Llevamos tanto tiempo metidos en campaña electoral que se nos ha ido un
poco la cabeza. De modo que se entiende la euforia del PP, que ha conseguido un
número de diputados muy por encima de lo que cabía esperar. Es comprensible que
ya no se acuerde de los votos perdidos por el camino, que saque pecho, que
celebre su victoria. El problema, vamos a lo serio, es que este partido no
parece haberse hecho cargo todavía de su tremenda soledad, ni de las nuevas
circunstancias, en las que no podrá ir ni a la esquina con los modales de ayer.
Mal asunto, porque al PP solo le sería posible gobernar en minoría, algo
siempre difícil, y más cuando se ha despreciado al resto de las fuerzas
políticas, cuando se han hecho promesas electorales de imposible cumplimiento y
se ha abusado del triunfalismo económico. Se diría que las tristes realidades
están a punto de saltarle a la cara. Lo que no es para estar eufórico. Recuérdese
la cartita que hace unos días el señor Rajoy le escribió a Juncker,
comprometiéndose a hacer nuevos recortes después del verano. Pues eso mismo.
Uno comprende también la euforia del PSOE, que se ha librado del
sorpasso de Unidos Podemos, pero no me negarán que se trata de una euforia de
género tonto, si nos fijamos en lo que ha perdido. En realidad, su
descendimiento es una clara indicación de que ya no es un partido hegemónico. Sigue
corriendo el peligro de acabar como el PASOK.
Alguien
me dirá que exagero, que los resultados electorales del PSOE lo desmienten. Me
temo que es solo cuestión de tiempo. La campaña electoral toca a su fin, y con
ella los espejismos. Ahora no le queda otra que elegir. De ir simplemente
contra el PP y contra Unidos
Podemos no se puede vivir. Allí están el artículo 135, la ley mordaza, los
desahucios, el TTIP, etc. Eso de ir de socialdemócrata en teoría y de
neoliberal en la práctica no es posible. Y para colmo, todo indica que si se
inclina hacia la acomodación al estilo Felipe González, perderá apoyos por la izquierda, y que si opta
por jubilar a este y todo lo que representa, puertas giratorias incluidas,
entonces pondrá en fuga a los que creen que se debe poner una vela a Dios y
otra al diablo, mucho más numerosos de lo que parece. ¡Menudo dilema!
Y
por último, es muy compresible la decepción de Unidos Podemos. ¡Perder un millón
de votantes! Hay que tener en cuenta el fuego cruzado de todos los demás, pero
también que hace solo seis meses ni con esas fue posible contener el fenómeno.
Se impone una autocrítica en profundidad. Parece que ha asustado a unos y
desencantado a otros.
Vistas las cosas sin euforia ni decepción, ¿habría sido tan maravilloso para
Unidos Podemos ganarle al PSOE, o incluso ganarle al PP por los pelos? Me temo
que no, porque una cosa es jugar a seguirle el juego al establishment, la especialidad del antiguo duopolio, y otra muy distinta enmendarle la
plana. La sola idea de que se pueda aspirar a tal proeza en solitario, con un
puñadito de votos a favor, o con el apoyo del PSOE precisamente y también por
escaso margen, me parece demencial, francamente. Es muy probable que más de uno
haya modificado su voto por no querer contribuir a semejante delirio.
Ya sé que hay
problemas urgentísimos, como el hambre, los desahucios y la pobreza energética,
pero más nos vale que su solución no dependa de asaltar los cielos. En mi
humilde opinión, creo que Unidos Podemos haría bien en renunciar a dar la
batalla por el poder, ni así fuera solo por una silla. Esto a juzgar por el
resultado electoral, por lo harta que está la gente de tanto sofisma, por esos
problemas urgentísimos, por la obvia necesidad de sanear el sistema y no
fastidiarlo más, y también por la que se nos viene encima. Me refiero a
recortes y chantajes de la peor especie, cuya responsabilidad debe recaer
íntegramente sobre los culpables, que deben ser desenmascarados como tales.
Para lo cual hace falta precisamente una oposición seria y veraz, no pringada
en el negocio. Y ese poder para ser una oposición así es justamente lo que las
urnas han otorgado a Unidos Podemos.