Ya estamos todos advertidos de que esto va a más, imparablemente. Las
señales ominosas se multiplican. Si te dicen blanco, oyes negro. Si te dicen
tanto, sabes que será el triple o más. Si te dicen que han tenido un éxito, te
entran sudores fríos. Y es que te sabes en manos de un equipo de chantajistas y
jugadores de ventaja, un equipo en el que, entre malvados y memos, hay juego más
que suficiente para amargarte la vida
de aquí a la eternidad.
Cada vez hay más gente que no
puede leer el periódico o ver el telediario sin ponerse mal, sea por un acceso
de ira, un acceso de miedo o de las dos cosas a la vez. ¿Interesa hablar de lo
que está pasando? En parte sí, muchísimo, y en parte nada en absoluto, porque
siempre es más de lo mismo, de la misma porquería. Es importante saber, desde
luego, pero también lo es dormir y comer, no vaya a ser que uno se rompa antes de
tiempo.
Si
empiezo a hablar del repago sanitario, de la prima de riesgo, de la miseria que
gana una enfermera portuguesa, de las genialidades del Eurogrupo, de Rajoy tomando
rápidamente la iniciativa para devolver el Códice con sus propias manos, de los
planes del gobierno, de las trapisondas de Rato & Cía, del Barclays y demás
conspiradores, etc., provoco en mi interlocutor, sólo en apariencia
distraído, una efusión airada de datos complementarios, viéndome obligado a
callar. Es evidente que mi interlocutor sabe mucho más que yo, a juzgar por su
irritación, se diría que de tintes revolucionarios, trátese de un joven, de una
ama de casa o de un jubilado. Hasta
me he sorprendido instando a tener un poco de serenidad a quien evidentemente ya
se ha percatado de que la pasividad nos
ha conducido hasta este preciso lugar.
Otras
veces me topo con una especie de caparazón. Mi interlocutor, viéndome venir, cambia bruscamente de tema,
y no sabe cuánto se lo agradezco. Hay una tercera posibilidad, y es que me dejen
hablar… Esto es malo. Porque si empiezo con cierta coherencia, con citas de Marx y de Naomi Klein, acabo presentando un cuadro de incontinencia verbal, con fuga de ideas y demás
signos de perturbación gravísima.
Hoy fui al banco, y ha desaparecido. No sé a qué hora de la noche se
produjo la eliminación de esta sucursal recién reformada, allí presente desde
hace tantísimos años, tan dada ayer mismo a mandarme cartas estimulantes y a
hacerme por teléfono unas proposiciones incomprensibles y probablemente
indecentes. En lugar del cajero automático hay una plancha de color verdoso que
lo dice todo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario