Once soldados norteamericanos se han suicidado en sólo tres días. Las autoridades militares de esta base se enfrentan con un problema de muy difícil solución. Se ha sabido que en 2008, 130 militares del Ejército de Tierra se quitaron la vida. A juzgar por los casos de este año, más de medio centenar, el número de caídos en combate es menor que el de suicidas.
Se fomenta la formación de grupos de autoayuda, se arenga a los soldados, se les aconseja que pidan asistencia psicológica al menor signo de depresión, pero la trágica escena se repite. Y no es un problema nuevo. El ser humano no es tan maleable como algunos creen, y no hace falta que sea un enfermo para que acabe volviéndose contra sí mismo.
Ya se dijo que las fuerzas armadas norteamericanas se veían forzadas al máximo. Habría que añadir que la distancia entre la vida civil y la vida en el frente no se puede salvar, de ida y vuelta, sin consecuencias psicológicas graves. Por desgracia, es improbable que se extraigan las conclusiones obvias, a menos que mucha gente alejada del frente, bajo menos presión, las tome a su cargo.
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