Si
algo podemos tener claro es que Zapatero ha perpetrado estos recortes del
Estado de Bienestar muy a su pesar. Ha sido víctima de un chantaje, como el
infortunado Papandreu, y bastante ha aguantado. Doy por seguro que a los chantajistas
les vendría bien contar con un tipo como Carlos Menem, con un Blair, muy
fáciles de llevar (y de funesta memoria para sus respectivos conciudadanos). Lamentablemente, por otra parte, esto de los “recortes” no ha hecho más que empezar. Siempre, en todos los países
que han sido víctimas de “ajustes”, se ha empezado por la parte más
débil, por los bebés, por los ancianos. Los funcionarios del Estado a achicar figuran en la lista fatal por derecho propio.
Lo que está en juego, en España y en el
mundo entero, es el Estado de Bienestar, cuyos principios y cuya racionalidad
han sido cuestionados un año tras otro por los gurús y predicadores del retorno
al capitalismo salvaje, con los resultados que todos conocemos. Para entender el proceso haríamos bien en preguntar a cualquier inmigrante hispanoamericano o de la Europa del este. Se lo saben de memoria.
Mandan los magos de la globalización, socialmente insensatos, capaces de
merendarse el crédito político de Zapatero y, a la vez, el de Sarkozy, Merckel y Obama... La cohesión social, liquidada en Estados Unidos, tiene los días
contados en Europa, que ya debería saber a qué se expone con
ello. Ni la construcción del Estado de Bienestar –al que sería mejor llamar Estado de Servicios–, ni el
cultivo de la clase media fueron caprichitos filantrópicos. Fueron el resultado de una experiencia
histórica dolorosa, que obligó a hacer algo más que sumas y restas con mentalidad de proxeneta.
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