Un lector me reprocha mi
“radicalización”. De mi afirmación de que a raíz del caso griego me he visto
obligado a dejar en suspenso mi filiación socialdemócrata, deduce que me he
vuelto comunista al antiguo modo (no privándose de recordarme los horrores de
Stalin y de Pol Pot, a ver si me echo atrás). ¿Y si lo veo todo negro para
mejor engolfarme en las profecías
de Marx sobre el final del capitalismo? ¿Y si soy un intelectual pesimista,
imposible de contentar?
Este lector tiene razón en lo de mi radicalización. El caso griego, tan
trágico, sobrevenido tras años de cultivar yo la esperanza de que las altas
autoridades económicas entraran en razón, ha tenido el efecto de una revelación:
la socialdemocracia no funciona ni funcionará en este contexto; es impotente
por inadecuación al medio y no por la miseria moral e intelectual de sus
capitostes actuales, como yo quería creer, como si esta bastase para explicar su fracaso.
Me harté de soslayar lo obvio: la
socialdemocracia no nació para hacer frente al capitalismo salvaje. Nació cuando el capitalismo estuvo
dispuesto a hacer concesiones significativas (concesiones que jamás habría
hecho si solo hubiera tenido que enfrentarse con esta versión blanda del
socialismo).
Como
el capitalismo ha vuelto a sus orígenes salvajes, no le queda otra opción a la
izquierda que volver a los suyos, a cara de perro además. Salvo que quiera
atenerse al papel que le han asignado los salvajes, que no es otro que el de
cómplice de la barbaridad en curso. Tal es mi punto de vista en estos momentos.
Al
capitalismo vigente le corresponde una respuesta anticapitalista tan
actualizada y refinada como seamos capaces de concebir, pero desde ahora mismo
decidida. ¡Ya está bien de soportar la milonga thatcheriana de que no hay
alternativas! La economía debe ser sometida a los intereses de la humanidad y
punto.
Dicho lo cual, debo añadir, para tranquilidad de mi corresponsal, que no
debe ver en mí un admirador de Stalin o de Pol Pot. Soy, por encima de todo, un humanista. Esos
personajes me repugnan tanto como a él. A lo que debo añadir que los primates del capitalismo salvaje me
inspiran no menor repugnancia.
Aunque
mi corresponsal no lo crea, hay un comunismo humanista, hay un socialismo humanista,
hay un anarquismo humanista e incluso un liberalismo humanista, como hubo, mal
que le pesase a Althusser, un Marx humanista, como hay, por cierto, un
cristianismo humanista (pregúntele al papa Francisco lo que piensa del sistema
económico). En esos espacios, si me busca, podría encontrarme. De esos
humanismos saldrá la economía del futuro, si es que lo hay.
No
le doy más pistas. Pero me permito añadir que, entre las tareas pendientes de
la izquierda figura, en primer lugar, y su carta me lo recuerda, la de quitarse
de encima de una vez por todas el sambenito de ser tan inhumana como sus enemigos
capitalistas. Y nada más sencillo, porque canallas como Stalin y Pol Pot no
representaron ni entonces ni ahora a toda la izquierda, por mucho que lo
publicite el establishment con la
impagable ayuda de unos nostálgicos completamente ajenos al sentir de la
izquierda progresista.
En cuanto al futuro, admito que no las tengo todas conmigo y que
entiendo que me considere un pesimista si es, como sospecho, un ciudadano
bienpensante, capaz de hacer buenas hasta las mentiras, que quiere creer que él
no tiene nada que temer de la progresión de la Bestia neoliberal.
La
terrible crisis planetaria causada por la Bestia está siendo
aprovechada por ella misma de la manera más alevosa para imponernos un modelo
de sociedad clasista y criminal. Lo que no deja mucho margen para la
esperanza.
Si nada la frenó en el punto de partida ni tampoco al derrumbarse la
pirámide de Ponzi en que nos había metido, si continúa su galopada, ¿por qué
iba a detenerse ahora, siete años después, cuando ya ha conseguido que los
pueblos desprevenidos paguen la factura de su juerga global y alzarse con
nuevos beneficios estratosféricos?
No
ignoro que la humanidad ha sido capaz de sobreponerse a la barbarie en varias
ocasiones, siquiera relativamente, como ocurrió, por ejemplo, al término de la
Segunda Guerra Mundial, y por eso mismo me estremezco. ¿Hasta qué punto tendrá
que llegar ahora el sufrimiento antes de que se consolide un cambio de
mentalidad que deje sin aire a la Bestia, antes de que se genere un
significativo cambio a mejor?
En buena
ley, el ciclo neoliberal debería estar agotado y sus rapsodas con el rabo entre las piernas. Pero no. De
modo que queda mucho sufrimiento por delante. La manera en que se provocan y
tratan los problemas, sean puramente económicos o geoestratégicos y económicos
no permite hacerse ni la menor ilusión (piénsese en Afganistán, Irak, Libia y
Siria, por ejemplo, medítese sobre la socialización de las pérdidas como modus operandi ).
Ojalá que la humanidad encuentre la
manera de sobreponerse a tanta barbarie, pero no puedo ignorar que el tiempo trabaja
en contra. Se ciernen sobre
nosotros tremendos problemas ecológicos y la Bestia sigue adelante sin
inmutarse.
Mi
admirada Naomi Klein cree que, quizá, la magnitud del desastre ecológico que se
nos viene encima a consecuencia del cambio climático y de la tóxica fijación a
los combustibles fósiles podría dejar fuera de juego a la Bestia neoliberal, bajo cuya demencial dirección vamos en línea recta e irreversiblemente hacia
un infierno.
Hasta puede venirnos bien topar con los límites ecológicos, cree ella, en orden a resolver de una tacada el problema del calentamiento global y el horror de la desigualdad y la pobreza, y claro que la acompañaré en esta esperanza, hasta donde me sea posible. Me fío de su criterio, del criterio de las buenas gentes y de los científicos que no se han dejado sobornar, pero del poder establecido no me fío un pelo. Lo considero capaz de cualquier barbaridad. Pedirle que frene, venirle con razonamientos morales y llamadas a la cordura está tan fuera de lugar como lo estuvo en el caso de Hitler, dicho sea en plan clínico.
Hasta puede venirnos bien topar con los límites ecológicos, cree ella, en orden a resolver de una tacada el problema del calentamiento global y el horror de la desigualdad y la pobreza, y claro que la acompañaré en esta esperanza, hasta donde me sea posible. Me fío de su criterio, del criterio de las buenas gentes y de los científicos que no se han dejado sobornar, pero del poder establecido no me fío un pelo. Lo considero capaz de cualquier barbaridad. Pedirle que frene, venirle con razonamientos morales y llamadas a la cordura está tan fuera de lugar como lo estuvo en el caso de Hitler, dicho sea en plan clínico.