Conmemoramos aquel “contubernio” de hace
medio siglo, entendido como antecedente necesario de la Transición, lo que me
invita a ir en busca de las enseñanzas de nuestros mayores.
Como es sabido, el régimen del general Franco estaba empeñado en entrar
en Europa, como antes había entrado en la ONU, propósito que se vio frustrado
por la movilización general de la oposición, que se dio cita en el hotel Regina
de Múnich bajo el patrocinio del Movimiento Europeo.
Personalidades
diversas (republicanos, monárquicos, socialistas, socialdemócratas, liberales,
democristianos) del interior y del exilio se unieron por encima de sus
diferencias y rivalidades: sólo una España democrática podía tener cabida en
Europa. El acuerdo, con el abrazo de Madariaga y de Gil-Robles, vino a
simbolizar una formal ruptura con la lógica fratricida de 1936. “¡Los de Múnich, a la horca!” se oyó en
la plaza de Oriente.
Creo que la fórmula magistral del Contubernio debe ser recuperada.
Entonces el enemigo a batir era el régimen dictatorial del general Franco. Hoy
el enemigo a batir es la Bestia neoliberal, la dictadura de los mercados o
dictadura de los muy ricos.
A
los de Múnich, algunos de los cuales tuvieron que cruzar clandestinamente la
frontera o utilizar un pasaporte falso, les llegó el momento de lucidez y de
valor, y ya no pudieron ser frenados por el miedo. Por eso se atrevieron a
rubricar, a cara descubierta, el acuerdo democratizador. Hay que aprender de
ellos, tomando nota de que en la lista de los asistentes hubo muchos que, de
haberlo querido, habrían podido medrar a satisfacción en las entretelas de ese
régimen que, como la citada Bestia, tan bien sabía administrar los premios y
los castigos.
Lo
más devastador para los intereses de Franco fue la variedad de las personas que
habían desafiado su poder. Ni eran
sólo cuatro gatos ni eran todos comunistas. En el hotel Regina había gentes
procedentes de su propio bando… indicación segura de que los tiempos habían
cambiado, pues estas personas preferían entenderse con sus enemigos de ayer a
seguir en las mismas. Y es que habían encontrado una base sentimental y
racional para superar el drama de las dos Españas, lo que venía arruinarle el
negocio y a ponerlos fuera de su control.
Los de
Múnich tuvieron el mérito de decir basta, tuvieron el mérito de unirse, de
encontrar una causa común en la lucha contra la dictadura y en la promoción del
ideal democrático. Y es que a veces hay que decir basta. No se llegó al
cónclave de Múnich sin recorrer un camino, pero se recorrió.
Y
yo tengo por seguro que ya somos muchos los que sabemos que es una inmoralidad y una locura seguir
riéndole las gracias a la Bestia neoliberal. Que esta se empeñará en seguir
adelante, hasta la total devastación de nuestro país y del planeta entero, eso
lo sabemos, pero cabe la esperanza de que personas de diversa filiación
política, de diversa edad, e incluso antiguos servidores suyos, se unan con la
finalidad de cerrarle el paso. Es lo que nos toca. Los de Múnich se envolvieron
en la bandera de la democracia. A nosotros nos toca envolvernos en la del bien
común. De manera inequívoca.