lunes, 30 de noviembre de 2009

LOS LÍMITES DEL PACIFISMO

Un lector atento me llama la atención sobre el calificativo “salvajada” que apliqué a la II Guerra Mundial. ¿Acaso he llamado “salvajes” a quienes lucharon contra el nacionalsocialismo y, por extensión, a quienes defendieron la República en la batalla del Ebro? Se trata, desde luego, de una cuestión de máximo interés. ¿Es el pacifismo un valor absoluto, o hay que admitirle un límite?

Yo estoy convencido de que la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948, cuyo aniversario toca celebrar el 10 de diciembre, fue redactada con un agudo conocimiento de causa. Tras los sufrimientos ocasionados por dos guerras mundiales casi seguidas, la humanidad tuvo un momento de lucidez, al que conviene volver una y otra vez.

La Declaración apunta, toda ella, a crear el marco de una convivencia pacífica, como salvaguarda de los derechos de la persona, que deben ser protegidos, nos dice, para que nadie se vea “compelido al supremo recurso de la rebelión contra la tiranía y la opresión”. Este matiz, que figura en el preámbulo, responde con suficiencia, creo yo, a los interrogantes planteados.

La Declaración reconoce los límites del pacifismo, y si identificamos la causa de los Aliados o la de los republicanos españoles con la causa de la libertad, no está bien confundirlos con sus enemigos. Lo reconozco. Pero mi propósito era –es– defender, punto por punto, dicha Declaración. Y tengo claro que la humanidad no puede permitirse una recaída en la violencia, siendo el pacifismo una opción prioritaria, como se afirma en el texto de 1948.

Sólo me resta añadir que considero una torpeza renunciar al pacifismo –o tan solo escarnecerlo– a la luz de situaciones históricas excepcionales, como las evocadas por mi anónimo comunicante.

En la mayor parte de los enfrentamientos bélicos padecidos por la humanidad en los últimos dos mil años, la divisoria entre los buenos y los malos ha sido más que dudosa; y encima, las victorias han venido acompañadas y seguidas por realidades infames desde la óptica moral de los idealistas caídos. El pacifismo de hoy –o al menos, en el que yo me reconozco– no sólo se nutre de la conciencia de que el potencial bélico de la humanidad no permite la menor condescendencia con respecto al empleo de la violencia; también se nutre de las páginas poco edificantes del registro histórico, las mismas que, leídas las noticias de cada día, dejan una amarga sensación de déjà vu…

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