No tendrán fin, pues obedecen a la siniestra lógica de los chantajes. Si los griegos creían haberse apretado el cinturón hasta el último agujero,
resulta que no, que la cosa no ha hecho más que empezar. Lo mismo sucede en
Italia y en nuestro país. La triquiñuela de escalonar las reformas con el fin de que la víctima se
irrite por etapas, sin estallar, está
muy vista y cualquier día
de estos producirá justo lo que desea evitar. Ya le hemos pillado el
tranquillo, y sabemos que detrás de una viene la siguiente, terrible pero insuficiente. Sobrecoge que esto nos esté pasando en
Europa, no se sabe si por un fenómeno de combustión interna o por alguna listeza para acabar con ella ideada fuera por alguna mente maquiavélica. En todo caso, ella se lo ha buscado. Desde que confió algo tan importante como la Carta Magna europea al neoliberal Valery Giscard d'Estaing, esto se veía venir.
Los pequeños gestos para la galería, llámense reducción de vehículos
oficiales o de dietas de viaje, a nadie engañarán. De forma sistemática se
carga la factura sobre la parte más débil. Los peces gordos, sean bancos o
particulares, no tienen nada que temer, tampoco la Iglesia. Por eso da tanto asco escuchar a los rapsodas de los recortes sociales, incluidos los que afectan a los minusválidos.
El
problema es que, por mucho que intenten marearnos con cifras y porcentajes, los ciudadanos de a pie ya
nos hemos dado cuenta de que, tonterías aparte, hemos sido víctimas de una
estafa. Y encima, ya estamos de
sobra informados de que los sacrificios que se nos piden no nos sacarán del
agujero, ni a nosotros ni a nuestros hijos, y que lo que aquí verdaderamente importa, aparte de socializar las pérdidas, es dar marcha atrás a todas la conquistas sociales, una por una, de forma que doblemos el espinazo. Una forma de jugar con fuego.
Recuerdo
muy bien el triste caso de Argentina, alumna modélica del FMI, que acabó en el
famoso corralito. Siempre ocurre lo mismo: cuando todo ha caído, cuando no
queda más salida que la prostitución o el suicidio, aparecen los inversores en
el horizonte, siempre del brazo de algún socio local, momento en que se empieza
a hablar de recuperación. Pero falta bastante, y muchísimo dolor. La cosa es tan poco democrática, tan rastrera, que empiezo a sentirme rodeado de quislings y colaboracionistas...