Los
partidarios de la energía atómica andan eufóricos estos días. El presidente
Obama acaba de poner miles de millones de dólares del
contribuyente al servicio de la causa. Nada más seguro y limpio que una central
nuclear, nos dijo en el lenguaje acostumbrado. No piensan lo mismo quienes viven cerca del reactor Vermont Yankee,
expuestos a sucesivas fugas radiactivas. Sus representantes acaban de
votar, por abrumadora mayoría, el cierre de la central.
Los
partidarios de un relanzamiento de lo nuclear, ya lo sabemos, no escarmientan en cabeza ajena. Nos hacen notar que la central de Vermont es antigua, de 1972, y parecen no
impresionarse ni lo más mínimo ante la noticia de que la torre de refrigeración se encuentre en ruinas. Los oigo y parece que estuvieran despidiéndose de un coche viejo
mientras ponderan las ventajas del nuevo. Nada les impresiona el hecho,
revelado recientemente, de que veintisiete reactores hayan dejado escapar
trititio, un isótopo radiactivo considerado cancerígeno, en distintos puntos
del país. Los de Vermont lo
tomaban con el agua potable…
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