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sábado, 7 de julio de 2012

CRISIS GALOPANTE

   Ya estamos todos advertidos de que esto va a más, imparablemente. Las señales ominosas se multiplican. Si te dicen blanco, oyes negro. Si te dicen tanto, sabes que será el triple o más. Si te dicen que han tenido un éxito, te entran sudores fríos. Y es que te sabes en manos de un equipo de chantajistas y jugadores de ventaja, un equipo en el que, entre malvados y memos, hay juego más que suficiente para amargarte la vida  de aquí a la eternidad.
    Cada vez hay más gente que no puede leer el periódico o ver el telediario sin ponerse mal, sea por un acceso de ira, un acceso de miedo o de las dos cosas a la vez. ¿Interesa hablar de lo que está pasando? En parte sí, muchísimo, y en parte nada en absoluto, porque siempre es más de lo mismo, de la misma porquería. Es importante saber, desde luego, pero también lo es dormir y comer, no vaya a ser que uno se rompa antes de tiempo.
    Si empiezo a hablar del repago sanitario, de la prima de riesgo, de la miseria que gana una enfermera portuguesa, de las genialidades del Eurogrupo, de Rajoy tomando rápidamente la iniciativa para devolver el Códice con sus propias manos, de los planes del gobierno, de las trapisondas de Rato & Cía, del Barclays y demás conspiradores, etc., provoco en mi interlocutor, sólo en apariencia distraído, una efusión airada de datos complementarios, viéndome obligado a callar. Es evidente que mi interlocutor sabe mucho más que yo, a juzgar por su irritación, se diría que de tintes revolucionarios, trátese de un joven, de una ama de casa o de un jubilado.  Hasta me he sorprendido instando a tener un poco de serenidad a quien evidentemente ya se ha percatado de que la pasividad nos  ha conducido hasta este preciso lugar.
    Otras veces me topo con una especie de caparazón.  Mi interlocutor, viéndome venir, cambia bruscamente de tema, y no sabe cuánto se lo agradezco. Hay una tercera posibilidad, y es que me dejen hablar… Esto es malo. Porque si empiezo con cierta coherencia, con citas de Marx y de Naomi Klein, acabo presentando un cuadro de incontinencia verbal, con fuga de ideas y demás signos de perturbación gravísima.
     Hoy fui al banco, y ha desaparecido. No sé a qué hora de la noche se produjo la eliminación de esta sucursal recién reformada, allí presente desde hace tantísimos años, tan dada ayer mismo a mandarme cartas estimulantes y a hacerme por teléfono unas proposiciones incomprensibles y probablemente indecentes. En lugar del cajero automático hay una plancha de color verdoso  que lo dice todo.