El
grado de civilización alcanzado o perdido se revela en el trato que se dispensa
a los inocentes. Y como era de temer, resulta que la mayor parte de las
personas que fueron a parar a Guantánamo pertenecían a esta categoría. Estamos hablando de cientos de
personas, menores de edad
incluidos, llegadas hasta este campo de concentración tras haber sido compradas
a razón de cinco mil dólares por cabeza. Encima, la administración Bush sabía
que eran inocentes, como acaba de revelar
Tim Reid, en The Times (http://www.timesonline.co.uk/tol/news/world/us_and_americas/article7092435.ece).
Tenemos que vérnoslas con una monstruosidad, en cuya materialización la Europa
de las libertades y de los derechos humanos ha tenido su parte, como ya nos
hizo saber Dick Marty. Si de lo que se trataba era de neutralizar a los terroristas de verdad, la chapuza no ha podido ser mayor; ahora bien, si de lo que se perseguía era burlarse de la ley a la vista del mundo entero, aterrorizarlo y dar razones de peso al odio y la venganza, la operación tenebrosa ha sido un "éxito".
Si tenemos en cuenta que
Guantánamo ha sido una especie de escaparate, mejor no pensar en lo que ha podido
suceder en las cárceles secretas de Polonia y Rumania. Viene a la memoria el
recuerdo de Dachau, campo que los nazis tenían a bien abrir a las visitas, para
que las camas bien hechas tranquilizaran la estuporosa conciencia moral del mundo civilizado.
Y
viene también a la memoria lo que
confesó el comunista Mikoian cuando se reconoció, en 1955, la inocencia
de los perseguidos por Stalin: era “políticamente imposible” declararlos inocentes y obrar en consecuencia, porque eso hubiera sido tanto
como revelar ante propios y extraños que –cito textualmente– “el país no estaba
conducido por un gobierno legítimo sino por una banda de gángsters”.
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