Como es sabido, el Tercer Mundo está creciendo dentro de las sociedades antes llamadas “opulentas”, donde, desde hace tiempo, las buenas gentes penan por el “privilegio de ser explotadas”, como ya denunció Himkelamert. La crisis en curso no ha hecho sino agravar el fenómeno, que más pronto o más tarde pondrá en entredicho la legitimidad de todo el sistema político en el que algunos viven todavía muy confortablemente. Paul Krugman ha dejado caer que en España, no siendo posible devaluar la moneda como antaño, no nos va a quedar más remedio que devaluar el trabajo, lo que, desgraciadamente, añado yo, implica una devaluación de las personas que necesitan trabajar para comer. ¿Hasta qué punto hay que llegar? Eso no lo dijo, pero está bastante claro: Los trabajadores españoles deberíamos depreciarnos hasta equipararnos a los trabajadores chinos… Si tal cosa se impusiese en plan ricardiano, los señores inversores, raza estupenda, volverían a entusiasmarse con nosotros, tan mansos, tan puntuales, tan buenecitos, tan tirados. El mundo va lanzado por ese infame camino. Tomemos nota: Mercedes Benz ha optado por traspasar parte de su producción a Estados Unidos, donde el crecimiento del Tercer Mundo ha creado inmensas bolsas de trabajadores a precio de saldo… La lógica de este sistema oligarco-coroporato-cleptocrático no perdona ni siquiera a los ciudadanos de la potencia hegemónica, un serio aviso para caminantes.
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