pertenece a la casta desde el punto  y hora en que recibe una remuneración decente y se desplaza en avión. Por este camino se llega a condenar como apestado al propietario de una vaca. En realidad, cualquiera puede ser acusado de connivencia con los intereses de la casta, lo que no deja recordarnos los tiempos en que no tener las manos encallecidas podía costarle a uno la vida en un lado, en tanto que del otro los callos podían conducir directamente al paredón. Creo que lo mejor es curarse en salud y no dar pábulo a esas primitivas formas de enemistad que acaban necesariamente mal. No pretendo proscribir la palabra casta, que tiene vida propia. Pero me parece recomendable que nos andemos con cuidado.
   Nos encontramos ante un asunto de poder y en grave desventaja. Sería un error estigmatizar mecánicamente a quienes han ejercido o ejercen algún poder, grande o pequeño, esto es, ponerlos a la defensiva, en situación de apoyar a la minoría depredadora propiamente dicha, lo que podría ocurrir por miedo. Para alterar el curso de los acontecimientos en sentido positivo y no traumático, hace falta  (la historia lo enseña) el apoyo de mucha gente que de un modo u otro participa del poder. No nos quepa duda de que en la esfera del poder (en  los partidos, en el parlamento, en la judicatura, en las fuerzas de seguridad, en los distintos ministerios, en la Iglesia, y en la propia banca) hay gente que se lleva las manos a la cabeza  por lo que está pasando, al menos en la intimidad. Y esa gente también hace falta para impulsar el cambio o, al menos, para que no se oponga de puro miedo a lo desconocido.
    Por este motivo opino que conviene poner el acento en la “casta extractiva”, en la “casta depredadora”, en lugar de generalizar. También creo que  el grueso de la artillería debe apuntar a la Bestia neoliberal, el verdadero enemigo a batir en España, en Europa y en el mundo, no a un grupo humano impreciso. Debe apuntar a la mentalidad que la hace posible, y desde luego que también a la filosofía de pacotilla que le sirve de basamento.
    El cambio que anhelamos las personas indignadas pasa por una modificación de la escala de valores y de los usos y costumbres que la revolución de los muy ricos ha impuesto metódicamente a lo largo de tres décadas. Como es sabido, los promotores de esa revolución (o mejor dicho, contrarrevolución) se tomaron totalmente en serio la “batalla de las ideas” tan cara al pensamiento de Gramsci. Y la ganaron, aprovechándose del desconcierto de sus oponentes, que no imaginaron que tanto Gramsci como el propio Trotski pudieran ser usados desde el poder por unos intelectuales de tres al cuarto, ávidos de dinero, unos auténticos felones.
     Se trata,  pues, como siempre, de ganar la batalla de las ideas. Designar cabezas de turco o condenar clases enteras es más fácil, pero más vale no tomar ese atajo.  El momento, además, es especialmente propicio a una acción intelectual radicalísima contra la Bestia. Porque los crímenes y desafueros que le son propios están ya a la vista de todos, también a la de quienes no la vieron venir y la celebraron, tanto en España como en el mundo.
     No hace falta ser ningún genio para saber que en manos de la Bestia neoliberal ni la humanidad ni el planeta tienen salvación. Pero no basta la indignación. Hay que pensar, hay que ofrecer una alternativa creíble y sensata. Recuérdese el deleite de la señora Thatcher al deletrear el principio de que no hay alternativa. Las alternativas increíbles o insensatas, entre las que figuran las apuestas a cara o cruz, solo podrían servir para darle la razón a esa bruja victoriana.  Y además, aquí se trata de cambiar a unos ladrones por otros, de sustituir a unos mafiosos por otros. Se trata de cambiar la mentalidad y de filosofía, de dejar a la Bestia sin aire, sin peones y sin honor.

viernes, 12 de septiembre de 2014

¡QUE VIENE EL COCO!


 Se entiende la consternación de la derecha ante el surgimiento de Podemos, y nada sorprenden los argumentarios que ha puesto en circulación para descalificar al novedoso fenómeno. Pero a mí me consterna que gentes afines al PSOE  se los copie, sin privarse de ninguna grosería. Así se le da la razón a quienes sostienen que el PP y el PSOE son tal para cual.
     El señor Sánchez acaba de afirmar que no pactará con Podemos bajo ningún concepto, por tratarse de un partido “populista” y “chavista” del que solo cabe esperar, asegura, una sociedad no igualitaria y unas cartillas de racionamiento. Fin de mis esperanzas en el señor Sánchez, el Venizelos de turno, una desgracia para su partido, para la izquierda y para el país.  Resulta que ni se tomó la molestia de tomar un café con los señores Iglesias y Monedero.
    Se nos hace saber  tanto desde el PP como desde el PSOE que Podemos es una “cosa de locos”, un monstruo populista, un lobo con piel de cordero, un  fenómeno criptototalitario, criptocomunista, criptochavista, criptocastrista, criptofascista, acaudillado por unos demagogos de la peor especie. Ni por cortesía se contempla la posibilidad de que pueda tratarse de algo nuevo, made in Spain. ¡Que viene el coco! A ver si cunde el voto del miedo, el único que les puede salvar.
      De paso, el PSOE y el PP se congratulan a sí mismos, los angelitos, y se sienten autorizados a pedirnos una nueva oportunidad. ¡Es el colmo! Como el primero ha enterrado hace tiempo a Pablo Iglesias el viejo, como el segundo hasta ha olvidado por qué se reputa popular, habiendo enterrado ya sus componentes socialcristianos, social-liberales y socialdemócratas,  de los que nadie se acuerda ya, entregados ambos a sus respectivos gurús, esencialmente conformes con el papel de encomenderos, ya hechos a la mentir y a la sofistería, ya no saben qué demonios hacer para continuar el proyecto canalla de devolvernos al siglo XIX, por definición antipopular. Ya habituados a presumir ante sus superiores orgánicos de lo muy bravos que son en materia de recortes, fastidiados están. Su propia supervivencia política depende de la asistencia de dichos superiores, para nada de fiar, perfectamente capaces de tragarse países enteros.
       Después de haber dilapidado su propio crédito político y el de la entera Transición, después de haber prostituido a nuestras espaldas la Constitución con el artículo 135, después de haber consentido la perversión del sistema al punto de convertirlo en un mecanismo de succión  de la riqueza en sentido ascendente, una traición a lo acordado en la Constitución de 1978  y a lo que dicta el sentido común en una sociedad civilizada, todo en beneficio de la famosa casta, resulta que el PSOE  y el PP son los buenos de la película, autorizados a señalar con el dedo a los malos… antes de que hayan hecho nada tan ruin  como lo por ellos realizado.
       No sé qué cosa linda y suavecita esperaban ellos como respuesta a su irresponsable galopada hacia el abismo. El caso es que les ha salido Podemos, y que hasta deberían estar agradecidos por sus modos, que solo podrían agriarse si ellos no tienen mejor idea que hacerse los sordos, seguir insultando y pasteleando a nuestras espaldas con las cosas de comer.
        Hay que tener mucha jeta para atacar preventivamente a Podemos, que se encuentra en fase de formación, atribuyéndole todos los males del populismo, después de haber practicado el populismo berlusconiano con el mayor desparpajo a costa de la verdad un año tras otro; mucha cara dura para acusar de demagogos a los dirigentes de Podemos después de haber batido todos los récords de demagogia y cinismo (brotes verdes, raíces vigorosas, etc.); mucha jeta para acusar a Podemos de tener una intención totalitaria después de habernos metido a patadas en una obra de ingeniería social totalitaria que nos dejará irreconocibles y desesperados ante la cáscara de una democracia sin contenido.  Y hay que tener un rostro de basalto para arremeter contra Podemos por su supuesta adscripción a modelos extranjeros, bolivarianos o castristas, mientras se aplica a rajatabla el abecé de movimiento neoliberal, que no surgió precisamente en Lavapiés y que pretende retrotraernos a las coordenadas del siglo XIX, de las que tanto nos costó salir. 
      ¡Que viene el coco! Pues claro que viene, dado el nulo propósito de enmienda de nuestra clase dirigente. Pero que nadie se llame a engaño: ese coco inspira a mucha gente menos temor y bastante más esperanza que la Bestia neoliberal y neoconservadora que nos está comiendo por los pies. Habrá quien prefiera lo malo conocido a lo bueno por conocer, pero, por favor, que no olvide lo siguiente: lo malo conocido hasta la fecha no permanecerá igual a sí mismo; se irá agravando imparablemente, hasta el horror, como acredita la historia de los diversos países que ya han pasado por esto.