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lunes, 12 de septiembre de 2011

DIEZ AÑOS DESPUÉS DEL 11S

    Se dice que el siglo XX  empezó en 1914, al desencadenarse la I Guerra Mundial, y quizá llegue a ser un tópico decir que el siglo XXI  dio comienzo en 11 de septiembre de 1911, con los atentados contra las Torres Gemelas y el Pentágono. Parece que ocurrieron ayer, pero no, fue hace diez años. 
     Todos sabemos para qué fueron utilizados esos atentados: para imponer la Patriot Act, sin debate y todavía vigente, para invadir precipitadamente Afganistán, primero, y luego para invadir Irak, no faltando las mentiras graves de por medio. Si la serie resulta de por sí inquietante, los atentados que la hicieron posible permanecen en la memoria sobrecargados de interrogantes que a estas alturas ya deberían haber sido respondidos con absoluta claridad.
    Como en el caso del asesinato de John F. Kennedy, debemos contentarnos con la coexistencia de dos versiones, una oficial y otra extraoficial, esta de género tenebroso.  Confieso que me gustaría muchísimo vivir en un mundo en el que me fuera dado confiar en las versiones oficiales, algo imposible a estas alturas. Encima, en lo tocante al 11S ni por el lado de la versión oficial ni por el de la contraria hay manera de hacer pie en la creencia de que se ha obrado con sensatez. Víctimas y más víctimas inocentes, daños y más daños, ruina y devastación. 

martes, 26 de julio de 2011

BEHRING BREIVIK

Un loco, es lo primero que piensa uno. Pero este Breivik es algo más que un simple desequilibrado. La salvajada que cometió en Oslo y en la isla de Utoya nos pone ante uno de los enigmas más odiosos de la posmodernidad: la fría aniquilación de personas con segundas intenciones, como resultado de un cálculo, de un plan. No es la primera vez que ocurre, y mucho me temo que no será la última.
     La desvalorización de la vida humana ha llegado a extremos inauditos. Es inevitable ver tan horrible característica de nuestro tiempo en los bombardeos de ciudades, en la indiferencia con que contemplamos a millones de hambrientos, y en este tipo de actos. 

    En los viejos tiempos, el terrorista apuntaba contra los responsables reales o presuntos de tales o cuales injusticias. Ahora lo que se lleva es poner bombas en la calle y disparar contra cualquiera. Esta moda empezó, creo recordar, con la matanza de Peteano, o con la bomba de la sala de espera de la estación de Bolonia. Los locos y los no locos son capaces de las mismas salvajadas.

    En este caso, se ve a las claras el alto precio que se acaba pagando por la retórica del odio al diferente, pues el tal Breivik la tenía tomada contra los musulmanes y contra el multiculturalismo, hasta el punto de disparar contra sus propios compatriotas, supuestos culpables de condescendencia.
    Tenga o no cómplices directos, Breivik no está solo en su odio. Hay mucha gente –intelectuales de pago incluidos– que se dedica a atizar el odio contra los “extraños”. El viejo racismo hitleriano ha sido convenientemente reciclado, y el sueño de la “raza pura” ha sido sustituido por el no menos insensato y criminal de la “comunidad pura”, una invitación a la “limpieza étnica”. Que a estas alturas de la historia tengamos que  vérnoslas con este tipo de cosas es un indicio claro de que ésta, en lugar de progresar, retrocede… Que el señor Breivik tenga una empanada mental no sirve de consuelo: no es el único que la tiene. 
    Y una última cuestión: ¿es tolerable que ciertas gentes se lucren vendiendo ametralladoras y balas dum-dum a particulares?