Se
equivocan totalmente quienes minimizan estas caceroladas por el procedimiento
de contar si eran tantos o cuantos los protagonistas.
El
fenómeno irá en aumento, y es inevitable recordar el caso argentino, la famosa
cacerolada que puso fuera de combate al ministro de Economía, al presidente De
la Rúa y a quienes trataron de sucederle. El mensaje fue: “¡Que se vayan
todos!”
Aunque a
algunos les cueste creerlo, en las calles habita un poder, un poder que ningún
gobernante en su sano juicio ha despreciado jamás. O nuestros gobernantes hacen algo serio para contener y hacer
retroceder a la bestia neoliberal, o esto se va a poner muy feo.
Porque resulta que ya todo el mundo sabe que operan al servicio del 1%,
como todo el mundo sabe que nos han metido en una formidable pirámide de Ponzi,
como todo el mundo sabe por medio de qué sencillos trucos se desvalija a los
pueblos en beneficio de una insaciable minoría cleptocrática.
Ya no nos hace ninguna gracia que el BCE preste dinero a bajo interés a los bancos para que estos se lo presten a los Estados a un interés mayor y creciente, negociejo que no sabemos a qué malvado se le ocurrió y qué clase de gentuza puso en práctica sin consultarnos, como si viviésemos en un mandarinato. Ya no soportamos un minuto más que se nos tenga enganchados a la adicción bursátil de unos mangantes de altos vuelos, ni que se nos obligue a seguir metidos en una espiral crediticia tramada por esos listillos.
Ya no nos hace ninguna gracia que el BCE preste dinero a bajo interés a los bancos para que estos se lo presten a los Estados a un interés mayor y creciente, negociejo que no sabemos a qué malvado se le ocurrió y qué clase de gentuza puso en práctica sin consultarnos, como si viviésemos en un mandarinato. Ya no soportamos un minuto más que se nos tenga enganchados a la adicción bursátil de unos mangantes de altos vuelos, ni que se nos obligue a seguir metidos en una espiral crediticia tramada por esos listillos.
No se puede desvalijar
a los pueblos impunemente, poniendo cara de idiota o cara seria. Y no estamos de humor para que con el dinero
del contribuyente, el que gana y el que se supone que ganará con el sudor de su
frente, se nutra el 1% local y el mundial también. Ya no estamos de humor para
tolerar que un señor genio que ha embarrancado un banco se lleve al bolsillo en
un año lo que al ciudadano de a pie le costaría ganar dos siglos y un poco más.
¡Pero en qué cabeza cabe!
¿Qué piensan hacer nuestros gobernantes, los de aquí, los de Bruselas y
los que siguen riéndole las gracias a Wall Street, donde se urdió la mayor
estafa de todos los tiempos? ¿Seguir
igual? ¿Ahora que todo el tinglado está a la vista? ¿Ahora que sabemos lo
geniales que son con los números?
Pues
que sepan que se están cargando el buen rollo, que se están cargando al país,
que se están cargando a Europa, que se están cargando la cohesión social y, por
lo tanto, la convivencia. Que sepan
que, en adelante, no habrá mentira que sea pasada por alto, que no habrá brote
verde ni luz a la salida del túnel que engañe a nadie. Que sepan que, para
seguir igual, tendrán que recurrir a medios sucios y violentos, al repertorio
de los peores canallas que figuran en los anales de la humanidad. Y que sepan
que, si siguen así, se cargarán (usemos un lenguaje rudo) la gallina de los
huevos de oro.
Quizá
sea oportuno señalar que ni siquiera hace falta que se vuelvan buenos y
sensibles quienes no lo son. El presidente Roosevelt no era bueno ni sensible. Simplemente,
comprendió que así no se podía seguir. Era inteligente, astuto, y sabía que no
se podía tomar a broma las protestas, las huelgas y la desesperación. Por eso
ha pasado a la historia como un gran hombre, como un benefactor de la humanidad
e incluso como el salvador del capitalismo. Tomen nota las personas
inteligentes y con carácter que pueda haber en las altas esferas. Antes de que
sea tarde. Por algo han sonado las
cacerolas.