lunes, 22 de junio de 2009

HAMBRE Y NEOLIBERALISMO: MÁS DE LO MISMO

Según el último informe de la FAO, uno de cada seis seres humanos padece hambre. Nuestra arrogante civilización ya tiene en su haber algo más de mil millones de hambrientos… Y mejor no ponerse a contar los fallecidos, ni las vidas arruinadas, mejor olvidar lo que ya sabemos, a saber, que la mala alimentación daña irreparablemente el desarrollo cerebral, lo que nos llevaría a amargas consideraciones sobre los millones de niños que nacen condenados a una existencia miserable e inmerecida.

La globalización en clave neoliberal, lejos de hacer retroceder el hambre, la ha expandido por doquier hasta niveles nunca vistos. De hecho, uno ya se puede morir de inanición en el seno de las sociedades hasta ayer mismo consideradas opulentas. Pero todavía se invoca la bondad de la famosa Mano misteriosa, como si no hubiéramos tenido ocasión de advertir lo peligrosa que es.

Se nos da a entender que esto del hambre en el mundo es un asunto de paciencia, en el supuesto de que sólo se puede erradicar a fuerza de más fundamentalismo del mercado. El neodarwinismo social –ingrediente inseparable de la Ética del Tendero–, todavía se justifica con tan sobada y maligna listeza, lo que es indicativo del grado de postración intelectual en que nos creen caídos los primates del negocio.

¿Hace falta recordar los efectos de la adicción a los principios de la escuela de Manchester, tal como se manifestaron en la Inglaterra de principios del siglo veinte? Londres era la ciudad más rica del mundo pero la tercera parte de sus habitantes disfrutaba de una existencia miserable. La inmensa mayoría de los ingleses tenía que conformarse con una esperanza de vida de menos de treinta años (la mitad de lo que le cabía esperar al ser humano del paleolítico). Había indigentes por todas partes; el raquitismo era un mal endémico. Y eso que estamos hablando de la potencia hegemónica de aquel entonces, con un imperio a pleno rendimiento... ¿Acaso no nos suena conocido?

Con las estadísticas en la mano, leído el libro El hambre que viene, de Paul Roberts, una clara anticipación de lo que nos espera a todos si no se rectifica de inmediato, me parece delictivo que se nos exija una fe ciega en los principios manchesterianos, encima con la pretensión de que, sin ellos, no se puede ser liberal. ¡Como si Green, Hobhouse y lord Bedveridge, que razonaron en contra de del capitalismo salvaje, no hubieran sido liberales, como si hubieran sido comunistas o cosa peor!

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