Decía Jacobo Timerman que un periódico llamado a triunfar debía ser de derechas en lo económico, de centro en lo político y de izquierdas en lo cultural… Y he aquí que el Partido Demócrata estadounidense, los partidos socialistas de España, Francia, Gran Bretaña, Italia y Grecia llevan no se cuántos años ateniéndose a esa fórmula. Un partido político no es un periódico, pero da igual, por tratarse de la fórmula magistral de la acomodación.
Como en los períodos electorales la derecha pugna por centrarse, como se entiende con la izquierda en clave neoliberal en los asuntos económicos, se comprende que lo cultural se haya convertido en un campo de batalla prácticamente de común acuerdo. Luchar no sale demasiado caro y el establishmenttiene a gala dejar hacer, pues para nada le afectan las tremendas discusiones. Viene bien diferenciarse en algo, una manera de disimular el compadreo en el plano económico. De lo que se ha seguido cierta apariencia de vida política en un terreno alejado de las cuestiones de poder propiamente dichas. Lógicamente, Reagan era partidario de la Moral Majority, lógicamente Clinton normalizaba la situación de los homosexuales en el ejército. Todo iba según lo esperado. Ya llegaría la crisis del 2008, y ya llegarían Trump, Bannon y algunos más dispuestos a echar tanta gasolina al fuego que la cosa se acabaría descontrolando.
A la izquierda le ha venido bien ponerse en vanguardia en temas culturales, e incluso provocar a los del otro lado con algunos avances notables, como, por ejemplo, ofrecer a las chicas la posibilidad de abortar sin la autorización de sus padres. Durante un tiempo, la cosa le funcionó, pero luego, sobre todo a partir de la crisis del 2008, la gente, harta del juego de derechas en lo económico, empezó a abandonarla, renunciando a la compensación cultural. A partir de entonces, la ruina. Los socialistas franceses han tenido que vender hasta su sede. Los italianos, desaparecidos, igual que los griegos… Si el PSOE se salvó de la quema se lo debe agradecer a Pedro Sánchez, no a las vocecillas de su consejo de ancianos. (De momento, es un caso aparte, la excepción que confirma la regla, pues nada nos indica, ni siquiera su coyuntural asociación con Unidas Podemos, que haya renunciado a la fórmula de Timerman.)
Pringarse en proyecto neoliberal no podía salirle gratis a la izquierda. En un giro dramático, muchos de los suyos han acabado por cambiar de bando, entregándose a Trump, Le Pen, Abascal o Meroni. El fenómeno ha merecido cierta atención. De lo que se ha hablado poco es de las implicaciones culturales.
Los usos y costumbres, como las leyes y la propia moral, están sometidos a la historicidad. Los tiempos cambian y lo hacen por motivos diversos, no solo por los caprichos y listezas del poder político. Hay que tener en cuenta la opinión pública, las demandas de las minorías, las consideraciones de los juristas y los avances científicos. Y hay que tener en cuenta también, para ver el cuadro completo, los movimientos de resistencia que provocan los cambios. Asociados estos a la iniciativa de vanguardias elitistas, la resistencia suele ser virulenta por abajo y bastante previsible. Los cambios asociados a la globalización, traerían reacciones nacionalistas, como ya predijeron Toffler y otros hace muchos años, de modo que no hay de qué extrañarse, como tampoco del enojo de los machos cuestionados por la marea feminista. Siempre hay resistencia, que puede ser normal o directamente patológica, lo que depende de los dichos y maneras de la elite contraria a los avances, y no de lo que se grite en un bar. Si esta elite juega a confundir la posibilidad de abortar con una licencia para matar o con el mismísimo Holocausto, la cosa se ha salido de madre patológicamente.
La ciencia nos ayuda a progresar, y por lo mismo siempre ha puesto a la defensiva a las personas conservadoras. Ahora bien, lo nuevo, lo propio de nuestra época, es el regodeo en la contrailustración, una actitud que distingue a la derecha retrógrada de nuestros días, capaz de negar el cambio climático y la mismísima pandemia. La señora Thatcher no se rió del cambio climático; Trump, sí. Las cosas han ido a peor. Y ya hemos llegado al punto en que hay por todas partes intelectuales empeñados en denunciar no se qué pensamiento único o políticamente correcto en el cual incluyen todas las proposiciones científicas que les llevan la contraria.
La izquierda nos ha fallado en muchas cosas, pero hay que reconocer que ha sabido hacerse eco de los avances científicos y trasladarlos a leyes que merecen el título de progresistas. La despenalización de la homosexualidad y la legalización del matrimonio entre personas del mismo sexo son buenos ejemplos. Estos avances se entienden muy bien a la luz de la ciencia. La homosexualidad no es una enfermedad y la orientación sexual ni se escoge a voluntad ni puede modificarse a fuerza de descargas eléctricas. ¿Y qué hace la derecha retrógrada? Se subleva contra la ciencia, en este punto como en otros.
En cuanto a los derechos de la gente de color, ha sucedido algo parecido. Recuerdo que a finales de los años setenta, unos reaccionarios enfurecidos por las leyes contrarias a la discriminación racial se sacaron de la manga la raciología. A ver si conseguían reponer la creencia de que los blancos son más inteligentes que los negros o los amarillos. El invento no tenía porvenir. Descifrado en genoma humano, quedó claro que raza es un concepto social, no científico, o directamente, como dijo Luigi Cavalli-Sforza, un arcaísmo. Todos pertenecemos a la misma raza, originaria de África, y no le demos más vueltas al asunto. En definitiva, ya condenada por la Declaración Universal de los Derechos Humanos, la discriminación racial carece de asidero científico. Pero, claro, los supremacistas blancos no se inmutan, en el supuesto de que las conclusiones de los científicos no pasan de ser emanaciones de lo políticamente correcto, una maliciosa creación de la izquierda. De aquí que publiciten cualquier voz excéntrica y bizarra que vuelva a las andadas con la afirmación de que los negros son inferiores a los blancos, de ahí que se revuelquen en la porquería del Ku-Klux-Klan.
Y naturalmente, la izquierda oficial juega sus cartas, a sabiendas de que son fuertes. Por ejemplo, ahora mismo, Joe Biden se hace acompañar por Kamala Harris, nombra una transexual para no sé que puesto y pone a un afroamericano al frente del Pentágono. He aquí nombramientos perfectamente normales, pero también gestos de inteligencia para la parte de la sociedad que se vio maltratada durante el mandato de Donald Trump.
A saber cómo sigue la batalla. Lo más preocupante es el descarado irracionalismo del bando retrógrado. Los conservadores al antiguo modo, los responsables del mantenimiento de una derecha civilizada, en teoría capaces de entender tales o cuales avances de la ciencia y de hacerse eco, hasta cierto punto, de las demandas sociales, se han dejado arrebatar todas las tribunas. A diferencia de ellos, los retrógrados van de frente: atacan descaradamente a los afroamericanos, a las mujeres y a los homosexuales.
Un vistazo a los titulares de la revista Breitbart patrocinada por el multimillonario Robert Mercer y dirigida por el tenebroso Steve Bannon, nos lo dice todo: ¿Preferiría que su hija tuviera feminismo o cáncer?, Los derechos de los gays nos han hecho más tontos; hay que volver a meterlos en el armario. No hay discriminación en el empleo de mujeres en las empresas tecnológicas, es que la cagan en las entrevistas. Informe: Las minorías raciales superarán en número a los blancos en treinta años. Terrorismo [negro] contra los blancos. Los cristianos son ya minoría... ¡Todo por el estilo!
Así se expresa la llamada derecha alternativa, echando gasolina al fuego del resentimiento. Debo hacer notar que esta derecha se vino arriba con Trump, en el preciso momento en que el neoliberalismo económico se había quedado sin conejos en la chistera y casi sin palabras. Sí, había mucha gente abandonada por el elitista Partido Demócrata, desesperada, en situación de inflamarse patrióticamente y de afiliarse a una contrarrevolución contra los afroamericanos, las mujeres y los homosexuales (y tan distraída que ni se fijaba en que le estaban robando la cartera). Los señores Robert Mercer, Andrew Breitbart y Steve Bannon vieron su oportunidad y la aprovecharon. Evidentemente, había muchos hombres blancos heterosexuales severamente acomplejados y gravemente encabronados con el feminismo y con la negritud, en situación de dejarse llevar por estos aprendices de brujo.
Como no se puede ceder ante tamañas burradas, como la derecha alternativa ha saltado el Atlántico, la batalla va para largo y no seremos meros espectadores. Yo creo que la izquierda no debe creer que la tiene ganada. Sería estúpido negar el poder infeccioso de la derecha alternativa. Creo que la izquierda debe tratar de ir siempre sobre seguro, esto es, sin incurrir en provocaciones innecesarias y sin caer en originalidades de difícil comprensión para el común de sus votantes. No vaya ser que por pasarse de rosca en algún asunto secundario se pierdan los indiscutibles logros de varias generaciones. Y creo que nunca debe olvidar lo ya aprendido, a saber, que la fórmula de Timerman no asegura el éxito a largo plazo, siendo obvio por lo demás que mucha gente desesperada ha demostrado estar en situación de renunciar a las compensaciones culturales y de abrazar el oscurantismo con tal de que se les prometa sacarla del pozo y revertir el curso de la historia.