Me lo pregunto con no poca inquietud. Porque la situación es de mal pronóstico. Las medidas que se han tomado son meramente cosméticas, lo que no es extraño: como ya deberíamos saber, los "milagros económicos" no existen. Los éxitos en la materia obedecen a mecanismos sencillos, comprensibles, fáciles de explicar, no a improvisaciones ni a juegos trileros.
El “desarrollismo” español de los viejos tiempos fue posible gracias a las naranjas, al trabajo de nuestros compatriotas en la próspera Europa y al turismo, por aquel entonces baratísimo desde el punto de cualquier ciudadano del primer mundo, y recibió un fuerte impulso gracias a la baratura y la docilidad de nuestra mano de obra y a las ventajas que dio el franquismo a la penetración de las grandes corporaciones transnacionales. El milagro chino ha sido, a lo grande, una copia del nuestro, basado en una fórmula infalible, de gran eficacia en sociedades menesterosas que, de pronto, se abren al mundo.
Cada vez que se contrajo la economía ajena, la nuestra entró en crisis atroz, por su incurable dependencia. La moderación salarial, las sucesivas oleadas privatizadoras, unidas a los fondos de cohesión, obraron maravillas, cierto es, pero con las obvias limitaciones que no deberían sorprender a nadie. Hace sólo un par de años, el gabinete de estudios de una prestigiosa entidad bancaria señalaba que la mano de obra de los emigrantes representaba el último balón de oxígeno para la economía española. ¿Y ahora qué?
Si prescindimos de los paños calientes y de nuestras ínfulas de nuevo rico, he aquí un dato inquietante: las únicas propuestas que están sobre la mesa no son precisamente novedosas ni agradables. Se habla de retrasar la edad de jubilación, de “dinamizar” el mercado de trabajo, de abaratar el despido, siendo así que nuestra mano de obra tendría que rebajarse hasta niveles asiáticos para ser competitiva.
Y se habla también de un nuevo impulso “privatizador”, lo que sólo puede exponernos a la venta al mejor postor de bienes públicos hasta ahora protegidos. O sea, se habla de soluciones desesperadas, acerca de cuyos efectos sobre otros pueblos ya deberíamos estar avisados. Pan para hoy, hambre para mañana. Que se lo digan a los ciudadanos de Chicago o de Detroit que, a fuerza de “privatización”, carecen hasta de agua en sus hogares.
En último análisis, lo que está en juego es la cohesión social. Si no se hace nada al respecto, unos tendrán todo el agua que quieran, otros, los más, tendrán que penar por ella en las más odiosas circunstancias, lo que, no nos llamemos a engaño, nada tendrá que ver con una "recuperación"...