Las llamadas a la austeridad y las predicaciones a favor de la
flexibilización del mercado laboral, las rebajas salariales y los recortes del Estado de bienestar, aunque ya
clásicas, están de moda. Se trata, se masca en el aire, de preparativos para una acción encaminada a
que paguemos el pato sin
chistar.
Nótese que ni por descuido se habla de meter mano a las arcas de los acaudalados (por ejemplo a las misteriosas Sicav). Tampoco se habla de limitar los gastos militares, ya comprometidos, ni menos de poner fin a la escalada de gastos suntuarios o futbolísticos. Aquí, nos dicen, el problema es el Estado de bienestar, acerca de cuyo consensuado raquitismo no se considera oportuno decir ni pío.
Nótese que ni por descuido se habla de meter mano a las arcas de los acaudalados (por ejemplo a las misteriosas Sicav). Tampoco se habla de limitar los gastos militares, ya comprometidos, ni menos de poner fin a la escalada de gastos suntuarios o futbolísticos. Aquí, nos dicen, el problema es el Estado de bienestar, acerca de cuyo consensuado raquitismo no se considera oportuno decir ni pío.
Por lo
visto, aquí nadie ha traficado ni traficará con el sudor ajeno y nadie, salvo
nosotros, ha hecho el loco y
merece castigo. De donde resulta que los mileuristas, los pensionistas y los
parados, tanto los que tienen esperanza de trabajar como los que no, se
verán racionalmente forzados a apretarse el cinturón… Ante todo, la sostenibilidad del Sistema y dar aire los
“creadores de riqueza”, campeones de la justicia social.
Se
pueden decir muchas tonterías, pero no nos llamemos a engaño: lo que está en
juego es la propia salud del sistema democrático en que habitamos, pues si éste
se limita a servir al sindicato de intereses, veremos evaporarse su legitimidad de la noche a la mañana.
Es de lamentar que los que nos hablaron del fin de la historia se hayan creído
su propio cuento.
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